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Ciudad de Ark, Reino de Zoren - Palacio Imperial.

Si bien el príncipe Theo no respondió a la pregunta que Maylea le hizo acerca de escapar, a ella le basto con verlo cabalgando contra el viento como si pretendiera vencer a la gravedad, para saber que él también quería ser libre.

Sus ensortijados cabellos de oro, brillaban bajo el resplandor de un sol que amenazaba con desaparecer en el horizonte, mientras sus ojos azules recorrían el paisaje que los rodeaba. Se encontraban en medio del bosque, a poco más de quince minutos del palacio, sitiados por arboles altísimos y arbustos frondosos. Algo así como otro mundo.

Maylea respiró hondo y no pudo evitar sonreír, pues el olor a tierra le recordaba los viñedos que había en el castillo de su familia. Aquellos campos abarrotados de uvas entre los cuales deambuló con sus hermanos durante toda su niñez.

—Gracias —dijo haciendo que su caballo, el cual respondía al nombre de Koa, se detuviera justo al lado del Príncipe.

—¿Me habla a mí o a él? —Theo clavó la mirada en la lejanía.

—A usted, gracias por traerme.

—Pero si yo no he hecho nada, ha sido el buen Koa —contestó guiñándole el ojo.

—Pensé que estaría de un pésimo humor después de lo ocurrido.

—Lo estoy —dijo fijando sus ojos sobre ella—. Por eso he salido de Palacio. Prefiero cabalgar en lugar de decir o hacer cosas de las que luego voy a arrepentirme.

—Parece que será un Emperador muy sensato. Seguro que encontrará el modo de ser también buen marido.

—Lucien es un buen hombre —respondió Theo presionando ligeramente las piernas contra la cincha del caballo para que este retomara la marcha, en esa ocasión con lentitud—. Es leal a aquellos que ama y, haría lo que fuera por protegerlos.

—Pues ese es su problema, que es leal a quienes ama pero, ruin con quienes no, y yo nunca entrare en su corazón, así que ¿Qué saldrá de esta unión, además de la desdicha? —preguntó siguiéndolo de cerca.

El sonido de las aves cantando por encima de sus cabezas se mezclaba con el de las ramas de los árboles que eran sacudidas por el fiero viento.

—Mi madre dice que aunque no amemos a las personas, aprendemos a amar cosas de ellas, cómo los hijos.

—Su Majestad tendrá lindos Príncipes y Princesas con Katlyn, estoy segura, pero no sé si eso será suficiente para escapar de la adversidad —se sinceró—. Más no me malinterprete, espero que corra con mejor suerte que yo.

—¿Suerte? —el Príncipe río—. No sé si existirá un Imperio para cuando mis hijos nazcan, o si tendré hijos tras casarme con una mujer que me dobla la edad —obvió lo ridícula que era la situación—. A decir verdad Lady Maylea, ni siquiera se durante cuánto tiempo tendré la cabeza unida al cuello. Son épocas difíciles.

—¿Entonces por qué lo hace? —quiso saber—. ¿Por qué no permite la independencia de los Reinos y se dedica a lo que sea que lo haga feliz?

—Imagino lo lindo que debe ser ver el mundo a través de sus ojos —la miró, conmovido—. Con tanta simpleza.

—No dije que fuera simple —la doncella frunció el ceño.

—Y no lo es. Cuando te has estado preparando para algo durante toda tu vida, renunciar a ello es cómo renunciar a ti mismo. He sido el futuro Emperador de Rhiannon desde antes de nacer y, no hay un día de mi existencia que no haya girado alrededor de esa idea. Cada cosa que aprendí, palabra que dije o acción que realicé, ha sido con el único objetivo de llegar al trono —explicó con vehemencia—. Lo único que impedirá que lo logre, es la muerte —agregó. Los sueños bailaban en sus pupilas.

OSBORNE: El destino de una dinastíaजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें