61|Intento arreglar el desastre en el que te has convertido

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15 de noviembre de 2015.

El sonido enervante de la alarma de mi celular me hizo gruñir. Me senté en la cama, adormilado, al recordar por qué debía levantarme, y me quité las cobijas. Me levanté como pude y me froté los párpados con la mano con la que no abrí el armario. Me destapé los ojos y vi todo borroso, así que parpadeé de manera constante y manoteé lo primero que encontré. Me cambié y entré en el baño a evacuar mi vejiga y lavarme los dientes y la cara tan rápido como me fue posible.

Me colgué la mochila en el hombro. Luego metí mi celular, las llaves del auto y del departamento y mi billetera en los bolsillos de mi abrigo. Bajé las escaleras de dos en dos al ver que varios inquilinos estaban esperando el ascensor.

Salí al exterior, me subí el cuello del tapado y me llevé la mano al estómago cuando rugió del hambre.

Me metí en mi auto, agarré mi celular y busqué en Google Maps cafeterías que estuvieran en el camino a la casa de Lizzy. Lo puse delante de mí para ver y escuchar las indicaciones del GPS.

Mis ojos lucharon para no cerrarse y bostecé, pero mi mente ya había empezado a ir a mil por hora. Me pregunté cómo mamá y Ethan habían pasado la noche, cómo se habían despertado, y me imaginé la expresión que él tendría cuando se reencontrara con Lizzy. Seguro que nos preguntaría por la presentación de la noche anterior, también.

Sonreí al recordar la enorme sonrisa que iluminaba el rostro de Ethan cada vez que oía a Lizzy. No me había animado a preguntarle por qué la quería tanto aunque apenas la conocía, pero lo imaginaba: ella siempre intentaba tener alguna palabra de aliento, era ingeniosa y, cuando quería, encantadora.

No quería que mi familia se encariñara mucho con Lizzy, pero era la única que entendería a Ethan y sería capaz de ayudarlo, porque tenía mielomeningocele y... porque era tan ella.

La voz robótica del GPS me devolvió a la realidad. Me bajé y bufé al ver la fila de gente. Esperé mientras tarareaba en mi cabeza la melodía de una canción que no existía, pero pronto fue sustituida por la que me recordaba a Lizzy.

Tragué duro y observé la fila. Ya casi era mi turno.

Compré dos capuchinos. Coloqué los vasos sobre el techo del auto y abrí los paquetitos de azúcar. Me quedé mirando el vaso de Lizzy al percatarme de que inconscientemente lo había endulzado como le gustaba. Apreté los labios e hice lo propio con el mío. Luego los puse en el asiento de atrás, junto con mi mochila, y me aseguré de que estuvieran bien cerrados.

La expectativa creció en mi interior a medida que identificaba las calles de Wimbledon. Un cúmulo de emociones anidaron en mi pecho cuando entré en la que Lizzy vivía. Estacioné delante de su casa y miré la hora en mi reloj. Había llegado a tiempo.

Me recargué en la puerta del auto y la fachada de la casa apareció borrosa frente a mis ojos. Me los froté y di un respingo cuando Lizzy salió.

—Hey —la saludé, y me aparté de la puerta del auto.

Me masacró con la mirada, aunque percibí el brillo juguetón en sus ojos.

—No me hables. Estoy enojada porque me levantaste temprano —masculló.

Alcé la mirada, siguiéndole el juego.

—Yo no te hice levantar temprano, tú me pediste ir a ver a Ethan.

Me ignoró y descargó su peso en el bastón izquierdo. Abrió la puerta y entró. Busqué los vasos y me metí en el coche, precavido, para no derramar el líquido.

Le entregué un vaso a Lizzy y empecé a conducir. Le quitó la tapa. Sonrió y olió el capuchino. Ya se le había pasado el «enojo».

Mis labios tiraron hacia arriba.

¿Una estrella que no se apaga? (Lost Souls #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora