Capítulo 7

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Bellatrix vivía por y para las clases particulares con Grindelwald y él nunca la decepcionaba. Adoraba su manera de explicar y de guiarla. La tocaba, la acompañaba, la ayudaba en todas las ocasiones... Mientras que Voldemort siempre la había educando mostrándole cómo lo hacía Él y cruciándola hasta que le salía bien. La mejora del método era notable.

Un jueves, cuando Bellatrix ya controlaba la lección, dieron la sesión por terminada. Iban a marcharse cuando recordó que olvidaban a alguien...

-¡Uy, espere! –exclamó ella- Voy a por Antonio, se ha ido a jugar con esos maniquíes.

-No hay manera de librarme de ese bicho –masculló él.

Mientras la chica atrapaba al chupasangre, él contempló la sala y reparó en la estantería con cuchillos que siempre aparecía en un lateral.

-Una pregunta, señorita Black...

-No, profesor, no pienso dejar aquí encerrado a Antonio. No vamos a comprobar si desaparece con la sala, para un amigo que tengo...

El mago disimuló una sonrisa.

-Esa es una batalla en la que temo que ya he claudicado ante usted –suspiró él-. Quería preguntarle por qué siempre que configura la sala aparece esa estantería con dagas y cuchillos.

-Ah, bueno... Es que imagino la sala como cuando vengo a entrenar sola, pero no hay problema: el próximo día lo hace usted y así estará como prefiera.

-No, no me desagrada, mera curiosidad. ¿Los utiliza?

-A veces...

-Son armas muggles.

-¿Y eso le parece mal? –inquirió Bellatrix con suspicacia.

-Me parece curioso, únicamente –respondió él con una sonrisa.

-Es verdad que estas son muggles, pero las mías son mágicas, están malditas con diversos maleficios. Mi padre las coleccionaba y como siempre quiso un niño me enseñó a usarlas de pequeña. Cuando vio que con mis hermanas había más esperanza de que la familia prosperase dejó de prestarme atención, pero yo seguí practicando.

-¿Por qué?

-Ya se me daba muy bien, tengo fuerza y puntería... sería estúpido dejarlo. Además necesitaba alguna ventaja como duelista, por... bueno, por ser mujer –reconoció avergonzada-. Desde pequeña no me tomaban en serio cuando decía que quería ser duelista, así que comprendí que necesitaba ser la mejor con la varita, pero tener también otras armas por si acaso.

A Bellatrix no le gustaba hablar de ese tema, como de tantos otros. Solo con Grindelwald los trataba porque sentía que él no la juzgaba. Aunque quizá se equivocaba, ese hombre era un misterio absoluto. No le confesó que las armas muggles eran uno de sus grandes amores porque era lo único en lo que era mejor que Voldemort, pero sí le contó otras historias personales:

-En los Sagrados Veintiocho desde que los niños tienen seis años se organizan torneos de duelo. Para los niños, claro, para las niñas son clases de baile. Yo... A mí eso me daba mucha rabia. Así que elaboré un plan: me hice amiga de Rodolphus, que odiaba que le obligaran a combatir durante la hora de la merienda y le robé poción multijugos a mi madre. Es una gran pocionista. Me hacía pasar por Rod mientras él se quedaba en la cocina zampándose todo lo que preparaban los elfos. Y así podía practicar.

Hizo una pausa perdida en sus memorias. El mago no la interrumpió así que continuó:

-Toda mi vida fue así. Se burlaban de mí y no podía hacer lo que me gustaba... Practicar con estas armas me tranquilizaba –reconoció haciendo girar un puñal entre sus dedos- porque pensaba: "Os creéis muy poderosos con vuestras varitas..." (Es libre de tomarse esto como una metáfora) –comentó haciendo sonreír al profesor- "Pero el día que quiera os apuñalo y me hago una bufanda con vuestros órganos...". Bueno, yo los apuñalo y Andy me hará la bufanda, las clases de costura también me las salté.

El profesor y la mortífagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora