XXVII

611 25 1
                                    


Brid


En el camino de regreso a la casa, mi papá y yo nos vimos iluminados por los fuegos artificiales que estallaban en el cielo. La navidad pasada no me di el tiempo de verlos y había olvidado lo deslumbrantes que eran. Y lo más hermoso de todo fue que duraron hasta que llegamos a la casa. Llegado este momento, tengo que confesar que estaba de acuerdo con mi papá: esta Nochebuena se consolidó como una de las mejores en los últimos años. Porque, al menos, nos salimos de lo cotidiano, y no me desagradó en absoluto.

     —¿Le mentiste a Noam o dijiste la verdad? —le pregunté a mi papá antes de entrar a la casa.

     —¿A qué te refieres con exactitud?

     —Cuando te preguntó cómo la habías pasado esta noche.

     —No le mentí —aseguró mi papá—. Esta noche la pasé bien. ¿Tú también lo dijiste en serio o mentiste?

     —No, también lo dije en serio. Pero... no te gustó cuando te preguntaron sobre mi mamá, ¿verdad?

     —Solo fue una pregunta normal, Brid.

     —Sé que no te gusta hablar de ella.

     —No es que no me guste hablar de ella —aclaró él—. Es solo que... lo que le pasó siempre me parecerá injusto.

     —Tú y yo sabemos que lo que le pasó fue por mi culpa —le dije, y mi voz se quebró un poco.

     —Brid... —me miró a los ojos—, no sigas culpándote por algo que no estaba en tus manos. No te maltrates de esa manera, por favor.

     —Puede que no estuviera en mis manos, papá, pero yo asumo toda la responsabilidad. —No pude evitar romper en llanto—. ¡Ella debería estar aquí y no yo!

     Después de desahogarme de tal manera, salí corriendo hacia mi habitación, me tiré a la cama y sollocé mientras las lágrimas empapaban la almohada. No sabía cómo explicar esta drástica transición de mi noche; pasé de estar más o menos animada a hundirme en mi depresión de nuevo. ¡Maldita inestabilidad!

     El tema de mi mamá me dolía en el alma, en especial porque nunca la conocí. Para explicar lo que pasó con ella, tenía que retroceder al día de mi nacimiento. Mi parto se complicó y llevó el panorama al extremo de decidir entre su vida y la mía. Mi papá me confesó que, en el momento en que el doctor lo consultó sobre esto, no supo qué decir. Se quedó en shock. Era una pregunta demasiado fuerte para responderla en unos pocos segundos. Cuando por fin pudo reaccionar, le respondió, casi rogándole, que intentaran salvar las dos vidas, algo que, al final, no fue posible.

     A raíz esta tragedia es que ahora tenía el privilegio de vivir, pero, por desgracia, carecía de las ganas de aprovecharlo. Mi depresión se intensificaba al pensar que el sacrificio de mi mamá no había valido la pena. Yo estaba lejos de aprovechar la vida. Ella merecía estar en mi lugar.

     Por lo general, luego de haber llorado por un largo rato, me quedaba dormida, pero en esta ocasión no fue así. Permanecí despierta hasta tarde. Tomé mi celular y miré que tenía un mensaje de Noam —de hace tres horas— en el que me pedía que le avisara cuando llegara a mi casa. Recordé lo bien que se había comportado esta noche, así que no podía dejarlo sin respuesta.

     Yo: Sí llegué, Noam, gracias por preguntar. Y disculpa por contestar tan tarde. No había visto tu mensaje.

     Era bastante tarde y supuse que Noam estaría dormido. Pero me equivoqué: me respondió en menos de un minuto.

     Noam: No pasa nada. A veces a mí también se me olvida contestar los mensajes. Me alegro que tú y tu papá hayan llegado con bien.

     Yo: Bueno, tampoco nos iba a pasar nada. Yo misma he comprobado, cuando me paseo por estas calles a medianoche, que este vecindario es tranquilo.

     Noam: Tienes razón. Pero... será mejor que te vaya a dejar a tu casa cuando vengas por acá.

     Yo: Solo cuando yo quiera que lo hagas.

     Noam: Claro, si tú quieres.

     Yo: ¿Lo aceptas así de fácil? ¿No te vas a convertir en el señor pertinaz esta vez?

     Noam: Oye, no te burles de mi pertinencia. Ja, ja, ja. Mejor cuéntame por qué estás despierta tan tarde.

     Yo: No puedo dormir. No terminé del todo bien la noche.

     ¿Por qué le había dicho eso? Ahora me iba a hacer preguntas al respecto. Y a mí no me gustaba contarle mis problemas personales a nadie.

     Noam: ¿Por qué...? No tiene nada que ver con la cena navideña de esta noche, ¿verdad?

     Yo: No, no, fue por otra cosa. ¿Sabes? Olvídalo. No es nada importante.

     Me sentí mal al decir que no era «nada importante» el tema de mi mamá.

     Noam: Bueno. Solo espero que te sientas mejor pronto. Y con pronto me refiero a este momento, ¿sí?

     Yo: Estaré bien. No te preocupes.

     Noam: Ya me iré a dormir. Pero antes quiero proponerte algo.

     Este mensaje despertó mi curiosidad.

     Yo: A ver, dime.

     No sé si lo hizo a propósito, pero se tardó unos minutos en responder. Mientras esperaba su respuesta, escuché unas cuantas canciones.

     Noam: ¿Estás libre mañana? Quiero que salgamos a una aventura.

     Él sabía, mejor que nadie, que siempre estaba libre. El verdadero problema conmigo era si me encontraba predispuesta a ir o no. Sin embargo, me mataba la curiosidad por saber lo que tenía pensado Noam.

     Yo: ¿Qué clase de aventura?

     Noam: Si te lo digo, arruinaré la sorpresa. Tendrás que confiar en mí, ¿de acuerdo?

     Yo: Bueno, no me queda de otra.

     Noam: ¡Perfecto! Pasaré por ti en la tarde.

     Luego de esta conversación, no me llevó mucho tiempo conciliar el sueño. Quizá fue porque estaba emocionada por lo que me esperaba más adelante en la tarde.

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now