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J'ai envie de pleurer

En un día de crepúsculo, luego de días de mucha lluvia, Cenicienta se encontraba mirando hacia su sombra. La oscuridad en el suelo cada vez era más y más larga hasta que se transformaba en una silueta siniestra. Ella, ningún movimiento realizaba, solo la veía como poco a poco desaparecía.

— Señorita, ¿qué hace aquí? Puede agarrar un resfriado.

La luz de su habitación se encendió y la sombra sobre sus pies regresó. Esta vez parecía estar más cerca de ella, con más fuerza, sin intenciones de liberarla. De inmediato, su alma cayó al suelo y lloró implorando perdón. Deseaba descansar de la sombra, correr hacia la luz y jamás regresar a la oscuridad.

La noche era una maldición para ella ya que siempre llegaba para amparar a la sombra. Y era su perdición intentar poner luz a su alrededor, solo la hacía más fuerte. Así que, no había ningún perdón, esa sombra iba a seguir colgada de sus hombros con cada luz que la ilumine.

— El príncipe desea hablar con usted — expresó su sirvienta preparando la mesa para el té.

En cada atardecer su cuerpo se acercaba al ventanal gigante de su habitación para ver al sol alejarse. Ella creía que buscaba consuelo en la calidez de esa estrella. Sin embargo, en los días de lluvia, permitía que su alma soltara todo su dolor. Las lágrimas se mezclaban con el agua del cielo, el sonido de su boca era tapada por el de la tormenta y el dolor de su cuerpo era abrazado por el frío del ambiente.

— ¿El príncipe? — preguntó la joven secando unas cuantas lágrimas que no pudo evitar soltar antes de ingresar a la habitación.

— Sí, el príncipe Louis — respondió la mujer cubriendo los hombros descubiertos de la joven con una manta.

— Sería correcto... eh... ¿hablar con él? — preguntó aterrorizada.

— Sería una falta de respeto si no lo hicieras — dijo mientras cerraba las puertas del balcón. — Está bien señorita, lo puede hacer.

— Está bien — sé susurró.

— No creo que se tarde en llegar... Pero, si le deja más tranquila, no hable mucho solo responde lo que él necesita saber.

— Gracias Nattaly.

— Me retiro señorita.

Durante la espera, Cenicienta pasó por el baño para controlar que nada esté fuera de su lugar o desaliñado. Luego, paseo por toda la habitación al no poder controlar los sentimientos que corrían por su cuerpo. Trato de mantener ocupada su cabeza leyendo algún libro o tarareando canciones. Se cansó de dar vueltas así que fue hacia la ventana y entre las cortinas se enredó.

— Muy pronto será la cena. ¿Qué hago ahora?

Los té se enfriaron, las dulces galletas nunca fueron tocadas y los almohadones terminaron tirados por distintos lados. De este modo, terminó la tarde. Terminó ahogada en sus emociones. Terminó como un tigre encerrado, esperando por una persona que solo vió de lejos unas cuantas veces. Y, obtuvo nuevas gotas para su vaso lleno de agua con el enojo, la decepción y el estrés. Un recipiente en el que fue cayendo de a poco hasta quedar en el fondo hecha un bollito por el peso del silencio de su cuerpo.

— Ah, esto es agotador — suspiró cubriendo sus ojos húmedos. — ¿Qué estoy haciendo? — se preguntó mirando al techo desde su cama.

Desde esa cama con mantas suaves y espacio de sobra, con aquellos muebles hechos por el mejor carpintero y con esas telas de colores divinos cubriendo su cuerpo.

Cenicienta, después del punto finalWhere stories live. Discover now