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Ciudad de Ark, reino de Zoren - Palacio imperial

La princesa Gardenia se encontraba recostada en el marco de la ventana observando el paisaje de los jardines y también a su tío, el antiguo rey Víctor, quien aquella mañana abandonaba el palacio por la puerta principal, escoltado por Sir Deutch.

Parecía que tras varios tensionantes días de negociación, el viejo al fin se disponía a llevarle noticias a Lucien. ¿Buenas o malas? Gardenia no lo sabía.

Pues había decidido desde un principio que no tomaría parte en aquella locura. Su mente ya vacilaba lo suficiente entre la realidad y la ficción, como para someterse al estrés y el dolor, que traía consigo la guerra.

Su hermana Rose en cambio, parecía estar muy involucrada en aquel juego de poderes, quizás más de lo que en realidad le gustaría. Prueba de ello fue su repentina aparición en el pasillo. Estaba furiosa, tanto que se había puesto roja como un tomate.

Tras ella caminaba Theo, colérico también, pero al menos capaz de pronunciar oraciones completas.

Gardenia giró a verlos mientras discutían, pero estaban tan ensimismados, que no habrían notado su presencia ni porque se hubiese puesto a dar saltos como un mono.

—¡He dicho que no! —Exclamó su gemela, con esa mirada desafiante que tanto le gustaba usar y las manos llenas de anillos apoyadas en las caderas.

—¿Que parte no entiendes, hermanita? —Le respondió Theo, haciendo un esfuerzo abismal por controlar el tono de su voz —. No tenemos otra opcion.

—Es que no tienes otra —La rubia meneó la cabeza —. Tienes un millón y te sugiero que comiences a considerarlas —Dejó caer los hombros —. Porque te lo juro —Dio un paso al frente —. Me tiraré del último piso de esta torre antes de casarme con Ferdinand Cooper.

Gardenia frunció el ceño genuinamente confundida. ¿Un matrimonio arreglado? Y ¿Entre Ferdinand Cooper y Rose? ¿De quien habría sido tan terrible idea?

—Es un conde, es hermano de un rey y tiene tanto dinero como para solventar tus lujos sin que eso los lleve a la quiebra —Argumentó Theo, en un tono que sonó a regaño.

Casi parecía que le preguntaba a su hermana que cómo se atrevía a dejar escapar semejante candidato. Como si hablasen del príncipe heredero de un imperio o el más ilustre de los hombres sobre la tierra.

—Es viejo —Refutó Rose, levantando un dedo en el aire —. Amargado —Levantó otro —. Y ni siquiera está a mi nivel.

Sus tres dedos llenos de alajas destacaron en el aire, como un modo de enfatizar lo que llevaba la última hora repitiendo.

Su madre ni siquiera había sido capaz de mirarla a la cara cuando Theo lanzó tan descabellada propuesta en el salón del consejo. Mucho menos quiso intervenir.

—Y contrario a lo que crees, hermanito —Volvió a hablar —. No, un simple conde no puede solventar mis gastos; eso solo está al nivel de un emperador o un rey.

—¡Pues los sigo pagando yo! —Exclamó Theo ya harto de escuchar sus quejas —. Mientras ocupe el gran trono, no tendrás que preocuparte de que tan adinerado sea Ferdinand. Eso te lo prometo.

Rose sonrío burlesca y no porque lo que Theo proponía fuera imposible de ejecutar; por supuesto que un emperador tenía el dinero y poder suficiente para mantener a los miembros de su familia, incluso si estos eran tan despilfarradores como ella. Su burla se debió más bien a lo mucho que su hermano ignoraba la realidad.

Ellos no eran fichas de ajedrez en su tablero, dispuestos a dilapidarse con tal de mantenerlo en el trono, mucho menos si les daba órdenes en lugar de pedirles favores.

OSBORNE: El destino de una dinastíaWhere stories live. Discover now