21|Promesa

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Nuestra última parada fue en el Big Ben y la Abadía de Westminster, de nuevo a petición de Tyler.

Lizzy se destornilló de la risa con las muecas que Tyler y las chicas le hicieron a la cámara de fotos de las mellizas. Katherine le dio un empujoncito para que se uniera a ellos y Tyler realizó una seña para que yo hiciera lo mismo.

Cuando dejaron de sacarse fotos, Lizzy y yo presenciamos cómo se reían y recordaban los momentos memorables de esa salida. Tyler y Hannah se miraron de una manera que pareció sellar la paz entre ambos.

Iba a preguntarle a Lizzy si no estaba agotada, pero la vi contemplando los edificios aledaños y a la gente con los ojos bien despiertos. Comenzó a separarse del grupo; la seguí, sorprendido e inquieto. Ella no tenía prisa. De tanto en tanto apreciaba las estrellas brillantes que iluminaban el cielo, oía con atención las bocinas de los autos y de los autobuses y las voces de las personas, y veía deambular a la gente y a los turistas tomándose fotografías como si le resultara lo más fascinante del mundo.

A medida que caminábamos, identifiqué adónde se dirigía.

Me froté los brazos; el viento me caló los huesos al acercarme al río Támesis. Lizzy ya había apoyado las manos en la baranda del Puente de Westminster, esa de color verde y detalles góticos, que separaba la calle del río. Observó el reflejo de la luna sobre el agua, iluminada también por las luces del Big Ben y de la Abadía de Westminster, y aflojó los hombros.

Cerré los ojos y caminé hasta ella con las piernas temblorosas; tuve que cerrar las manos dentro de los bolsillos de mi tapado para que no ocurriera lo mismo con ellas. Me quedé a una distancia prudente, tanteando el terreno. Apoyé las manos sobre la baranda y me maravillé con el cielo estrellado.

Lizzy se tensó y giró la cabeza. Fingí que estaba pensativo, pero por supuesto que había notado cómo me miraba perdida en sus pensamientos y su presencia me estaba generando un cosquilleo en el cuerpo. Al cabo de un momento, suspiró y apartó el rostro.

Avancé en su dirección, me quité el tapado y se lo coloqué sobre los hombros. Enseguida el frío otoñal me traspasó la ropa, pero intenté ignorarlo.

—Si tenías frío, solo tenías que pedirme el abrigo.

Me visualicé golpeándome por haber dicho semejante estupidez.

Lizzy levantó la cabeza y me escrutó.

—No es necesario que me la des —le echó un vistazo al suéter que yo llevaba—; no te mueras de frío por mí.

«Por favor, coopera», imploré mentalmente.

—Sé que eres friolenta, no quiero que te enfermes.

Apretó la mandíbula y observó un punto detrás de mi hombro.

—¿No quieres quedarte con el cargo de conciencia? —masculló.

Levanté las cejas.

—¿Estás siendo irónica?

—¿Tú qué crees? —Volvió a mirar el río.

Tyler estaba en lo cierto: Lizzy tenía un carácter del demonio. Y... tenía motivos para estar enojada conmigo; yo había puesto una enorme muralla entre los dos, y ni siquiera sabía muy bien por qué.

Se me escapó un suspiro desde lo más profundo de la garganta. Quería disculparme con ella, pero no sabía cómo hacerlo.

Lizzy le avisó a una de las chicas que estaba viendo el río Támesis. Me perdí en el cielo estrellado durante el tiempo que estuvo hablando por teléfono. Conté estrellas y busqué algunas constelaciones, las que alcancé a ver, mientras recordaba las leyendas que mi abuelo me había contado sobre ellas. Con el paso de los minutos, me sentí más tranquilo.

¿Una estrella que no se apaga? (Lost Souls #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora