CUARENTA Y SEIS

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En la recepción no nos miran con distinción. Debemos acercarnos para llamar la atención.

—¿Una habitación?

—Ya la tengo, gracias. ¿Se encuentra Don Carlo?

—Me temo que no está disponible. Si gusta dejar un recado...

—Dile que su amigo escritor le tiene novedades. Verás cómo viene corriendo.

La recepcionista ni parpadea. Coge el auricular con desánimo, pero apenas percibe la emoción al otro lado de la línea se endereza y parpadea sorprendida.

—Sí... —consigue decir una vez que corta la llamada—. Don Carlo viene enseguida.

Yo soplo el humo de una pistola invisible. A todo esto, el revólver lo llevo en el cinto. En la cárcel me lo devolvieron descargado. Quizás por intervención de Rami tuvieron la decencia de pasarme la bala aparte. La metí en el barril apenas dejamos atrás la cárcel. Nunca se sabe.

Don Carlo aparece con prisas. Contiene los saltitos de ciervo tal y como predije. La recepcionista debe taparse con una mano la sonrisa que brota entre sus ardorosas mejillas.

—¡Querido amigo escritor!

—Le traemos nuevas con respecto a su encargo...

—Aquí no, aquí no. —Pide disculpas a huéspedes invisibles—. Vayamos a donde no nos puedan oír.

Nos dirige a una salita con pinta de biblioteca truncada a su mínima expresión. Hay una mesita, hojas y bolígrafos. Es una herencia de épocas pretéritas en donde se redactaban cartas de puño y letra. Es increíble que no la hayan reemplazado por una sala con televisor. Don Carlo cierra la puerta y nos alienta con el alzamiento de sus cejas.

—Averiguamos el paradero de Rosa.

—¡Eso es fantástico!

—Rosa está en el otro mundo.

—Eso... Explíquese, por favor.

—¿Hace falta? Rosa está muerta. Marchita —agrego para ser poético.

Don Carlo se reclina como si fuese a vomitar. Por acto reflejo me aparto. Tú harías bien en apartarte también.

—Rosa...

—Murió de un paro cardíaco. No tengo más detalles, pero sé quién los tiene.

Cojo un papel de la mesita y con un bolígrafo anoto el número de Rami Zeb. Que él se encargue de dar más explicaciones; aun así creo que estoy siendo muy amable con él.

—¿Y esto? —pregunta Don Carlo cogiendo el papel.

—El paradero de Rosa. Cumplí mi promesa, Don Carlo.

Él avienta la mano apartándonos a la vez que asiente. Aún no se endereza del todo. Ya se repondrá, pero no tenemos por qué quedarnos aquí. Él cumplirá su promesa y yo tendré el equivalente a un mes de hotel en dinero contante y sonante. ¡Con eso podré pagarle a Rami! Un círculo que se cierra gracias al débil corazón de Rosa Bevilacqua.


ENTRAMADOS POR UN CADÁVERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora