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Ciudad de Ark, Reino de Zoren - Palacio imperial

Casi una semana después del excéntrico baile, Maylea agradeció que le ordenaran regresar al servicio de la Princesa Gardenia, pues lady verónica ya se encontraba bien de salud y en completa disposición para servir a la gemela malvada.

Aquella mañana el cielo azul estaba despejado, los pájaros cantaban y aunque la luz del sol se colaba por las ventanas, los aposentos de la joven Gardenia se encontraban completamente a oscuras. Primero porque se había negado en repetidas ocasiones a que las criadas abrieran las cortinas y, segundo porque estrelló contra el suelo todas las lámparas de aceite que había en su habitación.

—Ya le está dando de nuevo —dijo una de las criadas que abandonó la habitación, con los restos de las lámparas en una bandeja.

—Sabés lo que dicen, la locura es el peor castigo de los dioses —le respondió otra, cuando ambas pasaban junto a Maylea.

Quien tuvo que cerrar las manos en puños para aguantarse las terribles ganas de decirles lo que pensaba. ¿Cómo se atrevían a hablar de esa manera? La princesa Gardenia era por lejos, la persona más dulce y amable de toda la familia Real.

—Largo —la escuchó murmurar en cuanto empujó suavemente la puerta para poder ingresar a la habitación.

Pero no le hizo caso y en un silencio casi solemne avanzó a través del oscuro lugar hasta que logró encontrar la cama. Allí la vio acurrucada, aferrándose a las sábanas como un pequeño feto al vientre de su madre. Temblaba pese a que no hacia frio y lloraba sin emitir ningún ruido.

—Buenos días, Princesa —la saludó con una amplia sonrisa —. Ya estoy de regreso.

—Lo sé, Maylea. La estoy viendo —contestó Gardenia en un tono de voz apenas perceptible.

—No es verdad, tiene los ojos cerrados —ladeó la cabeza para observarla mejor.

Después de un año acompañándola ya estaba acostumbrada a esos episodios, pero continuaban doliéndole como si fuera la primera vez. Verla así, reducida a un ser que respiraba pero en realidad no vivía, siendo tan joven y hermosa, le rompía el corazón. En especial cuando en los pasillos comenzaban a murmurar que su locura había regresado.

—Tengo una idea —le contó con la voz cargada de energía.

—No.

—Por favor, Princesa. Tiene que ayudarme, Lady White me ha concertado una cita con un Capitán de la guardia civil y no quiero ir sola —dijo sentándose en el borde de la cama—. ¿Por favor? —Estiró la mano para apartar los cabellos que le caían sobre el rostro.

—No puedo moverme —sollozó Gardenia abriendo los ojos con lentitud—. Espero... —hizo una pausa— Espero que ese capitán sea el indicado, de verdad —le deseó entre dientes, pues ni siquiera parecía tener la fuerza suficiente para mover los labios.

—No lo sabré si no viene conmigo. No puedo ver en las personas lo que usted sí —dijo estirando ambos brazos para poder moverla.

Gardenia soltó un chillido de dolor, como si el suave contacto de la doncella le resultara insoportable, pero se calmó en cuanto ella la acomodó entre sus brazos y comenzó a acariciarle la espalda con lentitud.

—Está bien, no tenemos que ir a ninguna parte —susurró Maylea—. Nos quedaremos aquí hasta que la tristeza nos deje en paz.

—Bien —la escuchó murmurar.

Y ahí se quedaron, en medio de la oscuridad y el océano de sentimientos que ambas albergaban. Maylea por lo ocurrido con Lucien, que aun en sueños la atormentaba. Y Gardenia por lo abrumadora que podía volverse su mente de la nada.

OSBORNE: El destino de una dinastíaWhere stories live. Discover now