CAPÍTULO LXI

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– ¡Venga, date prisa!– gritó Lisa por enésima vez desde el sofá–. ¡Hasta mi abuela podría hacerlo mejor!

– ¡Hago lo que puedo!– chillé de la misma forma, tratando de no perder los estribos. A pesar de que siempre he sido una chica con mucha paciencia, esta noche la pelirroja estaba consiguiendo sacarme de mis casillas.

– ¡No te olvides de guardar el vestido que conseguí el otro día!– rodé los ojos y suspiré con pesadez antes de contestar.

– ¡Que sí!

Habrán pasado alrededor de cuarenta y cinco minutos desde nuestro altercado con el licántropo: Han sido los cuarenta y cinco minutos más exasperantes de mi vida. Lisa cada vez está más insoportable; se comporta como una pequeña niña gritona y exigente.
Y no es que me moleste tener que hacerle las cosas, al contrario, soy consciente de que tiene una herida enorme en el costado, pero ya estoy lo suficientemente estresada como para que encima me grite y me meta presión desde el sofá.

Alejé todos los pensamiento asesinos de mi mente y me concentré en lo que estaba haciendo: guardar todo lo posible en todas las bolsas posibles.
Aunque teniendo en cuenta que seré yo la que tendrá que cargar con todo eso, puede que deba dejar atrás algunas cosas no tan necesarias, si no quiero acabar con la espalda hecha trizas.

***

Aproximadamente dos horas más tarde, una vez hubo amanecido, nos pusimos en marcha; Lisa se movía cojeando ayudada por un bastón improvisado, mientras, yo caminaba a duras penas unos pasos más atrás.
Cargar durante horas con doce sacos llenos de cosas pesadas no era tarea fácil.

Finalmente, exhaustas pero a su vez irradiando entusiasmo, llegamos a los límites del poblado; estábamos orgullosas de no haber sido devoradas durante el camino por algún ser maligno.

Sin embargo, esa felicidad duró poco: mientras tratábamos de trepar la muralla, nos dimos cuenta de que las calles estaban abarrotadas de gente; solo era cuestión de tiempo que alguien pasara por la zona y nos pillara en medio de nuestra sesión de escalada semanal.
Asustadas por el reciente descubrimiento, tratamos de bajar lo más rápido posible, sin mucho éxito.

Afortunadamente unos setos amortiguaron la caída.

– ¿Por qué hay tanta gente?– preguntó mi compañera, adolorida–. ¡No son ni las seis de la mañana!

– ¿Qué día es hoy?– pregunté sospechando lo que ocurría.

– Diecisiete de junio–. Respondió mientras se presionaba la cintura con una expresión de dolor.

– ¿Diecisiete de junio?

– Sí, diecisiete de junio–. Repitió cansada. Segundos después se sacudió el vestido y ocultó su rostro bajo un gran sombrero de mimbre.

– Mierda...

– ¿Qué pasa?

– Hoy es el día de las ofrendas, se me había olvidado.

– ¿El día de las ofrendas?– Susurró en tono interrogante, después de habernos adentrado en las callejuelas y tras habernos mezclado con la multitud.

– No sé en qué clase de cueva viviste antes de ser seleccionada para el castillo real pero...

– Al grano–. Murmuró entre dientes.

Me quedé mirándola unos instantes; su piel estaba tomando un tono pálido poco saludable.

– Cada diecisiete de junio, unos cuantos nobles y algún representante de la realeza visitan el poblado para ver "cómo va todo". Ya sabes, para asegurarse de que todo está en orden, para llevarse prisioneros, tratar problemas...

INVICTUSWhere stories live. Discover now