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Ciudad de Ark, reino de Zoren - palacio imperial

Los ojos almibar de la joven Candace vieron el fragmento de papel en el que estaba contenida la libertad entera de Sir Iliam, balancearse en el aire rumbo al suelo para ir a aterrizar a escasos centímetros de la punta del zapato izquierdo de Sir Deutch.

Toda la sangre de su cuerpo pareció ponerse helada cuando en lugar de estirar la mano y recogerlo, tuvo que enderezarse en su posición para dedicarle la mejor de sus sonrisas a la emperatriz.

A primera vista Katlyn parecía inofensiva, con sus cabellos siempre recogidos de manera que en su cuello largo destacaran sus joyas, sus rimbombantes vestidos y por supuesto su abanico, porque nunca iba a ningún lado sin ese artefacto; tal era su afición, que los tenia de todos los colores y tamaños. Era hermosa, de eso no había dudas, pero también era mayor y eso en una emperatriz era difícil de ignorar.

Quizás esa era la razón por la que continuaba sin agradar entre los nobles y plebeyos, bueno, esa y que a los habitantes de Rhiannon no les gustaban los extranjeros.

—Es un placer —Se obligó a decir la doncella con los nervios revolviéndole el estomago.

Al menos, se dijo, todavía no había desayunado, pues de haberlo hecho se habría vomitado allí mismo. Era una mentirosa terrible.

—El placer es mío —Contestó la emperatriz con ese acento Naksense que la delataría ante cualquiera —. ¿Iba hacia algún lado o puedo pedirle que se nos una un rato?

—Yo... —Candace intercaló la mirada entre el pedazo de papel y los ojos de la rubia —. Es que iba a...

—Creo que su alteza real pone algo nerviosa a Lady Candace —Intervino Sir Deutch ante su evidente incapacidad para formar oraciones completas —. Por cierto, no nos habíamos saludado mi Lady.

—Lo lamento Sir —Contestó avergonzada.

—Pierda cuidado, siempre es un placer verla —Sonrió él adelantando ligeramente el pie izquierdo para pisar con su bota el pedazo de papel.

Lady Candace se retorció las manos que tenia escondidas en la espalda y contuvo la respiración por un segundo. Estaba perdida.

—Así que ya se conocen —Notó Katlyn.

—Nos cruzamos solo una vez majestad, en realidad no he tenido el placer de conocer a Lady Candace aun —Explicó el soldado con los ojos azules fijos sobre la joven.

—Pero si el placer ha sido todo mío —Contestó ella esforzándose por mantener la voz firme —. Sir Deutch exagera.

—No sea modesta Lady Candace —Volvió a hablar la emperatriz —. Cuando una mujer es hermosa, debe dejar que el mundo la admire. Ahora si me disculpan, debo irme, me esperan en el salón para preparar los detalles del baile de invierno.

—Fue todo un gusto, majestad —La morena hizo una reverencia a modo de despedida.

La cual fue imitada por Sir Deutch, que permaneció quieto en su posición hasta ver que la figura de Katlyn se desvanecía a lo lejos. Entonces se quedaron a solas, la doncella, el pedazo mortal de papel y él, con esa expresión incorruptible de siempre en la cara.

Seguro que a un hombre tan leal como ese no se lo podía sobornar, pensó Candace con la mirada clavada en el suelo porque no era capaz de enfrentarlo; y es que aun cuando se pudiera, ella no llevaba encima ni una moneda de bronce.

El frió matutino la envolvió provocando que se erizaran los vellos de sus brazos desnudos, o quizás fue el miedo que borboteaba en su interior, en ese punto no habría podido saberlo; pasó entonces las manos temblorosas por su lacia cabellera negra y decidió hablar.

OSBORNE: El destino de una dinastíaWhere stories live. Discover now