CAPÍTULO III

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Por poco se me sale el corazón del pecho cuando el relajante canto nocturno de los grillos fue sustituido por las tétricas y ensordecedoras campanadas de la catedral. Aquel sonido caló tanto en mis huesos que fui incapaz de moverme durante varios segundos; como si la gelidez del miedo me hubiera engarrotado todos los músculos del cuerpo. Un escalofrío me recorrió la columna y una gota de sudor frío resbaló por mi frente. Evidentemente, la primera opción que se me pasó por la cabeza fue echar a correr sin mirar atrás, pero sabía que haciendo eso solo conseguiría llamar la atención de todos los vampiros que, en ese preciso instante, estaban entrando por las puertas. Así que, ignorando las punzadas de dolor que la tensión había ocasionado en mis piernas, empecé a caminar lentamente, pegada a las fachadas de las viviendas para no ser iluminada por la luz de las farolas. Al final pude llegar a casa sana y salva, sin toparme con ningún chupasangre u otra imagen grotesca, a excepción del alarido de un hombre que escuché al entrar en la zona classis inferioribus y que se repitió durante toda la noche una y otra vez en mi cabeza.

A las siete de la mañana del día siguiente fui a la plaza mayor, ya que a dicha hora abren los puestos del mercado. Tenía que comprar comida, puesto que Mace y yo no nos habíamos preocupado de rellenar la nevera los días previos a la subasta.

Cinco monedas de oro fueron todo lo que pude destinar a esa compra, pues sin el sueldo de Mace no podría comer en condiciones y pagar las necesidades del hogar al mismo tiempo. La escasez de dinero siempre fue un problema muy presente en nuestras vidas, pero Helena y Tom se dejaban la piel todos los días para que pudiéramos vivir en condiciones decentes. Tras su muerte, nos tocó experimentar lo que es tener que ajustar al máximo para llegar a fin de mes, a pesar de trabajar, ambas, en las dos mansiones más adineradas de la cuidad.

Con ese dinero pude comprar una barra de pan, medio kilo de pasta, una cabeza de ajo, una cebolla, un pimiento, un litro de leche de vaca y una docena de huevos.

Y esa era la compra para toda la semana.

Sabía que no podía permitirme seguir así; no si quería rescatar a Mace. Al igual que ella, siempre he sido una chica muy delgada. Puede que demasiado. No recuerdo haber pasado hambre antes de llegar a la casa de los Dawson, pero durante casi toda mi vida he comido menos de lo que un niño necesita y puede que eso haya afectado a mi desarrollo. Tanto Mace como yo hemos recibido comentarios malintencionados desde muy pequeñas por nuestro cuerpo desnutrido y su consecuente falta de fuerza física y de «atributos femeninos».

Y nadie se paraba a defendernos.

Casi nadie, al menos.

Lo único que podía hacer para reunir fuerzas era empezar a alimentarme mejor. Pero no tenía dinero para hacerlo. Así que tendría que hacer uso de... otros métodos no tan honrados:

Carne picada, dos lechugas, tres tomates, un kilo de harina, sal, tres manzanas, un pescado, tres zanahorias, medio kilo de alubias, una barra de mantequilla, guisantes y un tarro de mermelada: Eso fue todo lo que pude robar en un solo día, aprovechando las distracciones de los vendedores para echar a mi cesta todo cuanto podía. Y la verdad es que no se me daba nada mal.

De vuelta en casa, pasé el resto de la mañana colocando los alimentos recién... adquiridos en sus correspondientes alacenas, también empecé a preparar la comida y a alistar mi bolsa para ir a trabajar. Cuando el reloj marcó las dos de la tarde, me senté en el sofá y me deleité comiendo una gran ensalada de pasta y dos filetes de ternera, los cuales acompañé con un buen vaso de zumo de naranja y una manzana de postre.

Jamás había comido tan bien en mi vida.

No era la primera vez que robaba y tampoco iba a ser la última, pero antes de la subasta Mace se encargaba de impedirme coger más que un par de piezas de fruta. Le daba pánico pensar que pudieran descubrirme, que me pudieran castigar. Y era tan injusto que un alma tan noble fuera la que estaba sufriendo un destino tan horrible. Tenía más sentido que yo estuviera en su lugar.

INVICTUSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora