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"Una sola gota de odio restante en la copa de la felicidad, transforma el trago más dichoso en veneno."

Johann Christoph Friedrich von Schiller

Tres noches después, la pareja navegó por el mar hasta llegar a las orillas de Escocia, el Puerto Leith. Cuando se dió el aviso de llegada una ráfaga de viento descomunal ingresó por la ventana de la recámara de Cenicienta. El susto la paralizó imposibilitando levantarse de inmediato de la cama. Luego comenzó a sentir otros malestares como la angustia.

Sus sentidos estaban sensibles; cualquier ruido externo la confundía como era el sonido del agua chocando con el barco. Y, junto con el imparcial movimiento del espacio que la mareaba hasta hacerla descomponer. Varias veces intentó sentarse, pero el dolor en su pecho la recostaba otra vez hasta llegar el punto de no poder respirar correctamente. Solo podía sentir su corazón frenético.

— ¿Por qué...

Cuando pudo ponerse de pie y no caer por la tambaleante que estaba el lugar salió corriendo hasta la proa. El frío parecía astillas que se clavaban en todo su cuerpo. No podía recuperar la cordura. Aunque trataba de respirar bien, el aire no llegaba a sus pulmones.

Ella permaneció por un largo tiempo ahí tirada en la punta del barco llorando en silencio. Nadie se le acercó, estaba prohibido que alguien le hablara. Tampoco a nadie le importaba, solo querían bajarse de ese barco y recibir su paga por el trabajo realizado. Ella permaneció ahí hasta el mediodía, obteniendo rasguños en su cuello y mano por la bruteza de su descontrol hasta que no quedó ningún trabajador abordó. Solo ella prácticamente desmayada en el suelo y el príncipe con sus soldados en el interior.

Desde que comenzó el viaje, ninguna emoción alegre la arropo, las expectativas se pudrieron a la segunda noche y en la tercera noche ya no podía aguantar más estar encerrada en su recámara. Simplemente llegó a tener cientos de pensamientos con el borde del barco y lo que le haría el mar si lo intentase.

El deseo de vivir en este viaje con el príncipe fue prohibido por ese mismo hombre. Ya no quedaba nada en ella, solo el vago recuerdo de sus ojos y sonrisa para sentir un pequeño alivio a su dolor.

Con la aproximación del almuerzo, el príncipe terminó de prepararse. Salió en búsqueda de Cenicienta para tomar el carruaje que recién llegaba. La encontró en la cubierta a dos pasos de la salida con una rostro pálido y solo su pijama cubriendola.

— ¿Dónde está tu sirvienta? — exclamó. — No puedes enfermarte — dijo simplemente acercandola a su pecho para protegerla del frío pero, causándole un frío mucho peor.

Parecía que se estaban escapando de la guerra por la pesadumbre del ambiente y la poca atención que recibieron cuando pisaron tierra. No había nadie, ni soldados o algún recibimiento formal.

También, junto con la briza se le cruzó por la cabeza que cometieron un error y se subieron a un barco desconocido o pirata, pero el príncipe conocía al capitán. Si que lo conocía y muy bien.

— Quédate aquí por favor, puede ser peligroso arriba.

— ¿Peligroso? ¿Por qué? Es tu barco, debería...

— Confía en mí, amor. Es mejor que te quedes aquí. Aunque este barco sea mío hay muchos hombres arriba del que no puedo terminar de confiar. Estarás bien, si te sientes enferma pide ayuda a Irene — expresó suavemente tan cerca suyo, tan íntimo como si ese acto lo fuera todo para cerrar con un beso delicado en sus mejillas.

— Príncipe — susurró.

— Nos vemos para la cena. ¿Sí? Iré a hablar con el capitán — esa fue su primera noche, otro desencuentro más.

Cenicienta, después del punto finalWhere stories live. Discover now