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Ciudad de Ark, reino de Zoren - palacio imperial

Iba a explotar de la rabia, pensó Maylea, con los ojos puestos sobre su tía. La mujer, que por supuesto figuraba entre la lista de nobles invitados al baile de invierno, se había puesto roja cuál tomate cuando vio el espectáculo de su sobrina.

Y no es que no tuviera derecho a estar soltando chispas, después de todo, la broma de la reina se había salido un poco de control, pero el baile aun no terminaba y si no regresaban todos al salón, los rumores que correrían por todo el imperio al día siguiente, iban a ser peores.

—Creo que...

—¡Calla! —La interrumpió, de la misma forma que lo había estado haciendo durante los últimos veinte minutos.

—Pero tía...

—¿No me escuchaste, niña? —Preguntó deteniendo su histérica marcha, que consistía en ir de un lado a otro en la habitación. Entonces la miró a la cara —. Pero claro que no me escuchaste, tú, la reina de Eskambur, nunca has escuchado a nadie —Se quejó con fastidio —. Incluso cuando no eras la reina de nada mas que maleza y un castillo viejo, te negabas a oír.

Lady Galea suspiró al tiempo que se manejaba las cienes. ¿Qué iba a hacer con su sobrina? Tan hermosa como ninguna otra pero mas estupida que la mayoría.

—¿Qué sientes por Lucien? —Interrogó sentándose a su lado.

A ver si apelando a sus sentimientos e inocentes fantasías, conseguía dotarla de un poco de sentido común. De otro modo, todos sus planes se derrumbarían.

Maylea levantó los ojos almíbar con falsa timidez.

—Es mi esposo —Dijo encogiendose de hombros.

Su tía entrecerró los ojos, inquisidora.

¿Qué quería que le dijera? Se preguntó la jovencita. ¿Que cuando se despertaba por las mañanas y veía a Lucien aun dormido entre las sabanas, le encantaba acariciarle el puente de la nariz con delicadeza porque lucia muy tierno? o ¿qué él siempre recordaba ponerle tres cubos de azúcar a su café, aunque pensara que aquello era un crimen contra la salud?

O tal vez quería escuchar a cerca del día que fueron a la ciudad y pasaron por todos los puestos de flores porque el rey decidió que su reina merecía un ramo de cada uno.

Dioses, suspiró melancólica, eran tantas flores que casi no cupieron en el carruaje cuando iban de regreso al palacio.

—Lucien es gentil —Confesó entonces —. Conmigo y con mi familia, pero es como si siempre estuviera a la mitad de todo —Cruzó el brazo derecho por encima de su abdomen para sujetar el izquierdo —. A la mitad de creerme, a la mitad de permitirme conocerle, a la mitad quererme. No lo se, al principio nosotros...

—Al principio mi vida, todas las relaciones son un desastre —La interrumpió la mujer —. Pero una vez que conoces a la persona a tu lado y se entienden, encuentras el amor, te lo garantizo.

Maylea apretó los labios, incrédula. Que fantasía seria llegar a amarse de la forma en que se amaban sus tíos. 

Solo bastaba con ver la expresión en el rostro del general Jonsdotter cuando atravesaba la puerta de su hogar y veía a Lady Galea, era como si el mundo entero dejase de existir para que respirasen solo ellos. 

Era como lamentablemente Lucien miraba a Mercedes.

—¿La viste? —Preguntó con cierta vergüenza.

—Todos la vimos, luce espectacular y vaya que sabe hacer una buena entrada —Lady Galea asintió —. ¿Pero acaso no viste al hombre a su lado?

—Es solo un accesorio, tía. Mercedes quiere que Lucien se ponga celoso.

OSBORNE: El destino de una dinastíaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant