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Noam


Abrí mis ojos y lo primero que sentí fue un dolor insoportable por todo mi cuerpo. La cabeza, en concreto, era lo que más me dolía; parecía que me iba a explotar. Me encontraba en una cama de un hospital, con una vía intravenosa en mi muñeca derecha y tubos de respiración en mi nariz. Me pregunté cómo había llegado aquí, pero no era capaz de recordar. Estaba confuso, con un enorme vacío en mi mente respecto a lo que había pasado.

     En cualquier caso, me concentré e hice un esfuerzo por recordar.

     ¡Brid!, pensé. Ella estaba en mi cabeza cuando pasó todo.

     Pasados unos minutos, en los que mantuve mi mirada fija en el techo, lo recordé todo. ¡El camión!, pensé, se me hizo imposible esquivarlo... ¡Mierda! ¿Por qué no fui capaz de enfocarme en manejar? Claro, no pude dejar de pensar en el desacuerdo que tuve con Brid. Eso me desenfocó por completo. Pero tampoco quería culparla a ella ni mucho menos. La culpa era mía, por irresponsable. Ni siquiera llevaba el casco. ¡Qué estupidez cometí! Este simple lamento solo provocó que mi dolor de cabeza empeorara.

     Una enfermera entró a la habitación y se sorprendió cuando me vio despierto.

     —¿Cómo te sientes, muchacho? —me preguntó ella.

     —Me duele todo, en especial la cabeza —le respondí, soltando un quejido de dolor.

     —No te preocupes. Voy a administrarte una inyección que te ayudará con el dolor. —Ella se apresuró a preparar la medicación y me la inyectó por vía intravenosa.

     —Enfermera —le dije, ignorando el dolor que sentía al hablar—, ¿dónde están mis padres? Necesito hablar con ellos.

     Justo en este instante, un doctor entró a la habitación. La enfermera fue a su encuentro, intercambiaron unas pocas palabras y luego, ambos se acercaron a mí.

     —Necesito hablar con mis padres —dije, dirigiéndome al doctor.

     —No estás en condiciones de hablar, chico —me respondió él.

     —Lo estaré en unos momentos, doctor. Siento que el dolor está disminuyendo. —No era mentira. Lo medicación administrada por la enfermera no tardó en hacer efecto—. Déjelos pasar, por favor.

     El doctor no estaba seguro, pero, a fin cuentas, cedió ante mi petición. Le pidió a la enfermera que fuera a llamar a mis padres. Cuando me quedé solo con él, aproveché para hacerle una pregunta.

     —¿Me pondré bien? Sea sincero conmigo, por favor.

     —Tu estado es impredecible, chico. Tu pregunta no tiene una respuesta definitiva ahora mismo.

     No voy a negar que sentí miedo al escuchar la respuesta del doctor, pero, antes de que saliera de la habitación, no me quedó más que agradecerle por su sinceridad y permitirme hablar con mis padres.

     «Mi estado era impredecible», conocía muy bien esa frase. Un doctor la había pronunciado para referirse a la condición de Ivette antes de que muriera. Mi corazón se encogió al recordar a mi hermana y los rostros de mis padres al enterarse de su muerte. Me causaba una profunda zozobra pensar que yo podría padecer el mismo final.

     Al cabo de unos minutos, mis padres entraron a la habitación. Los dos tenían los ojos hinchados por haber llorado en exceso. Me dolió en el alma verlos así, inmersos en tanto dolor. Se acercaron a mí con lentitud, sin ocultar su desconcierto al verme en este estado.

     —¿Te sientes mejor, Noam? —me preguntó mi mamá, soltando una lágrima.

     —Estoy mejor, mamá —le dije, sabiendo que no era verdad.

     —Superarás esto, Noam —me dijo mi papá, dándome ánimo.

     —Ustedes son los mejores padres —les dije, agradeciéndoles todo lo que habían hecho por mí hasta ahora—. Nunca lo olviden.

     —Y tú, el mejor hijo que podríamos tener —me dijo mi mamá, limpiando sus lágrimas.

     —Nunca lo olvides —agregó mi papá.

     —¿Ángela está aquí? —les pregunté, recordando a mi mejor amiga.

     —Sí, está con nosotros —afirmó mi papá—. Ella, Brid y su papá han estado aquí, dándonos apoyo estos tres días.

     No impactó darme cuenta de que llevaba tres días aquí. Sin embargo, me emocioné para mis adentros al saber que mis personas cercanas habían estado presentes, acompañando a mis padres.

     —Cuando salgan de la habitación, díganle al doctor que, aparte de ustedes, necesito hablar con dos personas más: Ángela y Brid.

     —¿Crees que puedas? —me preguntó mi mamá, advirtiendo que me costaba hablar.

     —Sí podré —aseguré—. Cuando salgan, hagan pasar a Ángela. Y, por último, a Brid.

     —Está bien, como tú digas, —me dijo mi papá, dándome seguridad—. Brid no está aquí ahora mismo, pero le hablaremos para que venga lo antes posible.

     Antes de que mis padres salieran de mi habitación, les hablé. Ellos se volvieron hacia mí.

     —Los amo mucho —les dije.

     —Nosotros también te amamos —me respondieron, uno después de otro.

     Cuando por fin salieron de la habitación, las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. Algo se desgarró en mi interior, causándome mucho más dolor que el físico, pues temía que pudiera ser la última vez que los vería.

     En apenas unos momentos, la puerta de la habitación se abrió de nuevo. Ángela apareció, mostrando una expresión triste que nunca antes le había visto en mi vida. Cuando estuvo más cerca de mí, pude notar que sus ojos se comenzaron a humedecer.

     —Noam —me dijo ella, luchando por reprimir las lágrimas—, dime que lo que estoy pensando no te trajo aquí, por favor.

     —Lo siento, Ángela. Debí haber recordado tus palabras.

     Bajó la mirada con pesar.

     —Te pondrás bien, Noam. Ya verás.

     —No sé si saldré de esta, Ángela.

     —No digas eso...

     Ángela se llevó las manos a la cara y, sin poder contenerse más, rompió en llanto.

     —Gracias por todos tus consejos —le dije—. Tú me demostraste que los buenos amigos sí existen. Te quiero mucho.

     —Yo también te quiero mucho, Noam —aseguró sin parar de llorar.

     —Pero quiero seguir uno de tus consejos hasta el final.

     Ella me miró sin entender, y se secó las lágrimas con el puño de su suéter.

     —¿A qué te refieres?

     —Brid vendrá y hablaré con ella —expliqué—. Necesito hacerla entrar en razón para que busque ayuda.

     —La amas, ¿verdad?

     —Que no te quepa la menor duda de eso.

Más de allá que de acá ©Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum