35|Opciones

20 2 0
                                    

Esa noche, la única que pudo quedarse con Ethan fue mamá. Y, de haber podido quedarme, estaba seguro de que toda mi familia me habría insistido para que me fuera a mi departamento. Así que me quedé un rato con ellos mientras hablaban sobre el trasplante que Ethan necesitaba. Entraría en una lista de espera y habría que rogarle al cielo para que pronto recibiera un riñón. Mamá y Jess también plantearon la posibilidad de ser sus donantes.

Antes de las nueve de la noche, mi familia me ordenó que me fuera a mi departamento. Llevé a mis abuelos a su casa, también.

Conduje hasta el edificio en el que estaba viviendo, acompañado de la música que sonaba en el estéreo. Algunas me hicieron imaginar cómo sería tocar con los chicos en el bar, en noviembre.

Resoplé y frené en un semáforo en rojo. Apoyé la frente en el volante y cerré los ojos. La idea no abandonaba mi mente y en mi pecho estaba reverberando el deseo, o la necesidad, mejor dicho, de hacer música con mis amigos.

La bocina del carro que iba detrás me sobresaltó. Me enderecé y volví a conducir.

Escuché los primeros acordes de Yellow, de Coldplay, y empecé a marcar el ritmo en el volante y a cantar. También me visualicé en un escenario, tocando esa canción en la guitarra.

Apreté los labios y estuve tentado a cambiarla, pero no lo hice. Era una de mis canciones favoritas de la banda y...

Tenía que esperar a ver qué ocurría. Aparte, había hecho esa apuesta con Lizzy y yo cumplía con mi palabra.

Un alivio inusitado me recorrió entero cuando estacioné en el aparcamiento del edificio. Me apresuré a bajar, agarré mi mochila y le puse el seguro al coche. Corrí hasta la entrada y me quedé viendo impaciente el ascensor. Finalmente, la señora Hudson, la amable ancianita que vivía enfrente de mi departamento, salió y me sonrió. Intenté devolverle el gesto y le fruncí el ceño al chihuahua que emitió un ladrido agudo al verme. Le pregunté a mi vecina, por cortesía, si necesitaba algo. Me respondió que no. Moví la cabeza, a modo de despedida, entré en el ascensor y marqué el cuarto piso.

Cuando llegué, expulsé todo el aire que estaba aplastándome los pulmones. Las manos me temblaron mientras sacaba la llave de mi abrigo y la hice girar en la cerradura.

El frío del departamento me estremeció. Entré saboreando la familiaridad del ambiente y encendí las luces y la calefacción.

Me quité las zapatillas, me tiré al sofá, cerré los ojos y decidí evocar recuerdos felices; muchos habían tenido lugar en Irlanda. Allí me había enamorado de la música y entendido que debía comenzar una nueva vida. Que mi familia y yo debíamos salir adelante, a pesar de lo rotos que estábamos. Que Ethan sería nuestra razón de vivir.

Así era hacía once años. A pesar de sus impedimentos físicos y de sus problemas de salud, traía luz a nuestras vidas. Por eso, cada vez que esa luz se apagaba en su interior a nosotros nos costaba no desmoronarnos.

Me sobresalté cuando el timbre sonó y me quejé porque alguien quería perturbar mi paz. Caminé de mala gana hasta la puerta y abrí los ojos cuando alguien asió los brazos en mi cintura. Jessica y Peter me sonrieron cansados y me señalaron unas bolsas de plástico. Sellé los labios, contrariado, pero aprecié que me hubieran comprado mercadería.

Alcé a Brianna y se me colgó como un mono. Como siempre, Jessica me reprochó por malcriarla. Le aparté unos mechones de la cara a mi sobrina y le sonreí, luego observé a mi hermana.

—Por eso soy su tío favorito. —Volví a ver a Brianna. Ella me lo confirmó con una de esas sonrisas adorables que a todos nos volvían locos.

Jessica hizo una mueca y me pidió entrar. Retrocedí unos pasos.

¿Una estrella que no se apaga? (Lost Souls #1)Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum