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Noam


No fue hasta que desperté por la mañana que caí en cuenta de que Brid se había quedado con mi chaqueta. Y, en lugar de causarme un sentimiento negativo, me alegré, porque se presentaba como una buena excusa para ir a su casa y verla de nuevo. ¡Qué bueno que ya conocía dónde vivía! En caso contrario, habría sido un problema, ya que no tenía otra manera de contactarla. Sin duda, mi próximo objetivo sería pedirle su número.

     Estaba ansioso por ir a la casa de Brid, sí, pero antes tenía que comer. El vacío en mi estomago se asemejaba al de no haber comido en días. Algo muy típico de mí. Sin embargo, no me apeteció desayunar en mi casa; preferí pasarme por una cafetería que se encontraba cerca de aquí.

     Yo solía frecuentar esta cafetería y conocía a todo el personal, pero nunca había visto al chico que se acercó a atenderme hoy. Era una novedad ver un trabajador como él por aquí. Quiero decir, tenía una energía diferente que lo hacía destacar entre sus compañeros.

     —Buenos días —me saludó con amabilidad—. ¿En qué te puedo ayudar?

     —Buenos días —lo saludé, devolviéndole la misma amabilidad—. Me das un café caliente y un pan de chocolate.

     Saqué dinero de mi cartera, le pagué y no se tardó nada en servir mi orden. Cuando lo vi en acción, haciendo todo con dinamismo, me quedó más claro por qué lo habían contratado.

     —Aquí tienes —me dijo, entregándome el café y el pan de chocolate.

     —Oye, nunca te había visto en la cafetería. ¿Cuándo llegaste?

     —Llegué hace unos días.

     —¿Eres nuevo en la ciudad también?

     —¿Cómo lo sabes? —me preguntó él, sorprendido porque había adivinado.

     —Si no fueras nuevo, te hubiera visto antes.

     —¿En serio? ¿Conoces a toda la gente de por aquí?

     —Puede que sí —le dije, dándole una mordida a mi pan de chocolate—. Salgo mucho y estoy familiarizado con la mayoría de las caras.

     —Oh, ahora entiendo.

     —Por cierto, ¿cómo te llamas?

     —Me llamo Albert. Mucho gusto.

     —Yo soy Noam. ¿De dónde vienes?

     —Mi ciudad natal es Los Ángeles, pero, en el último tiempo, he pasado por muchas ciudades 

     —¿Los Ángeles? Amo esa ciudad. He estado ahí un par de veces.

     —Sí, es una ciudad hermosa —aseguró él.

     —Bueno. Fue un placer conocerte, Albert. —Me despedí—. Eres bueno en este trabajo.

     —Muchas gracias. Es que tengo experiencia trabajando en cafeterías. —Se despidió él—. Vuelve pronto.

     Al final de nuestra plática, el rostro de Albert reflejó cierta tristeza. Me pregunté la razón, la cual aparentaba ser triste, que lo llevó a mudarse de su ciudad natal.



Frené mi moto enfrente de la casa de Brid. No pensé que mi regreso por aquí se daría, literalmente, de la noche a la mañana. Pero no me quejaba ni mucho menos. Sintiéndome un tanto ansioso, me estacioné en un lugar seguro, me acerqué a la puerta y toqué el timbre.

     Pasaron unos treinta segundos y no hubo respuesta. ¿No habrá nadie en casa?, pensé. Volví a tocar el timbre y, de nueva cuenta, nada. Cuando lo hice por tercera vez, escuché que Brid gritó: «¡Ya voy!» Y luego me abrió la puerta. Su cara era de recién despierta.

     —¿Noam?

     —Hola —la saludé, moviendo la mano.

     —¿Qué haces aquí tan temprano?

     —¿Temprano? Son las once y media de la mañana.

     —Para mí es temprano. —Se cubrió la cara con las manos, protegiéndose de la luz del sol.

     —Bueno, el tiempo es relativo para cada persona.

     Brid me invitó a pasar y yo, sin titubear, seguí adelante.

     —No me respondiste qué hacías aquí tan temprano —insistió ella.

     —¿No recuerdas que te quedaste con mi chaqueta?

     —¡Ah!, cierto. —Brid negó con la cabeza, como si estuviera decepcionada por haberlo olvidado—. Espérame aquí mientras la voy a traer a mi habitación.

     Me quedé a solas en la sala y aproveché para observar toda la casa. La atmosfera era bastante acogedora; me dejó una bonita imagen. No obstante, mis ojos se agrandaron de sorpresa cuando miré que en el desayunador de la cocina había un arma. De golpe, el miedo me abrumó, dando como resultado que los latidos de mi corazón se aceleraran.

     Teniendo en cuenta la situación en la que estaba Brid, lo primero que pensé fue que, en cualquier momento, la usaría para lo peor. Era peligroso —a niveles terroríficos— que un arma estuviera cerca de una persona que tenía pocas ganas de vivir.

     Durante un breve instante, quise pensar que, en el mejor de los casos, se trataba de un arma falsa, pero me acerqué al desayunador, la tomé y confirmé que sí era real. Los nervios recorrieron mi cuerpo, como nunca lo habían hecho antes.

     ¿Qué hago?, me pregunté en voz baja, comenzando a sudar.

     En la sala había unas repisas altas, decoradas con adornos y algunos libros. Se me ocurrió esconder el arma ahí. Brid no podría llegar hasta ellas por su baja estatura. A mí, en cambio, solo me bastaría con subirme al sofá para alcanzarlas. Una de las tantas ventajas de ser alto.

     Fui al desayunador a toda prisa, tomé el arma y corrí a la sala. La cosa es que, cuando estaba a punto de subirme al sofá, escuché a Brid bajando las escaleras. Mis nervios incrementaron todavía más y, en un acto apresurado, escondí el arma dentro de mi pantalón.

     Justo un segundo después, apareció Brid con la chaqueta.

     —Aquí tienes. —Me la entregó.

     —Gracias, Brid. —Le sonreí, haciendo un esfuerzo por ocultar mis nervios—. ¿No hay nadie más en casa?

     —No, mi papá está de viaje. Regresa hasta mañana.

     —Ya veo. —Caminé, a paso lento, hacia atrás, dirigiéndome a la puerta. En otras circunstancias, me hubiera quedado más tiempo, pero ahora mismo ¡tenía un arma escondida en mi pantalón! Y me la tendría que llevar conmigo, pues no podía dejarla al alcance de Brid—. Oye, antes de irme, quería que me dieras tu número. Digo, ya que estás sola, me puedes llamar por si necesitas algo.

     —Está bien —aceptó ella. Le di mi celular para que apuntara su número.

     —Te mandaré un mensaje ahora mismo para que me guardes.

     —¿Te gusta hablar mucho por mensajes?

     —Puede ser.

     —Yo nunca respondo los mensajes —afirmó ella—. Te dejo avisado.

     —Conmigo tendrás que cambiar eso. —Le guiñé el ojo.

     Me despedí de Brid con una sonrisa, disimulando la tensión que me consumía por dentro. Yo no sabía, en absoluto, qué haría con el arma que tenía escondida en mi pantalón. Tampoco sabía qué le diría a Brid cuando me preguntara al respecto. Tan solo me quedaba inventarme algo para salir de este lío. 

Más de allá que de acá ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora