VIII

750 35 29
                                    


Noam


Precisé, una vez más, encontrarme con Brid a medianoche en lugar de asistir a una fiesta u otro evento parecido, incluso sin saber si llegaría o no. Sin embargo, en esta ocasión, hubo una razón que me impidió esperarla en el banco: la poca gasolina de mi moto. Por mucho que me vi capaz de ir a la gasolinera y regresar antes de que ella apareciera, no pude cumplir mi cometido. Quizás lo habría logrado si hubiera aumentado la velocidad al extremo, pero no me gustaba exceder el límite al salir del vecindario, sobre todo porque no quería problemas con la policía.

     Cuando regresé de la gasolinera, Brid ya estaba sentada en el banco. Me frené casi enfrente de ella y la saludé. Esta noche, en particular, se percibió —con más intensidad— que no le había agradado mi llegada; no obstante, le di poca importancia a ese hecho. Tenía claro que Brid era una persona asocial en todo el sentido de la palabra, de modo que podía entender que se lo tomara con hostilidad.

     Estacioné la moto cerca de nosotros, acomodé mi chaqueta de cuero y me senté al lado de Brid. Le eché un vistazo fugaz y advertí que esta noche se veía más peinada, cosa que me llamó la atención. Solo se hizo esa pequeña modificación y pudo aumentar su atractivo de forma significativa. No me imaginaba cómo se vería si cuidara más su estética en general.

     Nuestra plática de esta noche no parecía tener buen rumbo. Pero, sea como sea, no estaba dispuesto a rendirme tan fácil, por ende, la incité a sacar un tema interesante del que hablar. Y fue en este punto que, a bocajarro, me preguntó si, alguna vez, había pensado en el momento de mi muerte. La serenidad con la que hizo la pregunta me generó un escalofrió. Y, en realidad, nunca me había imaginado —con seriedad— el día en que dejaría de existir.

     El caso es que, un momento después, me pidió que jugáramos un juego, que ella llamó «elige tu manera de morir». Consistía en proponer dos maneras de morir y que la otra persona escogiera la menos terrible. Sabiendo la situación de Brid, me pareció raro que fuésemos a jugar algo de tales características, pero tuve que aceptar hacerlo.

     La primera elección que tuve tomar fue entré morir ahogado o quemado. Esta decisión resultó ser más dura de lo que esperaba. Me imaginé a mí mismo en esas dos situaciones y otro escalofrío me recorrió el cuerpo. En definitiva, determiné que prefería morirme ahogado, pero sin estar del todo seguro. ¡Qué difícil era el juego!

     En fin, ahora era mi turno. Tenía que pensar en dos formas de morir que fueran duras, pues quería seguirle el juego a Brid.

     —¿Qué prefieres? —la miré a los ojos—, ¿morir de sed en el desierto o por falta de oxígeno en el espacio?

     —Esa es buena, eh. —Me vio, como orgullosa de mis opciones—. Me quedo con morir por falta de oxígeno. Moriría mucho más rápido en el espacio. La muerte en el desierto sería más lenta y angustiante.

     —Tienes razón —le dije, pensando que, a fin de cuentas, no la había puesto en un verdadero aprieto—. También hubiera elegido lo mismo.

     —Bien, ahora es mi turno de nuevo. —Miró al cielo, pensando—. ¿Qué prefieres?, ¿morir cayéndote de un edificio o atragantado por un alimento?

     —¿Cómo haces para pensarlas tan rápido? —le pregunté.

     —Es un talento —me respondió, encogiéndose de hombros.

     De pronto, la brisa que soplaba se hizo más fría. Brid, al estar un poco descubierta, se sopló las manos para calentarlas. Asimismo, noté que sus labios empezaron a temblar. Sin pensarlo dos veces, me quité mi chaqueta y, como muestra de cortesía, se la ofrecí.

     —Toma. —Se la entregué—. La necesitas más que yo.

     —Te la aceptaré porque no me quiero morir de frío.

     —Ahora que mencionas morir de frío. —La miré, poniendo la mano derecha en mi barbilla—. Se me acaba de ocurrir una nueva idea para el juego.

     —Pero primero responde la última pregunta que te hice. —A Brid no se le escapaba nada.

     —Es mejor morir cayendo del edificio —respondí sin dudarlo—. ¿Cuánto tardaría en caer? No más de cinco segundos, supongo. Mientras que el atragantamiento duraría más, ¿no? Además de que lo veo demasiado frustrante.

     —Opino lo mismo que tú. La caída del edificio, en teoría, debería ser más rápida.

     —Bien, me toca. —Miré la pequeña neblina que se había formado en la calle—. ¿Qué prefieres?, ¿morir de frío o de calor?

     —¿Esa fue la idea que tuviste cuando te acepté la chaqueta? Me esperaba algo más rebuscado —bromeó.

     —Hago lo que puedo. —Me encogí de hombros, riendo—. No me exijas mucho.

     —Mira, si tomo en cuenta que siempre he odiado el clima caluroso, te puedo asegurar que prefiero, sin duda alguna, morir de frío.

     —Aquí estoy cien por ciento de acuerdo contigo. No entiendo a la gente que prefiere el calor antes que el frío.

     —No eres el único. Yo tampoco los entiendo.

     Me hubiera encantado seguir jugando con Brid, pero las descargas eléctricas comenzaron a aparecer en el cielo y los truenos retumbaban fuerte. Una vigorosa tormenta se aproximaba.

     —Parece que se avecina una tormenta de las buenas.

     —Sí —dijo ella mientras me ponía de pie—. Ya me tengo que ir.

     —¿Tu casa está lejos de aquí? —le pregunté, y también me puse de pie—. Te puedo ir a dejar en mi moto, si quieres.

     Ella sabía que, si se iba caminando, se iba a empapar de agua. Y no creo que quisiera eso.

     —¿Manejas rápido?

     —Si me lo propongo, puedo darle la vuelta a este vecindario en menos de un minuto.

     Brid miró el camino que tomaba todas las noches, dudando entre aceptar o rechazar mi propuesta.

     —Está bien —aceptó. Hice una celebración en mi interior—. Aceptaré que me lleves. No quiero llegar a mi casa chorreando agua.

     —Sabia decisión —le dije, luego corrí y me subí a la moto—. ¡Apresúrate! Las primeras gotas empezaron a caer.

     Se subió detrás de mí de un salto. Brid podía ser habilidosa cuando se lo proponía. Tomé el casco que colgaba del manubrio derecho, le dije que se lo pusiera y, por último, le pedí que se agarrara de mi cintura.

     —¿Y tú no te pondrás nada?

     —No te preocupes por mí. Ahora mismo solo quiero velar por tu seguridad.

     —¿Estás insinuando que vamos a tener un accidente?

     —No, no, no —le respondí—. Solo estoy cuidando tu vida.

     Sabía que Brid tenía deseos de morir, pero nunca lo haría estando a mi lado. 

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now