13|La música es mi refugio

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19 de septiembre de 2015.

Estacioné y me quedé quieto mientras miraba la fachada. No era la primera vez que visitaba esa casa de dos pisos, de estilo georgiano, como todas las de esa calle, pero no podía dejar de pensar en la conversación que había tenido con mi abuelo después de llegar de la tienda de música. Mi abuela estaba hablando por teléfono y mi abuelo, leyendo unas tesis.

Me sonrieron al verme entrar en la casa y me avisaron que me habían guardado una porción de comida. Les agradecí por eso, y mientras esperaba que se calentara, me excusé con mi abuelo cuando me preguntó si quería acompañarlo al Observatorio de Greenwich. No podía faltar al ensayo de los chicos. Querían ultimar los detalles de la canción que habían estado practicando y, como yo la había compuesto, precisaban que estuviera con ellos.

Mi abuelo asintió y me miró con tanta fijeza que lo observé intimidado. Me apoyé sobre la encimera y me crucé de brazos.

Sabía que no me gustaría escuchar lo que tenía que decirme, pero lo diría de todas formas.

—¿Irás en calidad de «simple compositor»? —detecté un atisbo de reproche en su voz «calma».

Me vi los pies.

Seanathair... —A veces me salía de manera automática decirle «abuelo» en irlandés.

Apiló en un costado las hojas que estaba leyendo, apoyó las manos en la mesa y se acomodó los lentes sobre el tabique de la nariz.

—No, nada de «seanathair». ¿Hasta cuándo serás solo el compositor de esa banda, si sabes que quieres ser un miembro más?

Tragué con pesadumbre y saqué la comida del microondas. No quería encarar a mi abuelo; notaría las emociones contradictorias que me embargaban.

Apreté los dientes. Seguro que había estado chismoseando con Neal. No me había vuelto a hablar sobre la banda, como hizo el día del cumpleaños de Ethan, pero era cuestión de tiempo para que quisiera convencerme para que «no desperdiciara mi talento».

—¿Qué es lo que te frena?

Dejé la bandeja en la encimera. Saqué un plato y un vaso de la alacena y pensé en la pregunta de mi abuelo.

Siempre ponía como excusa cuánto me preocupaba que tuvieran que internar a Ethan de urgencia. Y era válido, porque ya había pasado varias veces durante los últimos años y me preocupaba tanto por él que me costaba dedicarle tiempo a la música. Pero había algo más que intentaba esconder en lo más recóndito de mi ser. Me dolía, y mi abuelo lo percibía.

Saqué la comida de la bandeja y la serví en el plato. Después, cargué agua en el vaso.

—Si la banda se hiciera conocida, la gente se daría cuenta de que esas canciones expresan gran parte de mí. —Quise golpearme la frente al percatarme de que lo había dicho en voz alta.

Tomé agua y sentí el cuerpo rígido. Deseé quedarme un rato largo ahí parado mientras trataba de ocultar mis emociones, como siempre, pero me moría de hambre. Agarré el vaso y el plato, de mala gana, los coloqué en la mesa y me senté.

Mi abuelo me escudriñaba con la mirada. Tragué con fuerza y revolví la comida con el tenedor antes de obligarme a comer; se me había contraído el estómago.

—¿Qué hablamos sobre el miedo, William James?

Mastiqué con lentitud y vi la comida frente a mí.

Mi abuelo había sido una de las personas que más me había motivado a dedicarme a la música, y hasta le había comentado sobre mí a Neal, quien influyó para que entendiera que mi hombro y mi clavícula sí funcionaban, que yo no era un inútil y que la música era lo mío.

¿Una estrella que no se apaga? (Lost Souls #1)Where stories live. Discover now