15|¿Es un trato?

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El mutismo de Lizzy me puso nervioso. Se había quedado pensando al respecto y parecía que quería darme la razón, por eso le dije:

—Has tocado el piano conmigo y en la sala también sin sentirte intimidada, pero cuando hablamos sobre las audiciones te pones nerviosa. Cuéntame, ¿qué sientes cuando piensas al respecto?

Lizzy jugueteó con sus dedos y fijó la vista en el suelo.

—Que no lo voy a hacer bien —susurró insegura.

Cruzó los brazos sobre su pecho, como si intentara protegerse de las emociones y las inseguridades que la estaban arrastrando. Quise decirle o hacer algo para que no la apagaran, pero no sabía qué.

—¿Tienes miedo de no hacerlo bien, o sientes que no lo harás bien?

—Siento que no lo voy a hacer bien —aclaró con un hilo de voz.

Me pregunté si no confiaba en su talento o si sentía que no iba a hacerlo bien por sus dolencias, lo cual era entendible.

Algo me dijo que se debía, en especial, a sus demonios internos.

Tragué duro cuando la empatía me hirvió en el pecho. Eso me había ocurrido cuando quise dedicarme a la música, de niño. Me habían quedado graves secuelas del «accidente» que mi familia y yo habíamos sufrido el 10 de septiembre de 2004 y muchas inseguridades por culpa de Ewan.

Había descubierto mi amor por la música a los diez años. Un día había llegado a la casa de mi madre y le había preguntado si podía aprender a tocar el piano. Mi madre sonrió, y seguro que iba a decirme que me apoyaría en lo que quisiera hacer, pero Ewan soltó que la música me convertiría en un inútil. No sería nada que él antes no me hubiera dicho que era.

Incluso después de que clínicamente mi hombro y mi clavícula se recuperaron, sentí que no me servirían para dedicarme a la música. Me costó mentalizarme de que no era un inútil y que lograría lo que quisiera si me esforzaba. Mi familia me ayudó en el proceso. Sin su perseverancia y su amor no me habría permitido amar la música y ella no habría sido mi refugio durante todos estos años.

Desconocía por qué Lizzy había abandonado el conservatorio, pero estaba convencido de que su cuerpo sí servía y de que tenía a una familia dispuesta a ayudarla. También quise creer que estaba en un centro de rehabilitación en donde los profesionales la harían avanzar.

Murmuré que quería ayudarla a superarlo. La sinceridad en mis palabras me hizo agachar la mirada, incómodo.

Lizzy levantó las cejas, sorprendida, y quiso decirme algo, pero volvió a cerrar la boca.

—Creo que se trata de un problema de ansiedad e inseguridad —no me atreví a ir más allá y decirle lo que había creído que estaba pasándole, para no abrumarla aún más—, que debes tratar si quieres desenvolverte bien en las audiciones, y... como pianista, básicamente.

—¿Y cuándo practicaremos?

Entreabrí los labios, anonadado porque hubiese aceptado indirectamente, pero intenté mantenerme impasible.

—Antes de tus clases, o después. O días extras. ¿Crees que podrás?

—Sí, pero tendríamos que apañárnosla para conseguir una sala.

—Nos las arreglaremos. —Sonreí amistoso—. Entonces... ¿Es un trato?

Lizzy puso su dedo índice bajo su barbilla, «pensativa». Extendí una mano para sellar el acuerdo y la escruté ansioso; estaba postergando su respuesta adrede. Lizzy bajó la vista y, cuando estrechó su mano contra la mía, sentí un cosquilleo y un calor breve pero abrasador donde nuestras pieles se habían tocado. Me sonrió agradecida y el corazón me latió gozoso.

¿Una estrella que no se apaga? (Lost Souls #1)Onde histórias criam vida. Descubra agora