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Ciudad de Attos, reino de Eskambur - Grant Palace

Aunque Lady Candace estaba tan molesta como si hubiese sido a ella a quien Lucien e Iliam le habían estado mintiendo durante días; no fue capaz de resistirse al impulso de auxiliar al caballero cuando lo vio caer de la cama.

Primero intentó ayudarlo a ponerse en pie con sus propias manos, pero el de Bulloch era un hombre grande y pesado. Por lo que se vio en la obligación de  salir en busca de algún soldado o sirviente que si tuviera la fuerza para levantarlo.

Atravesó el pasillo recogiéndose la falda del vestido com ambas manos para ir más rápido. Sus tacones repiquetearon contra las baldosas negras y su respiración acelerada fue lo único llenando el silencio que había entre las paredes.

Era muy extraño, pensó, al notar que no había nadie deambulando en esa planta del palacio.

Sin embargo, más extraño le parecería lo que ocurriría a continuación. Pues en cuanto giró en la esquina que conducía a las escaleras, casi se chocó de frente con la figura alta y fornida de un hombre.

—¡Cuidado! —Exclamó él dando un paso atrás de manera instintiva.

Ella también retrocedió, y fue entonces cuando sus ojos almíbar se cruzaron con el par de luceros azules que pensó un día la verían marchar en una iglesia.

—Pietro Maskel —Apenas murmuró, anonadada.

Aquel nombre emergió de su garganta casi ahogado y sin saber cómo le atravesó los labios.

—Candace Varlett —Contestó él mucho menos impresionado —. Está en mi camino —Puntualizó con una seriedad casi brusca.

La doncella frunció el ceño todavía más confundida que antes. Para empezar, ¿Que demonios hacia ese hombre en el palacio? ¿A caso su rey no era un enemigo de Lucien y su causa?

Y como si eso fuera poco, ¿Por qué se atrevía a hablarle de esa manera? Hasta donde ella recordaba, de los dos era él quien había hecho más daños.

Algo que le habría encantando recordarle, pero no encontró el valor. Simplemente dio un paso al costado y le permitió continuar caminando.

Al mismo tiempo y del otro lado del palacio se encontraba en ese momento Maylea, quien junto al resto de sus hermanas tomaba el té en un gran salón.

La luz del sol se colaba tímida entre las cortinas, mientras Leonor desfilaba en el frente de la habitación. Iba envuelta en un majestuoso vestido color crema con boleros por todas partes y una abultada cola que según su tía Lady Galea, era lo último en moda en el extranjero.

Su andar era perfecto, con un equilibrio casi ridiculo para su edad, pues desde la forma en que vatia las inexistentes caderas, hasta su postura y la sutileza de su coqueteo, eran increíbles.

—Tenias razón —Dijo May siguiéndola con los ojos —. Llegado el momento, no habrá hombre soltero en Rhiannon capaz de resistirse a tus encantos —Sonrió.

Debatiéndose internamente a cerca de sí lo que acababa de decirle era bueno o malo. Su hermana todavía era muy pequeña, demasiado para querer usar sus atributos con el sexo opuesto.

—¿Solo los solteros? —Leonor detuvo el paso para permitirle ver la indignacion en su rostro.

Ella lo que quería, y tenía muy claro lo que quería desde que aprendió a pararse sobre ambos pies, era que todos se inclinaran al verla pasar. Independientemente de su estatus civil, títulos o dinero.

Quería ser la mujer que todo hombre en el imperio aunque fuera solo por un instante, llegara a desear.

—Los solteros y honorables —Afirmó la emperatriz —. Los demás solo te harían daño.

OSBORNE: El destino de una dinastíaWhere stories live. Discover now