Capítulo 60

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—Sigues aquí —murmuró Grindelwald adormilado.

—¿Dónde iba a estar si no? —preguntó Bellatrix que realmente no imaginaba despertar en ningún lugar que no fuese junto a él.

El mago la besó y después le acarició el rostro, contemplándola muy de cerca como si necesitara memorizar cada centímetro de su piel. Para alguien tan dado a la acción y a tener el control, le estaba costando mucho verse inmovilizado en una cama de hospital. Pero aguantaba porque la compañía de Bellatrix hacía que cualquier cosa valiera la pena. Estaban besuqueándose mientras debatían sobre la liga de duelo cuando alguien llamó a la puerta. Para sorpresa de ninguno, era Dumbledore. Tras las cortesías de rigor, Bellatrix decidió darles un rato a solas. No le hacía gracia, confiaba en Grindelwald, pero no tanto en el director. Aún así les había salvado la vida, así que lo toleraba.

—Antes de que te marches, Bellatrix, vengo del Ministerio y van a enviar hoy las calificaciones de los ÉXTASIS —explicó el director—. Ya que te iba a ver, me he ofrecido a entregártelo en persona.

La chica aceptó el sobre con nerviosismo. Para ella era muy importante sacar la máxima calificación, era cuestión de orgullo. Desplegó la carta y suspiró aliviada: diez Extraordinarios en las diez asignaturas. Los dos magos la felicitaron sonrientes.

—Recuerda que el Ministro de Magia te entregará el premio —comentó el director.

—¿Qué premio? —preguntó ella.

—Bellatrix, te apuntamos a tantos exámenes para que ganaras tú el premio y no algún arrogante Gryffindor —le recordó Grindelwald.

—Es sublime que hables tú de arrogancia, Gellert —apuntó Dumbledore divertido.

—Se trata de realismo y sinceridad en mi caso, Albus —replicó el mago—. Es el Certificado de Excelencia Estudiantil del Ministerio, Bella. Se lo dan al alumno más destacado de los ÉXTASIS.

—El Ministro arde en deseos de conocerte —comentó el director—. Está consternado porque rechazaste la oferta de trabajar en cualquiera de sus departamentos.

—Con las ganas se va a quedar. Que le envíe el premio a casa —decidió Grindelwald.

—¿Por qué? —preguntó Bellatrix frunciendo el ceño.

—Durante la semana que estuvimos ahí para vigilar los exámenes llamó "bicho asqueroso" a Antonio —explicó sabiendo que eso sulfuraría a su novia.

—¡Como me lo encuentre lo mato! —exclamó enfurecida— ¡Antonio es adorable!

—Qué conmovedor que aprecies a tu mascota ahora que casi perece salvándote —comentó Dumbledore con una sonrisa.

—No es por eso —rebatió Grindelwald—. Es mío y solo yo puedo insultarlo. ¿A que sí, molesto y llorón Antonio?

El chupacabra, tomando el sol en la repisa de la ventana, emitió un gruñido de aprobación. Bellatrix recogió su bolso y salió de la habitación; no sin antes dirigirle a Dumbledore la mirada de "Ten cuidado o tendré que matarte" que había aprendido de Eleanor. Tenía curiosidad por saber de qué hablarían los dos magos, seguramente seguían intentando deducir de qué otra fuente estaba aprendiendo magia. Difícilmente lo adivinarían...

Mientras salía de San Mungo, escuchó a una chica llorar en una de las salas de espera. Era habitual en el hospital, se oían llantos y gritos por todas partes. "Menos mal que Dumbledore consiguió una habitación aislada", pensó Bellatrix ensimismada, "Yo a esta gentuza no la aguanto ni dos minutos...". Entonces, un grito la sobresaltó:

—¡Bella!

Al segundo siguiente, la joven que lloraba la estaba abrazando. Bellatrix la apartó en un acto reflejo y sacó su varita. Andrómeda la miró sintiéndose dolida por el rechazo, con los ojos enrojecidos tras el llanto. Al darse cuenta de que se trataba de su hermana, la mayor guardó la varita, pero su expresión no se suavizó. Se cruzó de brazos preguntándose qué haría Andrómeda ahí, aunque no pensaba mostrar interés. No hizo falta.

El profesor y la mortífagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora