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Ciudad de Attos, reino de Eskambur - Grant Palace

Sir Iliam atravesó el arco cóncavo de la puerta que conducía al patio de armas y no pudo evitar fruncir el ceño cuando notó que todos los soldados se encontraban formados de espaldas a la salida del palacio, con los ojos clavados en el suelo y los músculos quietos cuál estatuas.

Separó los labios para preguntarles de que se trataba todo eso, pero la presencia de Lady Candace formada a pocos metros de distancia cómo si fuese una recluta más, llamó su atención.

—¿Por que nadie me aviso que estábamos en medio de un juego? —Preguntó parándose a su lado con ambas manos cruzadas en la espalda.

La jovencita lo miró a través del rabillo del ojo como señal de que había escuchado su pregunta, sin embargo no contestó.

—Lo siento mi lady —Se excusó el caballero de inmediato —. No conozco las reglas del juego, ¿Se supone que tampoco podemos hablar?

Inclinó ligeramente la cabeza en su dirección para acercarse a su rostro.

—Quiero pensar que la cercanía de mi lord se debe a una inocente confusión y no a una falta de respeto —Dijo Candace con la seriedad sobre el rostro como un velo.

Iliam retrocedió entonces a su posición inicial, pues nunca la había visto ser tan rígida.

—Mi lady —Habló con cierta cautela —. ¿Puedo preguntar la razón por la que está molesta conmigo?

La jovencita bufó conteniendo una amarga risita. Además de haber estado coqueteando con ella en las últimas semanas mientras sostenía una inescrupulosa relación con la reina madre, ¿se atrevía a hacerle ese tipo de preguntas? Como si no tuviera una veintena de pecados por los cuales ser juzgado.

—Cometeré una verdadera falta de respeto si mi lady no me responde —Insistió mirándola de soslayo.

Y aún cuando Lady Candace no podía jactarse de conocerlo a la perfección, creyó en sus palabras, por lo que se forzó a hablar.

—No estoy molesta con usted, Sir Bulloch. Malinterpreta mis sentimientos.

—No —El castaño agitó la cabeza —. Puede que me equivoque en muchas cosas. Pero nunca a cerca de los sentimientos de una mujer —Aseguró confiado —. Ha estado distante durante días, ¿A caso la he puesto en una situación incómoda?

Preguntó intentando traer a su memoria los recuerdos de la última vez que habló con ella, en busca de cualquier error.

—No éramos amigos en el pasado Sir, no veo porque lo seríamos ahora. Aprecio lo que hizo por mi en Ekios, pero creo que esa deuda está saldada —Contestó con firmeza.

—Si aún tuviera un corazón, le garantizo que sus palabras lo habrían roto —Murmuró aparentemente conmovido —. Yo si la consideraba mi amiga.

La morena giró el rostro para mirarlo a la cara, sintiendo como el impulso de decirle que jamás quiso ser su amiga, le palpitaba en el pecho.
Pero ¿Que derecho tenia? ¿A caso algo más allá de un par de encuentros fortuitos los unía? Era una tonta, que permitía a su corazón quedar flechado por hombres que ni siquiera le habían arrojado flechas.

Eso era lo que quedaba de ella después de Pietro, la agobiante necesidad de que alguien la quisiera, de marchar vestida de blanco y de tener, cómo había dicho Sir Deutch, una cuadrilla de niños.

—Sir Iliam, yo... —Intentó hablar.

Pero la voz del emperador Lucien sonó por encima de la suya, ordenándole a los hombres que era tiempo de marchar.

OSBORNE: El destino de una dinastíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora