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Ana abrió la puerta de la habitación y juntos ingresaron guiándose con la luz de luna que entraba por una de las ventanas. La joven cerró la puerta de un ligero empujón y encendió la velita de su mesita de noche.

Necesitaba más luz para poder verlo.

—Pelirroja.—escuchó que él la llamaba y sonrió. Con cuidado lo ayudó a quitarse la levita, el chaleco y la camisa dejando su torso desnudo.

—¿Mejor?

—Estaría mejor si no tuvieras puesto ese vestido.—le susurró en el oído.

—Ya...—Ana empezó a desatar el lazo de la prenda y luego fue por los botones. Sus dedos ágiles consiguieron que en cuestión de segundos el vestido estuviera a sus pies.

Anthony se sentó en la cama apartando el bastón de su camino y con una mirada sugerente palmeó su regazo. Ella captó el mensaje enseguida y se plantó a su lado, pero no se subió sobre él.

En su lugar se limitó a observarlo con la fascinación de una niña que descubre su regalo de Navidad debajo del árbol. Ana no cabía en emociones. Durante el último año y medio pasó de resignarse a un destino incierto a aferrarse al caballero que amaba como si su vida dependiera de ello. Quizás en el fondo así era.

¿Tenía miedo?...Mucho.

¿Pensó que no iba a funcionar?...Más de una vez.

Y aún así ambos estaban ahí amándose como la primera vez que sus caminos se cruzaron. Eran tiempos difíciles, con Holdrich controlando sus vidas ambos tuvieron que madurar rápido y anteponer la felicidad de otros a la suya propia. Lo hicieron para sobrevivir.

Porque era necesario, pero ni eso fue suficiente para controlar lo que sentían. Pues al parecer el abismo que los separaba no era tan largo como había imaginado y se sentía muy bien tenerlo cerca.

Ana se acomodó a su lado en la cama y guió su boca sobre la suya en una lenta caricia que trataba de menguar su verdadero deseo. Anthony pareció notarlo porque sus labios se volvieron más exigentes mientras retiraba las horquillas que sujetaban su cabello.

—Así está mejor.—se separó de ella para tomar un poco de aire y acariciar a consciencia su rostro. Delineó con uno de sus dedos sus labios hinchados y sonrió con suficiencia al ver que ella cerraba los ojos.

—Eres terrible cuando te lo propones ¿no?—susurró muy bajito cuando él mordisqueó el lóbulo de su oreja.

—Y eso que aún no empezamos.

Ella volvió a mirarlo, en verdad lo hizo. Y se dió cuenta que por primera vez en su vida no tenían que ocultarse. No había culpa, ni duda. Aquel fiero temor de que ambos tuvieran que separarse a la mañana siguiente se había desvanecido y fue reemplazado por la certeza de su unión. Y se sentía bien...condenadamente bien poder amarlo sin ningún tipo de remordimientos.

Ana buscó su boca con urgencia hasta perderse en sus labios. Los suspiros se sucedían uno tras otro cuando conseguían que sus lenguas se tocaran acicateándose a mejorar sus besos con otros más perfectos aún.

Sin darle tregua, su esposo la empujó con delicadeza a la cama mientras alzaba de a poco la fina camisa de muselina que la cubría hasta quitársela.

El primer roce de su mano en su estómago la hizo gemir. Su palma ardía con tal fuerza que la encendía allí por dónde pasaba. Le apremió para que la tocará en su centro palpitante, pero en lugar de eso se apropió de sus pechos y los masajeó sin dejar de mirarla. Sus fascinantes ojos azules brillaban como nunca enviándole un silencioso mensaje de adoración.

—Anthony...—susurró presa de la pasión. Ya no había dónde escapar. Estaba totalmente indefensa ante su ataque y su pícara sonrisa que le prometía el cielo con una sola mirada.

Buscando Tu PerdónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora