Capítulo 65

201 39 131
                                    

Nota: Antes de empezar, quiero daros las gracias a quienes seguís leyendo, votando y comentando. A mí me encantan las historias largas porque si una me gusta, no quiero que acabe nunca; pero entiendo a otras personas se le hacen pesadas y por eso ahora hay mucho menos movimiento. Por eso os estoy aún más agradecida a quienes seguís. ¡Espero que os guste el capítulo y Antonio os manda un lametazo!

*   *   *

—¿Bellatrix? —la llamó Grindelwald cuando regresó a la mansión a mediodía.

—¡En mi cuarto! —gritó desde su cama.

El mago acudió a su habitación.

—¿Qué haces aquí? Creí que habías quedado con tu insufrible amiga.

—Hemos acabado pronto y he estado entrenando. Estaba descansando hasta que llegaras —respondió Bellatrix.

—Eso es extraño. Tú sueles terminar de entrenar con más energía de la que empiezas, por eso es tan fascinante observarte.

—¿Solo por eso?

—Mm... Se me ocurren un par de motivos más —murmuró Grindelwald tumbándose junto a ella.

Eso hizo sonreír a Bellatrix. Grindelwald la ponía de buen humor con su mera presencia, desde el principio era así; pero, además, siempre tenía la palabra exacta y el gesto adecuado para complacerla. Estuvieron un rato retozando en la cama hasta que desde el comedor Didi les avisó de que ya estaba la comida; la elfina tenía un don para saber cuándo no era adecuado aparecer. Bajaron al comedor y se sentaron a la mesa.

—¿Qué tal te ha ido con tus... amigos o lo que sean? —inquirió Bellatrix.

—Como la seda. Eran extranjeros, nos concentramos en imponer nuestra visión del mundo mágico desde el centro de Europa. Inglaterra caerá por su propio peso.

—¿Lo haces para no meterte en el terreno de Voldemort o porque fuera de este país Dumbledore no puede vigilarte tan estrechamente?

—Ambas, supongo. Mi idea siempre fue empezar por Alemania, Hungría, Austria, Francia... Inglaterra nunca entró en mis planes, fue Albus quien me obligó a venir contra mi voluntad. Aunque ahora comprendo que para su desgracia, eso sí que fue por el bien mayor.

A Bellatrix, algo distraída con sus inquietudes, le costó comprenderlo. Para estar segura, preguntó (aunque eso disminuyera la magia):

—¿Te refieres a que yo soy el bien mayor?

—Para mí lo has sido —respondió Grindelwald con su sonrisa entre burlona y sincera.

Bellatrix respondió sonriendo también, esos detalles la emocionaban de verdad.

—Ah, esa vuelves a ser tú —murmuró él satisfecho.

—¿Cómo?

—Estás triste por algo y llevas todo el rato distraída. Soy extraordinariamente apuesto, Bellatrix, no estoy acostumbrado a que nadie piense en algo que no sea yo cuando me tiene delante.

La bruja abrió la boca, pero no se le ocurrió ninguna réplica mordaz. Así que le permitió ganar y reconoció que tenía razón. "¿Volvemos a la cama y me lo cuentas?" ofreció él. Bellatrix aceptó con un gesto de cabeza. Terminaron con el postre y subieron a su dormitorio. Se cambiaron de ropa para estar más cómodos y se tumbaron en la cama. Bellatrix le abrió un poco la camisa y preguntó dudosa:

—¿Puedo apoyarme o te haré daño?

—Estoy perfectamente, Bella, mejor que antes —respondió Grindelwald atrayéndola hacia su cuerpo—. Ahora que he sobrevivido al veneno de una serpiente gigante me considero inmortal.

El profesor y la mortífagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora