CUARENTA Y TRES

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Estamos en la cárcel. La inmundicia de la celda nos fuerza a mantenernos de pie. En el rincón más oscuro reposa uno al que le han dado una grandiosa tunda a palos. Tiene pinta de orangután. Nadie se molestó en limpiarle la sangre seca de las heridas, las cuales parecen parte del tapiz de tatuajes.

Para serte sincero, no quisiera que él se incomodara con nuestra presencia.

Sé que durante el trayecto en el coche te preguntabas quién me llamaba al teléfono. Yo también me lo pregunté, pero ni siquiera lo puedo imaginar. Quienquiera que estuviera del otro lado estaba impaciente, pero ni así el policía se dignó a mirar el teléfono. Habrán sido los del manicomio, debido a que dejé mi número en el formulario. Suelo dejar números inventados, pero esta vez estaba demasiado distraído como para engañar a mi mano.

—¿Alguno desea realizar alguna llamada? —pregunta el carcelero sopesando la porra.

Oigo cómo el orangután cambia de posición en el rincón, pero no se incorpora.

—Si no me hubieran quitado mi teléfono, sabría a quién llamar.

—Si te hubieras portado bien allá afuera, no te habríamos quitado tu teléfono —filosofa el carcelero.

—Tú no sabes qué pasó.

—¡Claro que sí! Las historias de los presos me divierten más que las de la televisión. En vuestro caso, maltrato y alboroto en un manicomio.

—Estupendo. Somos los locos, ¡devolvednos al manicomio!

—Muy listo, pero han dado orden de restringir vuestra entrada para siempre. Volvisteis más loquito al loco con que hablasteis.

—¿Max?

—Yo qué sé cómo se llama. —De pronto parece acordarse de algo muy importante—. ¡Una llamada! ¿A quién llamaréis?

Quiero aprovechar esta oportunidad, pero ignoro a quién puedo llamar. ¿Y tú? Hum... Si no quisieras estar aquí, es cosa de que te marches. Por lo tanto, me estás dejando manejar la situación. Quieres ver cómo nos saco de esta... otra vez.

—Da igual... —digo—. No conozco a políticos ni a abogados que me puedan sacar de aquí.

—Entonces acomodaos lo mejor posible.

Lanza una mirada risueña al rincón más oscuro de la celda. No quiero mirar en aquella dirección, porque sé que me puedo encontrar con el brillo de los ojos del orangután.

El carcelero se aleja. Acércate. Hay algo que quiero conversar contigo. ¿Te das cuenta de lo mucho que hemos avanzado? Creo que es hora de que recopilemos la información y veamos qué podemos sacar en limpio.

Guardo una hoja de papel en el interior de la solapa de la chaqueta y tengo una punta de lápiz en la hebilla del cinturón. Parecerá extremo, pero si hay algo urgente que debo anotar y por algún motivo me he olvidado mi bloc de notas o he perdido el lápiz, estos son mis últimos recursos.

Anoto los acontecimientos de la última semana en relación a Morton.


Lunes: Visita a Max en manicomio.

Martes: Quiebre con Luci.

Miércoles: Película en compañía de un incógnito.

Jueves: Despedida sin Luci.

Viernes: Vuelo a Tailandia.

Sábado: Luci es espiada.

Domingo: Sin novedades.


¿Alguna acotación? Sí, ya lo creo. La visita del lunes fue en compañía de Luci. ¿Esto no te hace pensar? A mí sí. Y mucho. Veo causas y efectos; será mi insistencia en crear tramas que fluyan como un río. Por ejemplo, el día martes sigue al día lunes. ¿Qué vemos el martes? Que Morton rompe con Luci... ¿O es al revés? Luci quiebra con Morton. ¿Por qué? Bien puede ser por algo que ocurrió el día anterior.

En adelante Luci queda fuera. Y el miércoles sabemos que Morti acude a un cine en compañía de un extraño. O acaso de alguien que conocemos, pero ignoramos quién es. Ha de ser alguien de confianza, porque ¿quién se sienta a ver una película con una persona si esa mismísima persona te incomoda?

El jueves se hizo la despedida. Max acudió a ella, razón por la cual yo no asistí. Y está que el viernes Morton nos dejó... supuestamente. ¿Qué hizo el sábado y el domingo? Ni idea, aparte de que el sábado espió a Luci. No obstante, esto me lo creo tanto como si Luci asegurara haber visto a un fantasma.

Y luego Morton aparece colgado en el vestíbulo de mi cuarto de hotel. Propongo hilar los acontecimientos. Yo diría que Luci está envuelta en todo esto...

A nuestras espaldas oigo el crujir de un taburete. Guardo el papel en mi chaqueta. Miro por sobre el hombro. Tú también deberías moverte con cautela. Siento cómo el orangután se aproxima a nosotros. Estate atento y con los puños apretados.

—Esta es mi celda.

Glup.

—S... Sí, nosotros ya nos vamos.

—Eso está muy bien. Que sea pronto.

Para reforzar la amenaza hace crujir sus nudillos. ¿En qué mala película nos hemos metido?

—Estamos aquí por un malentendido. Hicimos algún alboroto en un manicomio —digo con mi gran bocaza que está mejor callada.

—Un malentendido, ¿eh? A todos nos meten aquí por lo mismo. Es un malentendido que machacara el cráneo de mi mujer por acostarse con otro. Me deben tener en una celda de alta seguridad, pero me tienen aquí porque me peleé en un bar en donde me emborraché para quitarme el molesto temblor de las manos.

—¿Cómo es posible...?

—Aún no descubren el cadáver de mi mujer.

Me quedo tieso. Siento que tú también.

—Yo también ahogo las penas en mi bar favorito —oigo que dice mi bocaza—. El Brooklyn —añado sin estar seguro de que sirva de algo.

—¡El Brooklyn! De ahí vengo —ríe el orangután—. Conocerás a Jack... —Me da un tiempo a responder, pero lo dejo pasar—. Es el hijo de puta que me quiso cobrar la cuenta. La pagó más cara él que yo y eso que salieron a defenderlo varios lameculos que se emborrachaban ahí.

Yo hubiera sido uno de esos lameculos de haber estado allí. Jack Walker es una de las mejores personas en la faz de la Tierra. Y ahora asumo que estará en coma en algún hospital. Adiós a la posibilidad de pedirle un favor para que nos saque de aquí.

—Tienes cara de estar en el funeral de tu madre —ríe otra vez el orangután.

Estamos jodidos.

—Es la primera vez que estoy en la cárcel.

—¡Una virgen! Tienes edad suficiente para pasarte por aquí. Te hará bien. Al principio nadie se lo cree, pero después de estar junto a un buen puñado de escoria humana te das cuenta de que no eres tan malo como te pintaban. Me levanta el ánimo estar entre rejas.

Glup. Glup.

—Gracias... por el consejo...

—¡Silencio! —grita el carcelero en nuestra dirección.

El orangután se retira a su rincón. Nosotros nos quedamos tiesos. Aparece el carcelero, pero no está solo.

Si hubiera tenido que adivinar con quién viene, me temo que hubiera fallado cada uno de los tres intentos.


ENTRAMADOS POR UN CADÁVERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora