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Noam


El viernes llegó más rápido de lo que esperaba. A lo mejor, fue porque, en estos dos días previos, intenté distraerme con otras ocupaciones para no pensar en Brid. Salí a correr por la mañana. Hice ejercicios de fuerza. Escuché mucha música. Me empeñé en leer un libro, aunque no pude terminarlo (siempre me costó finalizar una lectura completa). Y fui a dar algunas vueltas en mi moto, pero, ante todo, guardando la precaución. En fin, mantenerme ocupado con estas actividades ayudó a que el tiempo se acelerara.

     Pero ahora, justo en este día, volvía la tensión.

     Llegué a la casa de Brid con quince minutos de antelación. Fue una estrategia de mi parte para estar a solas con ella antes de que su papá llegara. Me moría por verla, sin importar si el sentimiento era mutuo.

     —Llegaste demasiado temprano —me dijo Brid al tiempo que abría la puerta y miraba la hora en su celular—. ¿Por qué tan puntual?

     —Siempre he sido así de puntual —le respondí. En verdad, nunca antes había llegado con tanta anticipación a un compromiso.

     —Pues te tengo una noticia. —Se cruzó de brazos—. No te voy a dejar pasar hasta que llegue mi papá.

     —¿En serio? —le pregunté, negando con la cabeza—. ¿Sabes que me duele que me trates de esta manera?

     —¿Te duele? —me preguntó, como si no me creyera en absoluto.

     —Sí —aseguré—. Mucho.

     —¿Sabes qué duele, Noam? Que te mientan en la cara.

     —Brid... no me lo eches en cara de esa manera.

     —¿Y cómo quieres que te lo diga?

     —¿Leíste las disculpas que te mandé por mensaje? ¿O no? Bueno, si no lo hiciste, me disculpo otra vez aquí, mirándote a los ojos.

     —¡No! No sigas, por favor —me dijo, y me hizo un gesto, que no fue tan convincente, para que me detuviera —. Me cuesta demasiado confiar en alguien que ya me mintió una vez.

     —Te cuesta demasiado, pero no es imposible, ¿o sí?

     —¡Hola, chicos! —nos saludó el papá de Brid, que apareció sin que lo viéramos venir. Noté el alivio de Brid al ver que nuestra plática era interrumpida—. Ya llegué.

     —Hola, señor Lorenzo —lo saludé. En el fondo, lamenté que el señor repitiera la misma interrupción de la última vez.

     —¿Otra vez en la puerta, Noam? ¿Brid no te deja pasar o algo?

     Miré a Brid, achinando los ojos. Pude haberle dicho la verdad al señor Lorenzo, que Brid no me dejaba pasar, pero no quería empeorar las cosas con ella.

     —No. ¿Cómo cree? —le respondí—. Es solo que también acabo de llegar, tal y como pasó hace unos días.

     —Bueno. —El señor Lorenzo le pidió a Brid que abriera la puerta en su totalidad, y ella le hizo caso—. Me iré a cambiar y volveré enseguida. Mientras, ustedes pueden seguir hablando.

     Apuesto a que Brid quiso gritarle a su papá: «¡No nos dejes solos de nuevo!».

     —No intentes lo de hace rato, por favor —me dijo ella, advirtiéndome antes de que empezara.

     —Está bien. —Levanté las manos en señal de rendición—. No diré nada.

     —¿Ya te vas a rendir?

     —¿No quieres que lo haga?

     —Eh, no. Quiero decir, sí —tartamudeó, nerviosa.

     Los nervios de Brid me daban una señal clara. No eran tan idiota como para no entender esta indirecta, si se le podría llamar así.

     —¿Sí o no? —Me reí.

     —¿De qué ríes? —me preguntó ella, ofendida.

     —De nada. —Le hizo un gesto con la mano para que se tranquilizara—. Tranquila.

     Brid se quedó en silencio. Sin embargo, quise hacerle una pregunta más.

     —Oye, Brid —le dije—, solo te quiero hacer una última pregunta. Y, si me respondes, te prometo que no hablaré más.

     —¿De verdad dejarás de hablar?

     —Sí, lo prometo.

     —Bueno, haz la pregunta.

     —¿Hablaremos algún día sobre lo que pasó? —le pregunté, esperando que me diera una respuesta sólida.

     A Brid le llevó unos segundos digerir mi pregunta. Pero estoy seguro de que me iba a dar una respuesta. ¡Lo iba a hacer! Si tan solo el señor Lorenzo no hubiera bajado a interrumpirnos de nuevo.

     —¡¿Están listos, chicos?

     —Sí. Más que listos —respondí, suspirando y tratando de ocultar mi descontento. El señor Lorenzo no sabía sus interrupciones evitaban que Brid respondiera a las preguntas importantes para mí.

     Me ofrecí a llevar las latas de pintura afuera para que empezáramos a pintar sin más demora. Eran algo pesadas, pero pude cargar las primeras dos que ocuparíamos de un solo golpe. Los ejercicios de fuerza que había hecho lo largo de esta semana dieron sus frutos. Ahora tenía claro que debía mantener la intensidad en mis entrenamientos.

     —Estás fuerte, Noam —me dijo el señor Lorenzo mientras me seguía afuera.

     —Solo un poco —le respondí con modestia.

     Brid nos alcanzó y le echó un vistazo a la casa. También miró al cielo, buscando alguna probabilidad de lluvia. Yo, por la mañana, revisé el pronóstico del clima en mi celular, y decía que estaría parcialmente nublado, pero que no llovería. Y seguiría la misma línea durante todo el fin de semana. ¡Qué suerte! En Phoenix, este clima no era habitual en diciembre, por lo que teníamos que sacarle el máximo provecho.

     —No te preocupes —dijo el señor Lorenzo, dirigiéndose a Brid—. Aunque parezca que sí, no lloverá este fin de semana.

     —¿Estás seguro, papá? —Brid aún dudaba mucho.

     —Lo estoy —aseguró él—. Vi el pronóstico del tiempo antes de escoger los días que pintaríamos. Y, para nuestra fortuna, este fin de semana nos favoreció.

     —Yo también miré el pronóstico —dije, reincorporándome a la plática—. No es normal que pase esto. Debemos aprovecharlo.

     —Bueno. ¡Comencemos! —El señor Lorenzo nos quería contagiar con su buena actitud.

     Miré a Brid y le sonreí con suavidad. Ella tuvo la intención de devolverme la sonrisa, pero me apartó la mirada con los mismos nervios de hace unos momentos. ¿Esta era otra buena señal? Obvio que sí.

     Rememoré las palabras de Ángela: «Crear el momento perfecto».

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now