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Anthony llegó al puerto francés agotado por el largo viaje, pero siguiendo el consejo del informante de Grafton buscó a Philip Crane. Encontrarlo no fue fácil y tratar con él todavía menos. El caballero era un hombre de mediana edad con cabello cano y una gran barba.

—Repítelo de nuevo que no logró entenderte.—lo fastidió aprovechándose de su poco dominio del idioma.

—El señor Jean Pierre me dijo que podría ayudarme a encontrar a una persona. Su nombre es Ana.

—¿Y dices que esa mujer está bajo la protección de una organización secreta?

Antony asintió.

—Entonces olvídala. Es imposible que la encuentres y aunque lo hagas no la recuperarás ¿verdad?—miró a sus dos acompañantes, quienes estuvieron de acuerdo.

—¿Acaso esas organizaciones son indestructibles o qué?—estalló golpeado con fuerza la mesa. Estaba cansado de escuchar negativas.

—No lo son, pero tú no pareces alguien capaz de enfrentarse a una.—lo desestimó.—Ni siquiera dominas nuestro idioma, mucho menos sabrás cómo negociar en una situación así.

—Hare lo que sea necesario.—respondió con firmeza tratando de regular su respiración y las ganas que tenía de tomar al hombre por el cuello y exigirle que colaborará.

—Lo siento, pero eso no es suficiente.—chasqueó los dedos haciendo que sus subordinados se pusieran de pie.—Aprecio a Jean Pierre, pero él me conoce...Aquí solo hacemos tratos con el bando ganador y ese claramente no es el tuyo.

—Como quieran.—el conde salió ofuscado de aquella reunión, pero con la convicción de que encontraría a Ana a como de lugar. Con ayuda o sin esta.

Los día pasaban y no había mucho avance. Por las mañanas visitaba plazas, parques y lugares comunes mientras por las noches asistía a veladas aprovechando su posición de conde. Pero hasta ahora no había tenido éxito.

Tachó las zonas que había recorrido en su mapa cuando escuchó un grito femenino. El chillido le obligó a abandonar su habitación en la pequeña posada y miró a la recamara de a lado.

La puerta estaba abierta y en su interior una mujer contenía el llanto mientras con un paño trataba de parar la sangre que emanaba del brazo y la cabeza de un niño. Al parecer el pequeño se tropezó contra un jarrón de gran tamaño y salió lastimado en el proceso.

—Tenemos que llevarlo un médico.—decidió entrando y mirando a la palida madre.

—Mi marido me matará si lo ve así.

—Tranquila.—Anthony presionó la tela en las heridas del niño y lo cargó en brazos. El pequeño apenas si se quejó—Fue un accidente.

—Pedire un carruaje.—la mujer descendió las escaleras de dos en dos seguida del conde quien trataba de que el pequeño se mantuviera despierto.

Cuando ambos se embarcaron Anthony se aventuró a preguntar por el doctor más cercano.

—Es el señor Bernard, pero cobra caro y además no es bueno con los niños.—la mujer se echó a llorar poniendo nervioso a su hijo.

—¿Algún otro?

No obtuvo respuesta. Solo más llanto.

—¿A dónde lo llevó, señor?—insistió el cochero que se había mantenido de pie sosteniendo la puerta del carruaje.

—Quiero al mejor médico de la región.

—Así será.

El carruaje empezó a andar. Anthony apretó ligeramente el cuerpo del pequeño al suyo y le brindó una corta sonrisa al ver que había empezado a llorar. Por su pasado no soportaba que los niños sufrieran, era algo instintivo. Cuando veía a alguno en peligro no se lo pensaba dos veces antes de actuar.

Buscando Tu PerdónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora