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"Si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no conoces a los demás, pero te conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces a los demás ni te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla. "

El arte de la guerra - Sun Tzu

Al día siguiente, la celebración se esfumó como un fantasma de los cuerpos de los habitantes y sólo quedó una borrachera de cansancio y dolor de cabeza. Desde el amanecer los distintos grupos comenzaron a prepararse juntando sus cosas, limpiando el patio, reuniendo los alimentos y organizando. A excepción de las personas que continuaron en el mundo del sueño hasta el almuerzo, el movimiento era imparable y ruidoso. Pero, cuando el sol escondido entre las nubes llegó al punto más alto del día, ni una carpa quedó armada. Cualquier indicio de que alguien estuvo viviendo ahí fue borrado o cubierto como fue en el caso de su arte rupestre.

Cada grupo, en distintos horarios, comenzaron a salir hacia todos los lados de la región. Algunos se quedaron en la zona, otros viajaron a otras ciudades y otros emigraron a otros países. Después estaban los individuos que continuaron con su aventura regresando a sus hogares o yendo a otros territorios, todos ellos a sus formas.

— ¿A dónde iremos? — preguntó Céline poniéndose una bolsa de algodón en la espalda.

— A la capital, hay un lugar donde siempre nos quedamos — le respondió la niña Aruna luego de tragar el mordisco que le dio a la manzana.

— ¡Cenicienta! — se le acercó el pequeño Nikolai a los saltos con una sonrisa de oreja a oreja. — Te estás dejando tus hebillas — exclamó el pequeño mostrando su mano regordeta agarrando hebillas desgastadas junto con la preciosa prensa de la mariposa.

— ¡Oh! Pero qué cabeza la mía. Iba a ser un gran problema — se reprendió. Aceptó las prensas poniendo más atención en la mariposa, curiosa en lo que causó la noche anterior. — Gracias Nikolai. Pero por favor, llámenme por mi nombre — pidió con una leve sonrisa. — Céline, el nombre que me puso mi padre. Cenicienta es un apodo horripilante — confesó mirando hacia las mariposas de la prensa.

— ¡Céline, sí! Es un hermoso nombre — exclamó la niña a su costado.

— ¡Cel, Cel! — balbuceó el niño a los tropezones soltándose del agarre de Aruna.

— ¡Junten sus pertenencias que comenzamos con el viaje! — gritó desde el frente de todos, Shaira.

Se veía deslumbrante su compañera de tienda con aquel vestido verde. Sus mejillas estaban iluminadas de polvo y su cabello perfectamente peinado en alto. Ella como todos los demás se veían inusuales, de un modo irreal, tan falso y fuera de lugar. Céline creía que se contagió de demencia y que todo lo que pasó fue un sueño. Esa gente no era la misma de la noche anterior.

Si bien esa misma gente se llenó de comida y música en la noche, para esa mañana tuvieron que guardar a ese "yo" en sus maletas o enterrarlo bajo la tierra del círculo hasta regresar y poder recuperarlo. El ir al mundo real no permitía la sinceridad o la pasión.

El grupo se estaba acomodando en subgrupos por su tez de piel, sus lenguas o procedencias. Cada grupo con una vestimenta específica que les indicaba a donde iban.

— Adiós, adiós — gritaron los menores junto con los demás hacia el grupo que se dirigía al sur del país.

Sin embargo, Céline se mantuvo silenciosa como si estuviera en otro espacio. Sus ojos atentos en la mujer de su estrés, en los movimientos de ella revisando su yegua, en el movimiento de su vestido, en sus ojos finos concentrados a su alrededor, en su trabajo. No entendía porque le parecía magnifica en ese día. Cuando vio a Shaira con ese vestido, en aquellos zapatos que la pollera no dejaba mostrar y su cabello recogido en un perfecto rodete, sentía calma.

Cenicienta, después del punto finalМесто, где живут истории. Откройте их для себя