XI

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Brid


¡¿Dónde está la maldita arma?!, quise gritar al mirar que no se encontraba en el desayunador, justo donde la había puesto antes de abrirle la puerta a Noam. Aún no estaba tan trastornada como para olvidar que la había dejado ahí. Pero ¡mierda!, había desaparecido. Rozando el ataque de pánico, me volví loca buscándola por todos lados. Me negaba a creer que se había esfumado por arte de magia. Al ver que mi búsqueda no tenía éxito, me empecé a desesperar mucho, los latidos de mi corazón se dispararon, mi frente comenzó a transpirar y mi respiración se hizo pesada. Me vi en la necesidad de sentarme en un sofá para calmarme.

     Yo podía garantizar, con toda la seguridad del mundo, que la había dejado en el desayunador. Entonces, a menos que tuviera amnesia y no recordara haberla puesto en otro lugar, todo apuntaba a que alguien la había tomado. ¡Noam!, pensé. Él fue la única persona que vino a visitarme hoy. Pero ¿por qué mierda la tomaría? ¿Y cómo se lo iba a preguntar? Sería raro escribirle un mensaje solo para preguntarle si se había robado un arma.

     ¡Al diablo con todo!, me dije en voz alta. Tenía que salir de dudas. Sin rodeos, saque tomé mi celular y le mandé un mensaje.

     Yo: Oye, Noam. ¿Estás ahí?

     No me respondió en la brevedad que me hubiera gustado. ¿También era como yo, que se tardaba una eternidad en responder?

     Noam: Hola, Brid. ¿Pasa algo?

     Yo: Sí, tengo una emergencia.

     Noam: ¿En serio? Dime qué pasa.

     Yo: Tengo una pregunta para ti y sé que sonará rara, pero ¿de causalidad tomaste un arma que estaba en el desayunador de mi cocina?

     Noam: ¿Un arma? ¿De qué estás hablando?

     Yo: Sí, un arma, que utilizo para defensa propia. ¿En serio no la viste?

     Noam: ¿Acaso tenías planeado utilizar el arma conmigo? Me asustas, Brid.

     Yo: ¿Qué locuras dices?.

     Noam: Ja, ja, ja, era broma. La verdad no vi el arma de la que hablas.

     Yo: ¿De veras? No sé por qué no te creo.

     Noam: ¿Por qué no me creerías? No me digas que tengo cara de ladrón.

     Yo: Lo digo porque eres la única persona que vino a mi casa hoy. Y las cosas no se mueven solas, ¿o sí?

     Hubo otro lapso de tiempo para que me respondiera.

     Noam: Está bien, me descubriste.

     Yo: ¿Te descubrí?

     Noam: Sí, yo la tengo.

     El descarado lo admitió, así como si nada.

     Yo: ¿Y quién te dio el derecho de tomarla?

     Noam: No sé, solo me pareció peligroso que tuvieras un arma en tu casa.

     Yo: ¿Peligroso? ¡Te acabo de decir que es un arma que me sirve como autoprotección! Además, es de mi papá, no es mía.

     Noam: ¿Sabes usarla, al menos?

     A decir verdad, no tenía ni idea de cómo usar el arma, pero iba de camino a descubrirlo.

     Yo: Si tengo un arma, es porque sé usarla.

     Noam: Ahora yo soy el que no te cree.

     Yo: No soy una mentirosa como tú.

     Noam: Te mentí, pero después dije la verdad. ¿Tú la dirás?

     Yo: ¡Sí sé usar el arma! Ven a mi casa ahora mismo y entrégamela.

     Noam: Ahora no puedo. ¿Qué te parece si nos vemos a medianoche?

     Yo: No puedo esperar hasta la medianoche.

     Noam: Te espero en el banco.

     Yo: ¿Sabes qué? ¡Jódete!

     Noam: Yo también te quiero, Brid.

     Quería tirar mi celular al suelo de la cólera. Noam provocó que sintiera odio por él en este momento. Y creo que debía tomármelo como algo positivo, ya que llevaba un buen tiempo sin sentir ninguna emoción. Sin embargo, la realidad era que no lo odiaba a él en sí, sino al hecho de que arruinara mi plan de esa manera. Podría jurar estaba lista para llevar a cabo mi intento. Ahora no sabía si volvería a tener la misma valentía que me había poseído hoy.

     Todo este tema me tenía tan agobiada que necesitaba desestresarme, y la única manera de hacerlo que se me ocurrió, aunque no fuera lo habitual en mí, fue salir a caminar bajo la luz del sol. El día, al igual que ayer, estaba frío, por lo tuve que subir a mi habitación en busca de un abrigo. Dado que no me encontraba de humor para pensarlo mucho, tomé el primero que vi, pasando por alto si combinaba o no con el resto de mi vestimenta.

     Caminé por un largo rato hasta que, a la larga, llegué a la cafetería que estaba ubicada después del centro del vecindario. Ya que andaba por aquí, no era mala idea tomarme un café caliente. Sabía que eso me ayudaría a calentar mi cuerpo, que, aun con el abrigo, temblaba de frío.

     Entré a la cafetería y fui recibida con una cálida bienvenida por un chico, al que la palabra amable se le quedaba corta.

     —Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarte?

     —Buenas tardes —le devolví el saludo—. Quiero un café caliente, por favor.

     Saqué el dinero, le pagué y, en un instante, comenzó a preparar el café.

     —Aquí tienes —me dijo, entregándome el café.

     Me distraje tanto, pensando en la cuestión del arma,  que no escuché al chico.

     —Tu café está listo —insistió él.

     —Ah, sí —le dije, volviendo a la realidad—. Discúlpame, ando un poco distraída.

     —¿Estás bien? —me preguntó—. Me suele pasar lo mismo que a ti cuando tengo problemas.

     —Tengo muchos problemas —aseguré—, pero no quiero aburrir a nadie contándolos.

     —Parece que hablaras por mí —dijo él. Supongo que solo estaba siendo empático—. Me llamo Albert, por cierto. Mucho gusto.

     —Mucho gusto. Yo soy Brid.

     Salí de la cafetería, sintiendo un cansancio abrumador. Mi resistencia física era paupérrima, por no decir decepcionante. No podía salir a caminar más de media hora sin sentir que me desmoronaba. Era evidente que mi depresión había hecho de las suyas en ese aspecto. Lo mejor sería regresarme a mi casa, dejar de pensar en el arma y dormirme durante el resto del día.

Más de allá que de acá ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora