LI

587 21 1
                                    


Brid


Tan pronto llegué al hospital, los padres de Noam me guiaron hacia la habitación donde se encontraba su hijo. Mientras caminaba, los nervios me atacaron con más intensidad que nunca; mis labios estaban resecos, mis manos se volvieron como cubos de hielo y, debido a la fuerte taquicardia, incluso me sentía algo mareada. Pero ignoré cualquier sensación molesta de mi cuerpo para cumplir lo que Noam quería: hablar conmigo.

     Cuando me encontré ante la puerta de la habitación, respiré profundo, tragué saliva y, finalmente, entré. Una vez dentro, mi corazón se sobrecogió con la impactante escena de Noam en la cama, conectado a varias máquinas cuyas pantallas y luces parpadeantes monitoreaban cada aspecto de su estado. Una lágrima brotó de mis ojos, seguida de muchas más. Deseé que esto fuera una pesadilla. Me negaba a creer que Noam estuviera en esta situación, aun viéndolo con claridad frente a mí.

     —Acércate —me pidió el con voz suave. Era evidente que hablar le causaba dolor.

     Le hice caso y me acerqué rápido.

     —Noam, no puedo creer que esto haya pasado... ¿Por qué no te quedaste en la casa?

     —Brid. —Me miró directo a los ojos con una sonrisa triste—. Se nota que no has dormido bien, pero estás igual de hermosa como siempre.

     Mis lágrimas brotaron incontrolables y rodaron por mis mejillas hasta caer al suelo. La manera en la que dijo esas palabras tocó algo profundo en mi interior. No podía con este peso emocional.

     —Tú eres el chico más lindo que he conocido en mi vida —confesé. Ya no estaba para guardarme nada—. ¿Por qué crees que me enamoré de ti?

     —¿En serio te enamoraste de mí? —me preguntó. Ahora su sonrisa era victoriosa—. Es bueno saberlo. Por un momento, pensé en la desafortunada posibilidad de que lo nuestro no fuera recíproco.

     —Sí lo es —afirmé—. Siempre lo fue.

     —Siento mucho que no nos hayamos dicho estas cosas antes —me dijo en un tono triste—. Pero no me quiero quedar con lo que hubiera pasado. Mejor quedémonos con lo que sí se hizo realidad, ¿te parece?

     —Podemos estar juntos y hacer todas las cosas que tú quieras cuando salgas de esta. Ya verás que así será —agregué al final, teniendo fe de que todo estaría bien.

     —No sé si saldré de esta, Brid.

     —Sí, claro que lo harás —aseguré, reprendiendo sus dudas.

     —Quiero que me prometas algo. —Soltó un pequeño quejido de dolor.

     —No hagas como que te estás despidiendo, por favor. —Le supliqué, angustiada.

     —Prométeme que buscarás ayuda para estar mejor, por favor.

     —Noam...

     —Discúlpame si soy muy insistente con eso, pero solo deseo lo mejor para ti. Quiero que vivas una vida plena, llena de alegría y libre de cualquier problema emocional que te atormente. Tienes que romper esas cadenas que te impiden construir tu felicidad.

     Era tan tierno y doloroso a la vez que, hasta en su peor momento, Noam se preocupara por mí y buscara mi bienestar. Fue entonces cuando supe que mi negación había llegado a su fin; le haría la promesa que me pedía.

     —Está bien, te prometo que buscaré ayuda.

     —Gracias, Brid. —Me agradeció, sonriendo con autentica felicidad. Y, luego, extendió su mano derecha, pidiéndome que la tomara.

     —¿No te puedo causar dolor si te tomo de la mano? —le pregunté, siendo consciente de que ahí tenía la vía intravenosa.

     —No pasa nada —aseguró él—. Quiero tocar tu mano.

     Lo tomé de la mano y, con una sonrisa compartida, nuestros ojos se llenaron de lágrimas. Nuestras almas compartían el mismo sentimiento doloroso. Sin saber si era permitido, me acerqué a él y lo abracé con suavidad, procurando no causarle dolor

     —Te amo, Brid —me dijo casi en un susurro—. Mucho más de lo que te imaginas.

     —Yo también te amo, Noam. Igual que tú o más.

     Noam quedó dormido con una media sonrisa. Me asusté al pensar que lo peor había pasado, pero supe que aún seguía con vida gracias a la máquina que detectaba sus latidos. De todas formas, llamé a la enfermera para que viniera.

     —¿Está bien? —le pregunté a la enfermera cuando entró.

     —Solo se desmayó por el dolor —explicó ella—. Será mejor que regreses con tus familiares.

     Regresé a la sala de espera. Mi papá me recibió con un abrazo al notar mi expresión absoluta tristeza. Sabía que Noam me había insinuado que no saldría de esta durante nuestra platica, pero, aun así, no me rendía ante la idea esperanzadora de que pudiera recuperarse. No perdería la fe tan fácil.

     Los padres de Noam, Ángela, mi papá y yo nos pasamos una hora en silencio. De nueva cuenta, tal y como en los días anteriores, estábamos a la espera de nuevas noticias sobre Noam. El tiempo siguió pasando hasta que, de repente escuchamos el alboroto de una emergencia en una de las habitaciones. El personal médico se agilizó para atender la situación con urgencia. Me puse nerviosa, rogando que no tuviera nada que ver con Noam.

     Sin embargo, mis esperanzas se vinieron abajo cuando el doctor se acercó a nosotros y nos dijo estas desgarradoras palabras:

     —El paciente Noam acaba de sufrir un paro respiratorio y no pudimos salvarlo. Lo siento mucho.

     Yo creía que, a estas alturas, nada podía romperse en mi interior, que estaba completamente rota, pero, en este preciso momento, sentí que los pocos pedazos que aún quedaban de mí se hicieron polvo.  

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now