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Ciudad de Ark, Reino de Zoren - Palacio Imperial

¿Bailar? Se preguntó Maylea con la mirada fija sobre Lucien, ¿Quién con dos ojos de frente se negaría a bailar con él? No solo era el soltero más codiciado del imperio, después del príncipe Theo, sino que además era guapo, adinerado, gracioso y, encima de todo la ayudó sin querer nada a cambio.

<< Los hombres siempre quieren algo>> Le pareció volver a escuchar las palabras de Lady White en una de sus lecciones. Pero continuó mirándolo a ese rostro casi perfecto, de cejas pobladas, pestañas luengas y mandíbula delineada. Y pese a toda la oscuridad que los rodeaba, le pareció que él era como un haz de luz, el sueño que ninguna mujer podía dejar escapar. Su madre iba a adorarlo, sus problemas económicos terminarían e incluso existía la minúscula posibilidad de que llegara a ser feliz. Eso si acaso lograba atraparlo, sí, atraparlo, pues si alguien solía escurrírsele de las manos a las damas en la capital, era el carismático Lucien de Osborne.

<<Los hombres siempre quieren algo, pero eso no significa que las mujeres no>> Se dijo en un intento de reunir el valor para hacer de una vez por todas lo que debía: Conseguir un buen marido.

—Está bien —le concedió—. Pero no quiero volver a ese salón.

—¿Por qué no? Será el centro de atención cuando la vean marchar a mi lado —argumentó Lucien con una sonrisa pretenciosa en los labios.

—Pues por eso —obvió Maylea dando un paso atrás para permitir que el aire gélido de la noche corriera entre los dos y, sus mejillas pudieran recuperar su tono natural.

—Entonces bailemos aquí —sugirió él, antes de conducir una de las manos enguantadas de la doncella hasta su hombro derecho, lo que provocó que ella sonriera de nuevo y que él se perdiera en su encanto.

Pues Maylea no solo poseía una sonrisa cautivadora, sino que además tenía un par de ojos grandes y almíbar, que lucían como una especie de trampa. Ese abismo al que podías caer si te acercabas demasiado. Algo así como un panal de miel para un oso, no importaba cuánto se resistiera, acabaría picado por las abejas sí eso significaba obtener al menos un poco de su dulzura. 

Lucien llevó la mano derecha hasta su pequeña cintura y extendió la izquierda en el aire a la espera de que ella la sujetara. A lo lejos se podían oír las voces de los invitados y la suave melodía interpretada por los músicos en el interior del salón pero, allí estaban solos, tanto que podían olvidarse de que él pronto se convertiría en Rey y que ella no era más que una dama de la corte.

Tan solos que si una criada o un mozo de cuadra llegaba a descubrirlos, nada ni nadie podría reparar el honor de Maylea pero, ella no estaba pensando en eso. En realidad no estaba pensando en lo absoluto, todo cuanto podía hacer era sentir; el aroma del Príncipe, el calor del Príncipe, el tacto del Príncipe, y la involuntaria forma en que su cuerpo reaccionaba a sus movimientos. Al menos hasta que en un error de coordinación Lucien terminó dándole un pisotón a sus zapatos nuevos.

—¡Ay! —no pudo evitar gritar Maylea, pues el dolor viajó por su pierna como un corrientazo.

—Lo siento —se detuvo enseguida un avergonzado Príncipe.

Ella sonrió para restarle importancia a lo ocurrido pero, mientras lo observaba cayo en cuenta de que estaba demasiado alcoholizado como para ponerse a bailar en medio de semejante oscuridad.

—¿Y si volvemos? Ya deben estar por salir todos —sugirió abanicándose el rostro con una mano, pues por alguna razón sentía un calor apabullante.

—Claro, pero... —comenzó a decir él al tiempo que se inclinaba hacia ella.

En aquel momento Maylea sintió a todo su cuerpo tensarse, ¿Qué estaba a punto de suceder? Sus nervios aumentaron a tal punto que pensó que iba a vomitar. El corazón le latió con más fuerza y su respiración se volvió irregular ¿Debía moverse? ¿Gritar? ¿Correr? No lo sabía y, no tenía tiempo de pensarlo. Fue solo cuestión de segundos para que el rostro del Príncipe estuviera sobre el suyo, buscando sus labios con una urgencia que solo podía ser propia de un animal, al tiempo que con sus fuertes brazos la aprisionaba.

OSBORNE: El destino de una dinastíaWhere stories live. Discover now