Capítulo 50

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El sábado por la mañana en el callejón Knockturn había bastante tráfico: brujas, magos y espectros de aspecto enfermizo que visitaban los siniestros establecimientos. Excepto la pastelería Bloody Wonders, que había colgado el cartel de "Cerrado por vacaciones". Junto a su escaparate estaba Bellatrix, cobijándose de la lluvia bajo el alero del tejado. No sabía qué hacer ni a dónde ir. Sus padres no se marchaban con los Malfoy hasta el día siguiente y no pensaba volver mientras estuvieran en casa. Se preguntó dónde estaría Andrómeda.

—Se habrá ido a vivir con el sangre sucia, sería de séptimo y habrá terminado ya –masculló con rabia.

Desde que su hermana le confesó su amor por un sangre sucia, había temido que aquello sucediera, pero aún así nunca lo creyó posible. Estaba segura de que entraría en razón y se le pasaría. O como mínimo, de que no la perdería tan rápido... Andrómeda era su favorita, se parecía más a ella que Narcissa (aunque solo fuese por el odio a los matrimonios concertados). Lo que más le dolía era que ni siquiera se había despedido. "Ya no es familia mía" decidió internamente. Y aunque la decisión fue firme, eso no frenó las lágrimas. No era justo, ella se había esforzado mucho, siempre había cumplido con lo que se esperaba de ella... Pero ahí estaba, sola.

Había un lugar al que podía ir: el hotel donde se alojaba Grindelwald. Pero no quería. No había nada que deseara más en ese momento que verse entre los brazos del mago, cuando la abrazaba no importaba nada más. Pero le daba vergüenza: era una chica de dieciocho años que había huido de casa como cualquier adolescente rebelde. "Es patético", pensó con una mezcla de rabia y tristeza, "No querrá estar con alguien así ni dos minutos". No quería que la viese en esas circunstancias, tan débil y perdida.

Se secó las lágrimas y empezó a deambular sin rumbo. Pese a estar en junio, hacía bastante frío, se arrepentía de no haber aceptado una capa de Eleanor y llevar solo el vestido y las botas. Utilizó un hechizo de aire caliente, pero cuando su efecto se pasó, no se molestó en renovarlo. Estaba contemplando el escaparate de una tienda de antigüedades cuando un mago de aspecto consumido le preguntó con voz malévola:

—¿Te has pedido, niña?

—No –respondió con sequedad.

Apresuró el paso, pero el mago la siguió.

—¿Seguro? Esto es muy peligroso para...

—Para mí no –advirtió ella apuntándole con su varita.

El mago replicó el gesto con su arma y se acercó a ella. Bellatrix contempló con asco sus dientes casi podridos y sus ojos amarillentos, sin embargo, no parecía un necio. Estaba segura de que sabía usar la varita, pues no apartaba la vista de la suya.

—Podemos llegar a un trato –susurró el hombre recortando la distancia que los separaba—, yo...

No terminó la frase. El mago no había desviado la vista de la mano derecha con la que Bellatrix esgrimía su varita; así que no vio como con la izquierda le clavaba un puñal en el pecho. Era un movimiento que requería mucha fuerza, pero en ese momento fuerza y rabia le sobraban... Además, como todas sus armas, el puñal estaba maldito. El mago cayó muerto al instante. A su alrededor varias personas se giraron:

—¿Lo ha matado esa cría? –susurró una arpía tremendamente anciana.

Nadie diría nada, en ese callejón nadie hablaría con un auror. Pero aún así, no era sensato quedarse. Bellatrix iba a huir cuando se dio cuenta de que todos los viandantes se alejaban repentinamente aturdidos. Solo un mago se abrió camino.

—Buen trabajo, señorita Black –la felicitó Grindelwald con calma absoluta.

El mago ejecutó un accio y recuperó su puñal. Con otro gesto de varita, transfiguró el cadáver en un hueso que pronto un perro krup callejero se llevó como trofeo. Grindelwald limpió el arma de sangre y se la tendió a Bellatrix. Ella la aceptó con mano temblorosa y, en ese momento, se cansó de ser fuerte. Abrazó al mago que la apareció sin mediar palabra.

El profesor y la mortífagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora