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...Como tú, sé que necesitaba fracasar.
Para luego, como tú, saber amar.
Como tú, por el contacto de otra piel.

Esto es solo un cuento...

Fue en un jueves de Noviembre cuando la belleza del amanecer se transformó en un cielo aterrador. Sus colores tan pintorescos y claros se oscurecieron. Las olas rosadas se transformaron en un rojo sangriento y el anaranjado en flamantes llamas preparado para devorar todo a su paso. Y al poco tiempo, las lóbregas nubes terminaron de consumir las sombras del amanecer.

Todo parecía irreal, incomprensible. La ciudad principal y alrededores daban la noticia de una posible tormenta, una tan atroz. Pero las personas del pueblo donde se encontraba Cenicienta creían que era algo mucho peor. Así que, la agonía del terror estaba causando disturbios en distintos lugares.

Sin embargo, lo curioso es que en toda la mañana se mantuvo así. Sombrío con algunas hileras de luz como si el cielo estuviera expectante de algo, esperando el momento correcto para soltar todo.

La joven Cenicienta se recuperaba de una enfermedad en la casa de una amable señora que la encontró sola y desprotegida cerca de las vías del tren. Había recibido atención médica pero su curación iba a llevar tiempo ante la dificultad de conseguir la medicina. Estando convaleciente, perdiendo la consciencia cada cierto tiempo y con un terrible insomnio ella luchaba para regresar con los demás.

Aunque, todo fue tan distinto una semana antes en el que no podía dejar de dormir. Hasta que en una tarde, el cálido hogar se envolvió de una terrible conmoción, cuando los chismes comenzaron a atravesar las paredes. Solo bastó por unas palabras para que la locura y el miedo se volvieran el aire de aquella casa.

— ¿Dónde está Shaira? ¿Dónde están los demás? — suplicó desorientada tratando de salir de su cama.

— Señorita, no salga de su cama. Todavía no está recuperada — intentó la pobre mujer.

— No, esto está mal. Tengo que buscarla, tengo que buscar a todos — exclamó peleando con la anciana. — Esto no puede estar pasando — explotó en llantos. — No está bien — susurró con la garganta rasposa.

— Tranquila, tranquila — consoló mientras la acurrucaba entre sus brazos.

Pero la tranquilidad no estaba permitida en ese momento, después de esos rumores las cosas empeoraron. Las calles fueron cubiertas por policías y soldados, las casas sospechosas fueron revisadas pero las casas más humildes fueron usurpadas y violentadas.

— ¿Qué está pasando?

Se preguntaba el pueblo.

— ¿Qué está haciendo la reina?

Se quejaban muchos.

— ¿Cómo llegamos a esto? — se preguntaron las vecinas afuera de la casa de la anciana mientras era revisada por unos soldados.

— ¿Qué es lo qué están buscando señores? — exclamó la mujer asustada tratando de que no le rompan sus pertenencias.

Una respuesta banal recibió, nada claro, nada conciso.

— ¿Quién es ella? — preguntó uno de los soldados al ingresar a la habitación de Cenicienta.

— Oh, señores por favor no hagan mucho ruido. Es mi sobrina que está enferma gravemente, hace días que no despierta y quizás no pueda volver a como era — actuó con demasía pena y dolor.

— ¿Qué es lo que tiene? — preguntó el compañero acercándose a la cama.

— Oh, por favor no se acerque tanto. El doctor dijo que es una enfermedad muy poco común y que es contagiosa, así que hay que mantenerse distante y con muchos cuidados. Solo me tiene a mí, por favor no la lastimen — exclamó llorando.

Cenicienta, después del punto finalWhere stories live. Discover now