DIEZ

57 14 2
                                    

Ahora que hemos llegado me verás trabajar... o casi.

Si sigues a mi lado es que realmente te mereces un premio. Estar aquí es un hito. Dado que ignoro quién eres (no me malinterpretes, me encanta tu compañía y me acostumbro rápidamente a ella) y dado también que ya te presenté como mi agente literario, me honra hacerte partícipe de ciertas triquiñuelas indecorosas que a estas alturas reconozco propias del rubro.

Cada uno toma atajos según el lugar a dónde quiera llegar. Ven, te mostraré uno de los míos.

El edificio al que entramos es donde está la editorial que, para bien o para mal, decidió publicarme. Allá arriba está el logotipo. Puede que la reconozcas. En caso afirmativo, puede que te sorprendas.

El atrio de la recepción es impresionante. Vamos a los ascensores del fondo. Hay una planta lleno de revisores pegados a sus computadores. Vamos uno más arriba, a un lugar muy especial (al menos para mí). Ahí es donde actualizo mi conocimiento. ¡Es un tesoro! Pronto comprenderás.

El pasillo es sombrío, a pesar de que a todo lo largo hay ventanales. Esos ventanales, si te fijas bien, dan a otro espacio interior muy grande. Es como el interior de una casa seccionada o, mejor aún, como la mitad de una maqueta de una casa ampliada a una escala humana.

«Pero si estamos en un edificio», te estarás diciendo al ver que el interior abarca dos plantas. ¿Y qué? ¿Creías que esta no iba a ser una editorial grande? ¿...porque me publican? Vamos, vamos, mejor borra esa cara de incredulidad.

Sobre la puerta hermética hay una ampolleta roja. Está apagada, por lo que podemos entrar.

Adelante, pasa. Casi te piso los talones. Cierro la puerta. ¿Notas cómo tus oídos dejan de respirar? Cualquier ruido se oye nítidamente en este nuevo espacio. Una vez oí un balazo...

—¡Debí cerrar la puerta!

Un tanque de hombre nos saluda desde un rincón de esa casa seccionada. Sobre los gruesos labios lleva un impecable bigote negro. La piel morena es algunos tonos menos oscura.

—Brindaría a tu salud, Li, pero estoy seco.

—Aguántate, soldado. ¿Con quién te paseas?

Te apunta, posando sus desorbitados ojos en toda tu persona. Estar cerca de Lionel es como ser un excursionista contemplando una montaña. De ahí su voz a lo Barry White.

—Hum... digamos que es mi confidente; una tumba en cuanto a lo que conversemos aquí.

—Pronto grabaremos... ¿Te pasas luego?

—Solo unos minutos. Me están apretando el cogote.

El hombretón se suaviza con las desgracias del resto. Lógico, dado que su corazón ha de ser enorme.

—¿Tan mal estás?

—No más de lo normal. Necesito alguna idea. Algo fresco. —Dudo unos instantes, porque no me gusta repetirme... ni ser predecible—. Lo de siempre, me temo.

—Venid, venid.

Nos escudamos tras su espalda en dirección a la mesa de centro que nadie se quisiera; cada una de las sillas es distinta, cada extremo de la mesa es de un material distinto. También ocurre con los sillones. Fíjate en el suelo. Aquí hay una alfombra, aquí hay listones de madera, aquí hay cemento. Sobre la mesa hay hule, plástico, vasos de vidrio y vasos de cerámica. Etcétera, ya que no vinimos a recrearnos con los objetos ni con el lugar.

—¿Te sorprende? —pregunta Lionel dirigiéndose a ti. Rayos, yo sabía que esto iba a pasar. Le fascina mostrar dónde trabaja—. ¿Primera vez que estás en un estudio de grabación radiofónico? Por tu cara diría que sí. Para muchos es como entrar en una caja de juguetes revueltos. Nada se repite, porque cada objeto tiene un uso para los estilos de la obra. Hoy me toca actuar para un drama espacial. Ciencia ficción —agrega por si no estamos capacitados para entender.

ENTRAMADOS POR UN CADÁVERWhere stories live. Discover now