24|Confía en ti

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Lizzy se sentó en el banquillo y colocó las partituras en el atril.

Introduje las manos en los bolsillos delanteros de mis jeans y miré el escenario. ¿Qué podía decirle a Lizzy para que las visualizaciones le salieran mejor? Me parecía que solo podía seguir demostrándole que la estaba ayudando porque de verdad quería hacerlo.

Por más que me gustaría que se abriera emocionalmente conmigo, entendía que tenía que librar sola la batalla contra sus pensamientos. Era lo que el tío Neal había hecho y seguía haciendo conmigo.

Me acuclillé al lado de Lizzy y la miré alentador.

—Toma esto con calma, ¿sí? Toca para mí, pero no imagines que estamos en nuestras prácticas habituales. —Que intentase estar tranquila me hizo sentir más confiado—. Cuando te toque practicar la pieza que te resulta más difícil de Piano, visualiza al público en el auditorio. Lo harás bien, porque confías en ti.

La calidez en mi voz nos sorprendió a ambos.

Lizzy levantó una comisura y capté un atisbo de seguridad en sus facciones.

Me levanté y la vi respirando hondo. Estudió las partituras antes de animarse a tocar.

La satisfacción fue abriéndose paso en mi interior, con el paso de los minutos. Caminé de un lado al otro para ver a Lizzy desde todos los ángulos. Era cierto que estaba practicando todos los días: estaba tensa y seguía costándole un poco mantener una buena postura, pero lucía más confiada.

Su pierna izquierda tembló; sin embargo, tuvo más control sobre ella, incluso aunque estaba concentrada en imaginar las tres audiciones.

Dejé los brazos a los lados de mi cuerpo y la observé. Ahí estaba la chica que quería ver. Sus ojos habían comenzado a brillar y sus mejillas se habían sonrojado, dándole vida a ese semblante que estaba acostumbrándome a ver cansado.

No tenía idea de qué estaba imaginándose, pero las lágrimas le surcaban la mirada. No pude quitarle la vista de encima, tan emocionado como ella; fascinado, también. Le estaba empezando a doler la cadera, pero seguía tocando. Sus inseguridades no la estaban venciendo, tampoco.

Lizzy no sabía la fascinación que podía llegar a provocar en la gente cuando se permitía mostrar su pasión por la música. Su alma ya no estaba en esa sala del conservatorio.

De repente, sus pensamientos comenzaron a desviarse. Apreté la mandíbula. «¡No, no, no, continúa!».

Pero no pudo. Un temblor alarmante le sacudió la pierna, y paró de tocar de sopetón. La impotencia y la frustración se concentraron en su mirada, que se llenó de lágrimas.

Cerré los ojos, apenado y tan frustrado como ella. Sentí sus emociones como si fueran mías porque... yo también había estado bloqueado y había creído que no podría ganarle la batalla a mis miedos e inseguridades.

El me puso los vellos de punta y el ambiente se cargó de electricidad.

Lizzy se quedó mirando cabreada su pierna izquierda.

—Termina, Blackwell —le dije con voz autoritaria pero suave.

Cerró las manos a sus costados y apretó los párpados. Su mandíbula tembló.

La escruté con el corazón en la garganta. Amagó a tocar de nuevo, pero un pensamiento poderoso la llevó a sostenerse de un borde del piano, y su rostro cayó desplomado hacia adelante. Me escoció el pecho.

«¿Qué te ha hecho estar tan rota, Lizzy?».

Me apresuré a eliminar la distancia y advertí que la culpa y el abatimiento le oscurecieron el semblante.

¿Una estrella que no se apaga? (Lost Souls #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora