31|Nuestra ancla es nuestra familia

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Al principio Jessica había llenado el silencio contándonos las últimas locuras de mi sobrina. A todos nos había distendido oír lo dicharachera que era, pero la falta de noticias hizo que nuestro buen ánimo terminara decayendo. Habíamos visto pasar médicos por el corredor; ninguno era el nefrólogo o el urólogo de Ethan.

Me levanté y caminé ofuscado y ansioso. No aguantaba más.

Metí las manos en los bolsillos de mi tapado y escuché los murmullos nerviosos de mi familia mientras me miraba la punta de las zapatillas. Me esforcé por mentalizarme de que todo estaría bien, que los médicos estaban realizándole a Ethan cuanto estudio podían para saber cómo llevar su tratamiento, que no tenía nada grave.

No podía creérmelo, aunque lo intentara.

Se me produjo un nudo en la garganta y los ojos empezaron a escocerme. Boqueé, en busca de aire, y pensé en alguna canción.

Giré la cabeza para verificar que nadie estuviera usando el dispensador de agua, porque necesitaba aliviar la resequedad en mi boca y, entonces, la vi a unos metros. Sus hombros se veían rígidos mientras me observaba.

No sabía que me había quedado conteniendo la respiración hasta que mi hermana me puso una mano sobre el hombro y me preguntó si ella era Lizzy. «Sí», murmuré. Jess sonrió y me exhortó a caminar hacia ella, ya que se había tomado el tiempo de acompañarme en ese momento. Iba a replicarle que en realidad Lizzy quería ver a Ethan, pero la preocupación en su rostro me indicó que... también quería estar a mi lado.

Jess me dio un empujoncito. Ejercí un paso, tambaleante, y una voz en mi cabeza me dijo que necesitaba que Lizzy estuviera conmigo. Lizzy también caminó. Los latidos de mi corazón se exaltaron a medida que acortábamos la distancia.

Cuando estuvimos el uno delante del otro, el estómago se me contrajo y mis manos picaron. Necesitaba abrazarla, saber que su presencia era real; que por una vez en mi vida había encadenado al Will hermético y había permitido que una buena persona como Lizzy me acompañara en un momento de incertidumbre para mí y mi familia.

Nuestros ojos se encontraron. Por los de Lizzy cruzaron la preocupación y la empatía.

—Hey... —bisbiseó.

Se me dificultó encontrar mi voz antes de saludarla.

Lizzy aferró las manos a las maniguetas de los bastones, tragó duro y supe que quería abrazarme. Yo ansiaba que lo hiciera, así que cerní mis brazos temblorosos alrededor de su cuerpo. Ella me abrazó por la cintura con una mano, con cierta dificultad, y la piel se me erizó. Mi cuerpo recibió la calidez del suyo y permití que la cercanía fuese apaciguando el desastre de emociones que estaban perturbándome.

—¿Cómo está? —preguntó Lizzy contra mi pecho.

La ansiedad me revolvió el estómago.

Me alejé unos centímetros de Lizzy y la escruté.

—Se lo llevaron para realizarle unos estudios, por la mañana. Estamos esperando los resultados. Abrirán el horario de visitas en cuarenta minutos.

Jessica se paró a mi lado y me avisó que llevaría a nuestros abuelos a tomar aire. Después, vio a Lizzy con una sonrisa que no alcanzó a tocar sus ojos verdes, que solían ser amigables y despiertos, y se presentó.

Volví a meter las manos en los bolsillos. La situación se me figuró de lo más rara.

—Elizabeth Blackwell. —Le devolvió la sonrisa a Jessica—. Dime Lizzy.

La picardía cruzó por las facciones de Jessica. Me mordí la lengua y le advertí con la mirada que no dijera nada para avergonzarme. Pero no estaba avispada, así que solo elevó los labios y le dijo:

¿Una estrella que no se apaga? (Lost Souls #1)Where stories live. Discover now