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Ciudad de Ark, reino de Zoren - palacio imperial

La princesa Rose apareció en el pasillo, contoneando las caderas con el brío que la caracterizaba y una enorme sonrisa dibujada en los labios. Lucien, que se encontraba dándole un par de indicaciones a Sir Iliam sobre cuántos días estarían en el palacio, no pudo evitar el ser distraído por su belleza.

—¿Esa es la pequeña Rose? —Preguntó el castaño desviando la mirada en la misma dirección que su rey.

—Ni siquiera lo intentes —Le contestó el moreno antes de estirar ambos brazos hacia los lados para abrazar a su prima.

—¡Al fin volviste! —Exclamó ella mientras se fundía en sus fuertes brazos.

Sir Iliam la recorrió con la mirada con tanto disimulo como le fue posible, pero es que para él era difícil creer que aquella niñita regordeta a la que siempre peinaban con un par de largas trenzas, se había convertido en semejante mujer.

—Yo también te extrañé —Dijo Lucien aspirando el olor a vainilla que emanaba de sus cabellos dorados.

—Parece que tuviste algunos días difíciles —Apreció ella cuando se separó de su pecho y notó las heridas a medio sanar que le destacaban en el rostro.

—Me caí de un caballo, nada grave.

—¿Estás seguro? —La princesa entrecerró los ojos dubitativa —. Sabes perfectamente que estamos aquí en caso de que necesites ayuda —Murmuró alternando la mirada entre su primo y la reina Maylea, quien se encontraba a casi dos metros de distancia, platicando con su hermana.

—Por lo que veo no ha cambiado en nada tu sentido del humor —Contestó Lucien inclinándose para darle un beso en la mejilla a modo de despedida —. Te veo más tarde.

—Por supuesto que no, tenemos que hablar —Le dijo antes de que pudiera marcharse —. En especial ahora que veo que lo dicho por Mercedes es cierto.

—¿Mercedes? —Frunció el ceño —. ¿Que pasa con ella? ¿Que te dijo?

—Lo mismo que tú tuviste la osadía de anunciarle a todo el imperio, que tu esposa no es una Jonsdotter —Le contó mirando de reojo a Maylea —. ¿Qué demonios está ocurriendo?

Lucien trago saliva con dificultad mientras intentaba asimilar las palabras de su prima, ¿cómo era que todos se habían enterado tan pronto?  Y ¿Por que parecían tan aterrados con la noticia?

—Me casé con la sobrina del general Jonsdotter, eso fue lo que me pidieron, fin de la historia —Dijo en su tono más relajado.

—Pues no es cómo luce —Rose lo sujetó de la mano —. Tienes que cuidarte ¿Ok? Olvida a la campirana, ella probablemente sólo quiere tu dinero, así que piensa bien lo que dirás.

—¿Lo que le dire a quien?

— Pues a la familia —Obvió la princesa girando el rostro para fijar la mirada en el grupo de soldados que avanzaban por el pasillo hacia ellos.

Se trataba de media docena de oficiales de la guardia civil, que altos y erguidos marchaban envueltos en los colores del emperador Theo. Frente a ellos caminaba la reina madre, con la elegancia de siempre pero cierta preocupación en el rostro.

—Madre —Saludó Lucien de inmediato, dando unos pasos para llegar hasta ella —. ¿Como te encuentras? —Preguntó antes de plantar un beso en el dorso de su mano.

—Mi vida —Sonrío ella deteniendo el paso —. ¿Que te ocurrió? —Quiso saber revisándolo con los ojos.

—No es nada —Intentó tranquilizarla el muchacho, ignorando por completo que el grupo de soldados habían seguido de largo.

OSBORNE: El destino de una dinastíaWhere stories live. Discover now