CAPÍTULO XCII

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Me quedé totalmente paralizada en el sitio, con los ojos llenos de lágrimas y las manos temblorosas. Aquel maldito dolor de espalda se había intensificado todavía más: se sentía como si alguien me estuviera clavando un objeto filoso por toda la columna. Y para colmo, ahora se complementaba con las ganas de golpearme la cabeza contra la esquina de una mesa de cristal.

Soy idiota. Una maldita idiota.

Nada de lo que dije era cierto: ¡pues claro que me importa que Hud se vaya de mi lado! ¡aunque sea solo por unos días! No pienso y nunca he pensado así, fue como si algo me hubiera obligado a decir aquella mentira: la más grande y estúpida de toda mi vida. Supongo que el dolor acabó pasándome factura y descargué toda mi frustración con la persona que menos se lo merecía, y que además resulta ser lo que más amo en este mundo. Pero por muy asustada que esté, y por mucho que no tenga ni la menor idea lo que me está pasando, no tengo ninguna justificación. Soy la única culpable de que esto haya pasado. Siempre soy la culpable, ahora que lo pienso. Hud y yo solo hemos discutido dos veces desde que estamos juntos, y ambas han sido por mi culpa. Cuando todo va como la seda, siempre hago algo que me hace daño a mí, a él o a ambos.

Pero el problema es que esta vez no sé como arreglarlo. 

Cuando por fin pude reaccionar, salí de la habitación y bajé corriendo las escaleras. Las lágrimas descendían por mis mejillas si aparente posibilidad de detenerse. Mi respiración se había vuelto brusca e irregular. No quería que nadie me viera en ese estado, y muchísimo menos Hud. No quiero que piense que me estoy haciendo la víctima, después de todo lo que le he dicho hoy.

Una vez en el primer piso, aporreé insistentemente la puerta de los aposentos de Lisa. Ella abrió lentamente y con confusión. Aparentemente acababa de llegar, pues aún llevaba puesto el uniforme oficial, usado cuando los trabajadores del castillo deben asistir a una ceremonia en otro reino: un traje negro y dorado, con el escudo de la familia McClaine grabado en el pecho.

Lisa puso una mueca de sorpresa y terror al verme en esas condiciones. Solté un sollozo ahogado y me tiró a sus brazos. Lo único que pudo hacer ella fue sujetarme lo necesario para no golpearme contra el suelo. Aunque, a decir verdad, era lo único que entonces me apetecía.

—¿Kath? ¿Qué te ocurre? ¿ha pasado algo?—preguntó con preocupación. Alcé la cabeza solo lo suficiente para poder mirarla a los ojos y traté inútilmente de responder. Parecía que las palabras se me habían quedado atascadas en la garganta—. ¡Katherine, háblame!

—Soy una idiota estúpida, Lisa. —sollocé— Soy una estúpida impulsiva, que no piensa las cosas antes de decirlas. 

—¿Pero qué ha ocurrido...? no entiendo nada. —cerró a duras penas la puerta de la habitación y me arrastró hasta la cama, para luego obligarme a sentarme a los pies de la misma. 

—Le-le he..., —inspiré profundamente, casi con desesperación. Sentía que me estaba quedando sin aire— le he dicho a Hudson que es un mentiroso, le he acusado de irse a ese reino solo para verse con Cristal. Y le he dicho que si se hubiera quedado allí con ella, me habría dado igual. 

—¿Qué? pe-pero..., —balbuceó incrédula— ¿por qué le has dicho eso? ¡dime por favor que no te creíste las tonterías que te soltó el otro día ese vejestorio cabrón hijo de puta!

—¡No entiendo cómo puedo ser tan imbécil! ¡y tan...! —antes de poder continuar insultándome a mí misma, sentí un fuerte pinchazo justo en el centro de mi columna vertebral, que, como poco, me hizo ver todas y cada una de las estrellas existentes en esta galaxia. Me doblé hacia delante y caí de rodillas al suelo. Lisa trató de sujetarme, pero no pudo soportar mi peso y todas mis articulaciones acabaron impactando contra la dura y fría madera del cuarto.

INVICTUSWhere stories live. Discover now