32|Lo que lo hace especial

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Mi corazón se saltó un latido al toparme con la puerta de la habitación y, de pronto, noté la boca seca.

Me animé a girar el picaporte y aguanté la respiración, sin darme cuenta. Lizzy, a mi lado, me aseguró que todo estaría bien antes de que ingresáramos. No sabía por qué, pero cuando ella hacía eso por un instante me volvía más optimista. Era como si me contagiara su seguridad, no sé. O era por lo que ella representaba: había superado diversas pruebas, seguro que muchas de las que Ethan había tenido que enfrentar o con las que tendría que toparse en el futuro.

Cerré los ojos, pesaroso, al reparar en el aspecto de Ethan. Lizzy me tocó el antebrazo. Inhalé y abrí los párpados.

Nuestras miradas viajaron hacia la cama. Los ojos de Ethan estaban más hinchados y su piel, reseca y apagada. La rabia y la impotencia se instalaron en mi pecho y traté de encadenarlos, pero podía sentir cómo rebotaban contra él.

Caminé, titubeante, hacia la cama. Acomodé las mochilas en los respaldos de la silla. Me senté en una y agarré la mano de Ethan. Estaba helada.

Mis esperanzas se vinieron a pique. Ethan no tenía buen aspecto, y eso podía significar que era cuestión de tiempo para que nos informaran que su riñón izquierdo no funcionaba.

Las lágrimas se acumularon en mis ojos y el pecho se me cerró.

Ethan me ofreció una sonrisa que le iluminó el rostro y traté de respirar.

—Hola, campeón —murmuré con voz débil—. ¿Te portaste bien con tus médicos?

—Sí, pero me aburrí mucho. —Resopló.

Emití una risita casi inaudible pero genuina.

Ethan vio a Lizzy, curioso y sorprendido. Le indiqué con el mentón que se sentara a mi lado, y apoyé sus bastones en la pared detrás de nosotros.

—Hola, Ethan —lo saludó encantada—. Soy Lizzy.

La sonrisa de Ethan adquirió un tono pícaro. Le entrecerré los ojos.

—Un pajarito —Lizzy me observó con complicidad y reí entre dientes—, me dijo que querías conocerme. ¿Sabes?, yo también quería conocer al niño del que tu hermano se siente tan orgulloso.

Escruté a Ethan. Claro que estaba orgulloso de él; se sobreponía a cualquier situación con una entereza que a veces a mi familia y a mí nos costaba mantener.

—¿Cómo te sientes? —susurré.

Le eché un vistazo al suero junto a la cama y mi rostro se contorsionó en una mueca de dolor. Ethan no se inmutó, o intentó pasarlo por alto.

No quería imaginarme qué cosas podrían estarle suministrando.

—Bueno... Me gustaría estar en casa, jugando videojuegos, pero no estaré mucho tiempo aquí, ¿verdad?

Mi pecho volvió a cerrarse y se me formó un nudo enorme en el estómago al oír la esperanza de Ethan. Me tembló la barbilla y corrí la mirada hacia las sábanas blancas que lo cubrían.

—Tenemos que esperar —susurré—. Tus médicos nos dirán cómo salieron los estudios en un rato.

A pesar del sinfín de internaciones que Ethan había tenido, aún me sorprendía la serenidad con la que actuaba. O tal vez solo era resignación.

—¿Te quedarás esta noche?

—No sé si nos dejarán —respondí contrariado—, pero intentaré arreglarlo con el doctor. Veremos qué hacer entre mamá, Jess y yo, ¿está bien?

¿Una estrella que no se apaga? (Lost Souls #1)Where stories live. Discover now