CUARENTA Y NUEVE

29 11 0
                                    

Aquí es, ¿recuerdas? La casa editorial que tiene la dignidad suficiente como para publicar mis novelas y continuar siendo digna. No te dejes engañar por esa escalera pronunciada ni por las cascadas artificiales ni por el diseño de la enredadera, ya que todo eso está precisamente pensado para impresionar. El blanco impoluto lo consiguen repintando el edificio todos los años. Si no lo hacen, los que trabajan todo el día con papel blanco acusan las capas grisáceas de suciedad.

La imagen es lo que mueve al mundo. El sonido es lo que lo fija. Una paradoja como pocas.

—¡Eh!

—¡Hola, hola!

—¡Qué pasa!

Cosas por el estilo sueltan algunos empleados a modo de saludo. Meros escudos para no tener que platicar más de la cuenta, porque aquí todos somos un tanto introvertidos. Retraídos todos.

Entramos en el cuerpo principal del edificio. Una gloriosa recepción, escaleras anchas y ascensores vitrina. Tomamos uno de estos hasta la segunda planta. Ya no me apetece pasar a saludar a Lionel, así que sigamos por el pasillo. La oficina de mi editor queda al fondo. Aquí están los cuchitriles donde trabajan los revisores de borradores. Sus reportes significan la gloria o el hundimiento de los ilusionados escritores. Yo les regalo golosinas cuando me siento generoso para alegraros y así conseguir acaso un reporte favorable para algún novato allá afuera. Uno que pague pasta, naturalmente. (Será otro de nuestros secretos, ¿vale?)

Nada más entrar en la oficina de mi editor, este se saca los lentes y sonríe de oreja a oreja. Hago las presentaciones de rigor. Él ni se molesta en levantarse de su sitial.

—¿Todavía insistes con esa prueba de concepto o ya la desechaste?

No me mires así. Sí sé que ha dicho «prueba de concepto». Al menos ha tenido el buen gusto de llamarlo así y no experimento a secas. Pero sentémonos antes de todo. Cuando hablo de negocios no me gusta que me agarren el pelo.

—Va muy bien —digo.

—Es la del narrador sospechoso, ¿cierto? Es que tengo tantas novelas entre manos...

Es su manera de demostrar que no le importa mi trabajo. De paso se hace el interesante frente a ti, ya que no te conoce. En realidad es él quien tiene las manos más desocupadas de toda la editorial. Se la pasa enviando o respondiendo correos. Correos de literatura repetitiva y lastimosa, por si tienes dudas.

—Ya está terminada. O casi. Quiero mi pago.

—¿No te enseñaron modales? Es de muy mal gusto venir y pedir...

—Me queda el último capítulo, pero sin pago tiraré todo a la basura. He estado tentado de hacerlo.

—¡Hombre! Tenemos un compromiso. Hay una cláusula que indica...

—Me conozco las cláusulas de memoria. —Para que conste, las he olvidado; las leí una vez y con prisas por querer firmar el contrato editorial cuanto antes. ¡Es el error que cometen todos los novatos!—. En caso de que bote a la basura mi material, estoy a tiempo de escribir otro relato. Mis dedos no conocen otra ocupación.

El editor se acomoda las gafas. Luego, cruza sus manos sobre su barriga. Es raro verlo considerar una cuestión. Yo no soy un superventas. Tú lo tendrás más que claro. Para la editorial mi participación no es mayor a la del conserje, pero en el mundo de las letras, al ser una forma de arte, nunca se sabe cuándo la mariposa abandona la crisálida. Como ha ocurrido tantas otras veces, hay escritores que cobran fama por vicisitudes que nada tienen que ver con ellos. Muchas veces la fama les llega cuando están muertos.

—Es una prueba de concepto que puede enganchar —dice finalmente encogiéndose de hombros—. No me gustaría perder la oportunidad de ofrecer algo nuevo a nuestros lectores. El reporte decía que cada lector participaría de la trama y que el resto de personajes serían conscientes de su presencia... ¿Un último capítulo dices?

Asiento lentamente. Me parece que tengo al toro por las astas.

—Comprendo —continúa mi editor—. Haremos algo. Deja tu material con mi secretaria. Será una especie de garantía. Termina tu capítulo cuando quieras, porque yo te pagaré por algo que pueda tocar. ¡Imagínate pagar un sueldo a alguien que no entregue su trabajo! Al directorio no le gustaría lo más mínimo.

—Puede que ese último capítulo no lo termine escribiendo...

Lo digo para fastidiar más que nada, pero se ve que él se lo toma al pie de la letra; será por costumbre.

—¡Qué más da! Si te crees imprescindible, pues resulta que no lo eres. ¿Crees que no tengo una legión de escritores fantasmas sedientos por ser de alguna utilidad? Basta con hacer un llamado y puedo tener ese último capítulo escrito hoy mismo.

—En cuanto a los derechos de autor...

—¡La editorial tiene la última palabra! Estás jugando con fuego. ¿Tu mamá te enseñó lo peligroso que es eso?

—Muy gracioso, jefe. Tendrá su último capítulo, pero eso dependerá de mi colega aquí presente.

Te inspecciona por segunda vez como si fueras la portada de una edición de coleccionista.

—¿Quién vendrías siendo tú?

Comienzas a balbucir una respuesta. Intervendré para sacarte del apuro.

—Mi colega prefiere no revelar su participación en todo esto. Diré que ha sido vital en esta historia. Y será vital en el último capítulo.

—Ah... —suspira el editor, exhausto—. Tú y tus experimentos. El día en que sigas los consejos que te damos será también el día en que dejes de escribir. Es una pena que haya tipos como tú, pero lo nuestro no es la arquitectura... Sin embargo, querría darte un único consejo.

—¿Asentar cabeza?

—¡Nada de eso! ¡Deberías escribir algo que se pueda vender!

Golpe bajo, pero sonrío francamente. Algo que se pueda vender... Tendría que salirme de este rubro, porque el abecedario no está a la venta. Lo que se vende es la entretención. Tú sabrás juzgar si esto que hago es entretenido, aunque temo que no quieras saber más de mí luego de que te dé una explicación.

Después de todo has llegado hasta aquí, así que te la mereces.


ENTRAMADOS POR UN CADÁVERWhere stories live. Discover now