V

810 37 39
                                    


Brid


A unos pasos de llegar a mi casa, revisé el bolsillo de mi pantalón para verificar si la hoja de papel seguía ahí, pero mi corazón casi se sale de mi pecho al darme cuenta de que había desaparecido. Empecé a revisar, desesperada, todos mis bolsillos, y no la encontré en ninguno. Me llevé las manos a la cara, lamentando mi descuido. Lo primero que pensé fue que se me había caído en el camino; en ese caso, no debía preocuparme. Sin embargo, también estaba la opción de que se me hubiera escurrido cuando me levanté del banco, lo que implicaba que Noam podría haberla encontrado.

     Me quedé pensando en ello casi toda la noche. No me gustaba, en absoluto, pensar que otra persona, que no tenía relevancia en mi vida, pudiera enterarse de mis deseos suicidas. Se sentía extraño el solo hecho de pensarlo. Es decir, si ni siquiera lo sabía mi papá, ¿por qué tendría que saberlo alguien más?

     —Brid, ¿estás despierta? —me preguntó mi papá, tocando la puerta de mi habitación. Eran casi las cinco de la mañana. Él nunca se levantaba tan temprano, mucho menos a hablarme.

     Me hice la dormida y no respondí a su llamado. No quería que pensara que estaba despierta a esta hora.

     —¡Brid! —insistió él un poco más fuerte.

     Esto no era nada normal, por lo que me puse de pie y fui a abrir la puerta.

     —¿Qué pasa, papá? —Me restregué los ojos para que pensara que me acababa de despertar.

     —Disculpa que te haya despertado, pero tengo que decirte algo importante —me dijo, haciéndose el nudo de la corbata—. Mi jefe me acaba de llamar para pedirme que lo acompañe a un viaje de trabajo. No le quise decir que no porque estoy en busca de un ascenso, y esto me puede dar muchos méritos.

     —¿Cuánto tiempo estarás fuera?

     —Todo el fin de semana.

     ¿La casa para mí sola todo el fin de semana? No sonaba mal.

     —No te preocupes por mí. No tengo problema en quedarme sola.

     —Si te soy sincero, no me gusta la idea de dejarte sola —dijo él, mirándome a los ojos—. ¿Estás segura de que puedes pasar un fin de semana sin mí?

     —Sí, papá —afirmé, dándole la seguridad que él necesitaba—. Sería el colmo que, con diecinueve años, no me pudiera quedar sola un fin de semana.

     —No es por tu edad, Brid, es por tu estado.

     —No empieces, papá...

     —Bueno. —Mi papá se dio cuenta de que empezaba a molestarme—. Iré a terminar de empacar mis cosas. ¿Tú seguirás durmiendo?

     Si supieras que no he dormido nada en toda la noche, pensé.

     —Sí, ¿no ves la hora? Necesito dormir un poco más.

     —Está bien, me despido de ti porque no te darás cuenta cuando me vaya. —Me dio un abrazo, pidiéndome que me cuidara. También me dijo, casi en tono de broma, que mi psiquiatra, a quien, en comparación con mi psicólogo, solo había visitado una vez, me vendría a regañar si no me tomaba mis medicamentos. Yo solo asentí con una sonrisa, pero, en el fondo, sabía que no me iba tomar nada.

     Regresé a la cama, deseando conciliar el sueño rápido. Y, por suerte, lo logré.

     Me desperté unas siete horas después. Los rugidos de mi estomago me obligaron a levantarme e ir a buscar algo de comer a la cocina. Habiendo una enorme variedad de alimentos en los estantes, me decidí por una simple manzana. No estaba de ánimo para preparar un desayuno elaborado.

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now