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Érase en una pequeña sociedad donde los colores, las texturas y los cuerpos no eran imitaciones ni parecidos.

En su suelo habitaban pisadas de todos los tamaños y formas, algunos con figuras en la planta y otros con la descalces del devoto. Era un desorden de pisadas que desaparecían con el pasar de los minutos, que se derretían junto con la despedida del invierno.

Huellas de manos decoraban las tiendas. Todas con sus propias características y detalles, es decir, cada una de ellas eran irrepetibles de las demás tiendas. Únicas. Eran de aquellos que entraron con una mochila y se fueron con otra. De aquellos que dejaron su mochila para buscar una nueva. O de esos que obtuvieron una mochila sin intención de quererla. Eran de esas personas agradecidas que dejaron su bendición en este pequeño lugar.

Y en cada muro, cada puerta y techos había pintura con su significado, con su simbolismo de las distintas creencias, miradas o conocimiento. Eran las huellas de los sobrevivientes.

El mundo estaba entre esas piedras y el hombre estaba en el mundo.

Aunque esas piedras no contenían una ilusión distópica, al contrario, lo que fueron construyendo con el tiempo era muy semejante a la realidad del mundo del hombre. Vivían con reglas pero con comunicación y no eran una unión uniforme. Sí que había tantas reglas que causaban sus diferencias pero no vivían con la guerra. Eran comunidades, una locura de falsa sociedad. Una sociedad similar y diferente a otras.

En fin, la entrada estaba cerrada con llave para el hombre del mundo pero su salida siempre estaba abierta.

Cenicienta recibió la oportunidad a través de unas golondrinas doradas y un mapa quemado. El secreto estaba entre la timidez de las acciones pero esto llevó a una furia descomunal. Ella había tomado su decisión por desesperación pero su pensar le hizo avergonzarse de tal decisión y de desear revertirlo. Así que el terror la consumió en furia.

Con la aproximación de la primavera y con un cuerpo tan diferente a cuando llegó a ese reino una nueva decisión iba a poner en acción. Acción que ponía en un nuevo riesgo al círculo, pero las golondrinas ya lo veían venir y preparados estaban ante las probabilidades.

Cerró su maleta, agarró sus pertenencias y se dirigió a la salida. Nadie dijo nada, nadie físico la detuvo pero sí las sombras de las acciones. La detenía el aroma de la comida que estaba haciendo Felicia en la cabaña y el calor de su interior. El borboteante sonido del agua que le había llamado la atención unos días anteriores. La carcajadas de los niños a la lejanía o su alegría cuando intentaban invitarla a jugar. Los colores que pintaban a lo alto de algunas tiendas y del que quería conocer su razón. El viejo perro que la visitaba en la tienda cada amanecer.

Sentía algo dulce entre tanto miedo de ese lugar. Y no podía dejar de pensar en devolver el abrigo que le dio la niña como excusa para ser rechazada y quedarse a ayudar en la pequeña senda de flores de Nikolai. O dejar de pensar en las palabras de Harry antes de irse a dormir. Esos desconocidos le hacían dudar de su decisión.

¿Por qué esa decisión? ¿Por qué cuando ahí estaba el bumerán de la oportunidad? Porque no podía luchar contra su cabeza. Su vida no pertenecía a un mundo irreal. Y porque se prohibió escuchar a su instinto que le expresaba con desesperación su verdadero miedo y a su corazón lo que deseaba.

Sin embargo, no retrocedió. Su enojo hacia el reino y hacia su vida, su familia, su final le daban fuerzas a sus pies.

Se enfrentó al alto muro de rocas. Su cuerpo no dudo pensando en los escupitajos de la gente de los reinos, en los gobernantes; de las carcajadas de esos dueños sobre los otros y de sus escrituras que causaban oscuridad en su alma; de las figuras dibujadas en las piedras; en la repulsión hacia los hombres del lugar y del amor de las mujeres al enseñar a sus hijos.

Todos esos extraños, esos fantasmas y su razón la sacaron del mundo de las probabilidades.

Hasta que pudo soltar todo el aire. Sola en un frío bosque, sola en una tierra que estaba lejos de su casa. Sin nadie, ni un camino para seguir.

Vamos a cruzar el bosque de la vida
te vas a asustar te sentirás perdida
es tu noche negra tendrás que vivirla

¿Qué podía hacer? Ahí estaba el espectro de su realidad: nada. Sin un presente ni un mañana. ¿Qué podría hacer después?

En el mundo de los hombres no había salidas ni tampoco alguna entrada.

Lo más cercano a sus deseos era poner fin a todo. Era escuchar ese constante llamado de la defunción.

¿Cómo? ¿Cómo lo iba a hacer? Tampoco sabía.

Cayó derribada hacia el suelo mojado. Las lágrimas empapaban sus mejillas.

Dónde estás mi cielo,
dónde vas si te pierdo
ahora morirás
donde estas te busco
si te vas solo
se que tu me encontraras

— ¿Por qué terminamos así? ¿Por qué, cuando podía darte todo? ¿Por qué tuviste que ser así? Quiero volver a ti, quiero que todo sea diferente pero no puedo —. Las palabras se enredaron al ahogarse con su saliva. — ¡No puedo! No puedo vivir ahí sin morir, no soy la mujer que necesitas. Soy una cualquiera que no puede darte lo que mereces —. Llora en desesperación. — Te necesito, te necesito aquí conmigo y que me digas que hacer. Te necesito por favor.

Cayó en lo más profundo hasta romperse por completo. El aire era errático y su cuerpo sufría espasmos.

Una leve llovizna mojo por completo a su cuerpo.

— ¿Por qué mi vida es así? Este no es el final de los deseos.

Buscarás su rostro entre los espejos
y no habrá más sombras
todo quedó lejos
nunca estés vencida aunque todo falle
busca otro camino siempre habrá salida

Apretó los puños y se levantó. Agarró su maleta y determinada miró a su vida. Dio un paso, el paso a su nuevo camino. Y hablo. Hablo con el miedo, con la duda.

— Basta. 

Cenicienta, después del punto finalWhere stories live. Discover now