II

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Noam


La universidad me mantuvo tan ocupado los últimos meses que había olvidado lo bien que se sentía estar sin tantas presiones. Este último mes y medio, entre proyectos y exámenes, mi cabeza estuvo al borde del colapso. Sin embargo, ahora que daban inicio las vacaciones de invierno, tenía todas las ganas de aprovecharlas, en especial porque regresaba a mi vecindario de toda la vida. Y, por tanto, me veía en la necesidad de salir a divertirme lo más que pudiera.

     Hoy era el primer día de las vacaciones y quería empezar con el pie derecho. Me invitaron a una fiesta con la promesa de que sería la bomba. Sin embargo, para mi mala fortuna, no fue así: la diversión se echó a perder poco después de la medianoche. La tonta razón que desencadenó este lamentable hecho fue que dos chicos se pelearon, dejándose bastante heridos. Al parecer, el conflicto giraba en torno a una chica. Me pareció ridículo que mi noche se arruinara por un triángulo amoroso. Pero, todas maneras, no había motivo para enfadarme demasiado, pues aún me quedaban muchísimos días para seguir disfrutando.

     Una chica con la que estuve hablando durante la fiesta, que se llamaba Brianna, me pidió que le diera un aventón en mi moto. Su simpatía hacia mí fue tal que no podía decirle que no. Su casa se encontraba cerca de la zona, por lo que no tardaríamos en llegar. El punto es que, cuando llegamos, se presentó un problema: su papá estaba esperándola afuera, con una marcada expresión de enojo. Al señor solo le faltaba echar humo por la cabeza. Me miró como si quisiera golpearme y, al mismo tiempo, me hizo un gesto para que me acercara. ¿Qué carajos quiere?, pensé.

     Yo no era de los que huía de nada, así que me bajé de la moto y me acerqué a él junto a su hija.

     —¿Y tú quién eres? —me preguntó el señor, mirándome de arriba abajo—. ¿Te hizo algo? —Ahora se dirigió a Brianna.

     Sin inconveniente, me dispondría a responderle, pero Brianna se me adelantó y respondió antes que yo.

     —¡Es un amigo, papá! Y no me hizo nada. No seas dramático.

     —Solo soy el nuevo amigo de su hija, señor —le respondí, luego miré a Brianna y me reí. Me causó gracia estar en esta situación. ¿De verdad me veía tan mala influencia? No lo hacía a propósito, en serio.

     —Entra a la casa, Brianna —dijo el señor con seriedad—. Necesito hablar con este chico.

     Brianna, con vergüenza, se despidió de mí y nos dejó solos.

     —Conozco a los de tu tipo. —El señor se puso aún más serio y se acercó a mí, intentando intimidarme. Yo me desaparté de él en un instante—. Sé que solo te quieres aprovechar de mi hija.

     —¿Aprovecharme de su hija? —le pregunté con un claro tono interrogativo. Y, después, con algo más de broma, agregué—: ¿No se ha puesto a pensar si ella quiere lo mismo?

     —No permitiré que mi hija se meta con alguien como tú.

     —Tendrá que vérselas con ella porque, si usted está en contra de mí, ella estará en contra de usted. —Me volví hacía mi moto, la encendí y me largué de ahí.

     A decir verdad, Brianna no me interesaba para tener una relación de ningún tipo, pero me hacía gracia fastidiar a la gente como este señor, que sacaban conclusiones sobre mí sin siquiera conocerme.

     Me dirigí a la casa de mis padres con las ganas de haber tenido más fiesta. Pero, de nueva cuenta, me dije a mí mismo que no pasaba nada, que apenas era el primer día de las vacaciones.

     Antes de llegar, desde lejos, miré que había una chica en el banco que estaba al otro lado de la calle frente a la casa. Esto me resultó, cuanto menos, extraño. Por un momento, pensé que se trataba de un fantasma o algo así, ya que estas no eran horas para que una persona estuviera en un lugar tan desolado.

     Al detenerme en frente de la casa, volteé a ver a la chica de nuevo y me percaté de que ella también me veía. Pero no me aguantó la mirada por mucho tiempo y la desvió hacia otro lado. Aquí fue cuando pensé que lo mejor sería ir a preguntarle si le pasaba algo. Apoyé la moto en la pata, me bajé y, a paso lento, me acerqué a ella.

     —¿Estás bien? —le pregunté.

     Ella solo me miró a los ojos y se quedó en silencio.

     —¿Me escuchaste o tienes problemas de audición? —insistí.

     —No me pasa nada —me respondió con firmeza. Me sentí aliviado de saber que no era un ente sobrenatural.

     —¿Segura? Estás no son horas para que andes en lugares tan solitarios como este. Te podría pasar algo.

     —¿Por qué? ¿Por qué hay tipos como tú que pueden abusar de mí?

     —¡¡Qué?! ¿Acaso tengo cara de abusador? —Me reí porque quise tomarme a broma su comentario—. Solo te quiero ayudar, chica. Pero ya ves lo que me gano por intentar ser amable.

     —No, no tienes cara de abusador —dijo ella sin estar del todo segura—, pero uno no se puede confiar de nadie.

     Supongo que ella, al igual que el señor de hace rato, había sacado conclusiones erróneas sobre mí. Creo que era debido a que me vestía al estilo grunge, como si fuera integrante de una banda de rock. Recuerdo que adopté esta vestimenta en la etapa de la adolescencia, aproximadamente desde que tenía quince años, cuando me empezó a gustar la música de Pearl Jam, Soundgarden y Nirvana.

     En cuanto a su vestimenta, ella vestía de una forma más normal, según mi perspectiva. Llevaba un suéter azul y un holgado pantalón blanco. Por otro lado, su cabello, casi negro, lucía despeinado, pero, de alguna manera, se le veía genial. Otra cosa que me llamó la atención fueron sus ojos, que eran café claro y brillaban incluso en la oscuridad.

     —Bueno, en esa parte, tienes razón —admití—. No te puedes confiar de nadie, y menos a estas horas.

     —Por supuesto que tengo razón. —La chica se levantó y se fue sin despedirse.

     —¡Oye! ¿Puedo saber cómo te llamas, al menos? —le pregunté mientras se alejaba. No sé por qué, pero la chica me cayó bien. Fue una lástima que no se diera la vuelta y me dijera su nombre.

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now