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14 de septiembre de 2015.

El día del cumpleaños de Ethan, mi familia me preguntó cómo iba mi búsqueda de un departamento cuando los chicos se fueron de la casa de mi hermana. Seguían respondiéndome que los departamentos que había visto estaban ocupados o terminaba dándome cuenta de que mi salario no alcanzaría para pagar el alquiler, los servicios básicos, la gasolina y parte del tratamiento de Ethan; pero insistía en que quería irme de la casa de mis abuelos porque necesitaba mi propio espacio. A mis abuelos les costó no hacer gestos de pesar; imaginaban que no quería que siguieran preocupados por mí. Mamá se pinchó el tabique de la nariz con los dedos. Jessica y Peter apretaron los labios.

Todos decidieron ayudarme a buscar un departamento. Los que más se comprometieron con la causa fueron Jessica y Peter, pues tenían más contactos.

Además, tras salir de trabajar, almorzaba en la casa de mis abuelos e iba a la casa de mamá para ensayar con el tío Neal por Skype, quien efectivamente estaba sacando su lado más exigente conmigo para que supiera manejar la presión y no quisiera «masacrar ningún piano». Después, iba al conservatorio, y alrededor de las ocho y media de la noche todos nos congregábamos en la casa de mis abuelos para cenar y Peter me ayudaba a evaluar opciones de departamentos; era arquitecto. Ya teníamos tres en mente. Iríamos a verlos antes del fin de semana.

Salí del salón con la cabeza embotada y dolor en las sienes. En los últimos días no había parado ni un segundo, y ese día el señor Thompson no había dejado de hablar y me había mirado con el ceño fruncido cuando me desconcentraba sin querer, pero le había entendido bastante.

Encontré a Tyler apoyado en la pared, enfrente de mi salón, hablando con Hannah y sus amigas. Al reparar en mi presencia, se acercaron a mí. Les devolví el saludo y me froté el cuello y la clavícula; el calmante no me había quitado el dolor.

Tyler apoyó una mano en su cintura y ordenó que saliera a cenar con él y sus amigas. Puse los ojos en blanco y me rehusé, pero no se rindió. Incluso les dijo a las chicas que me agarraran entre las cuatro, si era necesario. Quise reírme burlón y traté de no mirarlas.

—¿Por qué insistes en que vaya?

La dureza en las facciones de Tyler se suavizó y suspiró.

—Porque necesitas sacarte un poco el estrés. Yo te pago, si necesitas. Pero ve, por favor.

Aplané los labios y lo escruté por unos segundos eternos. Tenía razón.

—No soy tan pobre, Lowell —mascullé.

Rio entre dientes al percatarse de que había cedido... en parte. La verdad es que los seguí porque me gustaba la pizza y moría de hambre.

En mitad del pasillo, Tyler me preguntó en qué sala podría estar Lizzy. Giré hacia él.

—¿Y yo cómo voy a saber? —Fruncí el ceño.

—Piensa, genio. Los dos están en segundo año.

Escondí las manos en los bolsillos delanteros de mis jeans.

—¿Por qué quieres saberlo? —inquirí receloso.

—La chica nos cayó bien. —La sonrisa de Hannah se me figuró sospechosa. Por eso le gustaba tanto a Tyler, eran igual de raros.

—Y a ti también, no lo niegues —arguyó Tyler.

—Piensa, genio —repetí sus palabras, sarcástico—, a dónde sueles encontrarme.

Tyler abrió los ojos y aplaudió contento al recordarlo: en el primer piso.

Los seguí casi arrastrando los pies. No estaba seguro de que Lizzy fuera a aceptar la invitación.

¿Una estrella que no se apaga? (Lost Souls #1)Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu