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L'hiver

"la última gota
la absorberemos, locos, mezclada en llanto;
la copa rota,
se perderá, camino de las quimeras..."


Día 1 de la desaparición.

Hora 07:08 de la mañana.

Segunda semana de invierno. Entrada de Ayton.

Con el detener del carruaje, las ruedas traseras impactaron contra una piedra causando un salto brusco que movió todo el interior. El hombre dueño del vehículo reclamó con todo su pecho, sonido violento que se mezcló con los rechinidos de los animales, superando así al desesperante llanto que provenía del baúl. A causa del golpe, el cuerpo de la joven encerrada en la caja gigante sufrió daños.

Del carruaje bajo el conductor causando un ruido de salpicadura al caer sobre un charco, este se acercó a la puerta invitando a salir al hombre de cejas gruesas y mirada irritada.

Comenzó con un gruñido para expresar: — Es un alivio llegar al fin —. Detrás suyo se dejo ver a una hermosa mujer con un voluptuoso vestido de color intenso.

— Fantástico aire — expresó aceptando la ayuda de su acompañante.

— Lleva el carruaje hasta la colina, mañana te quiero aquí a primera hora — ordenó el viejo levantando el pecho y sacando un tono más ronca.

— Sí, señor — respondió junto con una leve inclinación.

El hombre junto con la mujer se encaminaron hacia la casa que se encontraba entre los frondosos árboles. Una casa increíblemente suntuosa con sus detalles de la época y sus colores vivaces.

El conductor arribó otra vez el carruaje comenzando su cierre del viaje.

Por el otro lado, se encontraba durante todo ese tiempo la joven del baúl gritando acaloradamente por ayuda pero de algún modo los sonidos raspados, agudos y debilitados no pareció preocupar a la pareja de columnas erguidas. Las lágrimas de desesperación se escapaban de sus ojos, el cuerpo le dolía por la falta de espacio y se sentía descompuesta por los movimientos del carruaje.

— ¡Quiero salir! — murmuró afligida.

Tiempo después el carruaje volvió a detenerse. Esta vez el conductor se acercó hasta el baúl encontrando a la joven desvanecida. Había recorridos de sangre secos y frescos pintando sus mejillas, los labios estaban rasgados por tantas mordidas bajo la tela que le cubría y su piel estaba más clara de lo que correspondía. Nada parecía estar bien con ella.

— Mallachd! — exclamó el conductor. — Dùisg... señorita, señorita despierta — llamó el hombre. La sentó agarrándola de los brazos que estaban atados en la muñeca y le quitó el pedazo de tela que obstruía su voz.

En ese momento, ella se sentía sin fuerzas de poder controlar su cuerpo, sus extremidades estaban tan tensas que dolían al intentar estirarlo y su visión era todo difuso.

Durante el viaje, los pensamientos aterradores alarmaron el latir de su corazón y el encierro la llevó a entrar en un estado de pánico. El aire le faltaba y se estaba ahogando con su propia saliva. Sin embargo, cuando sintió la frescura de ese desconocido bosque, al viento gélido del invierno golpearla, fue un gran alivio que le provocaba querer tirarse del carruaje, arrastrarse por el suelo y vaciar todo su estómago. El alivio se destruyó con un soplido cuando el hombre la comenzó a mover. En su cuerpo solo cabían alarmas y pensamientos negativos.

No sabía quién era el sujeto que estaba al frente o lo que le iba hacer, no sabía que le esperaba a continuación y solo deseaba poder pararse y defenderse.

Cenicienta, después del punto finalWhere stories live. Discover now