XXXV

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Brid


Noam me mintió a lo largo de este tiempo. Mis pequeñas sospechas de que él había encontrado la hoja que perdí resultaron ser ciertas. Sabía que todo era demasiado bueno para ser verdad. Confirmé que todos los buenos gestos que tuvo conmigo fueron por lástima. E incluso sabiendo esto, cuando me confesó que estaba enamorado de mí, algo en mi interior se removió. Pero, debido a su mentira más grande, ponía en duda cualquier cosa que dijera.

     Llegué a mi casa y, por estar pensando en lo que había pasado, abrí la puerta e hice ruido. Menos mal que mi papá estaba en un sueño tan profundo que no se despertó. Habría sido el colmo si también hubiera tenido problemas con él. Ya suficiente tenía con lo de Noam.

     Entré a mi habitación y, en vez de tirarme a mi cama, me senté en elsuelo acurrucada. Aunque deseaba llorar a cántaros, no podía. Era como si mis lágrimas se resistieran a brotar. Para muchos era triste llorar, pero la incapacidad dehacerlo aumentaba la tristeza el doble.

     Pasé unos minutos así hasta que me levanté y me senté en mi cama. Escuché el sonido de mi celular, anunciando que tenía varios mensajes nuevos. Eran de Noam. Por medio de la barra de notificación, pude leer uno.

     Brid, solo quiero que des la oportunidad de hablar contigo y explicarte. Por favor, no te pido nada más.

     No le respondí. Ni tampoco tenía ganas de darle esa oportunidad de hablar. Solo quería olvidarme de él, pero, en parte, no sabía si sería capaz de hacerlo. Mis sentimientos hacia él eran muy fuertes. En definitiva, no podía olvidarlo, mucho menos odiarlo.

     Me acosté boca arriba en mi cama. Lo primero que recordé al mirar al techo fue el momento en el que lo conocí a Noam. ¿Acaso empecé a sentir cosas por él desde esa primera vez que lo vi? Quizá sí. Solo que nunca me atrevía a admitirlo ante mí misma siquiera.

     El silencio de esta noche era diferente. Había mucho ruido. Muchísimo. Y todo provenía desde adentro de mí.



Me desperté casi a las doce del mediodía de la mañana después. Mis ojos se sentían pesados, no quería abrirlos y decidí retomar el sueño. Cuando volví a despertar, eran más de las dos de la tarde. ¿Sería este el regreso oficial a mi miseria absoluta? Quiero decir, al estar hundida en mi depresión, justo antes de que llegara Noam, no me apetecía ni ponerme de pie por las mañanas. De alguna forma, debía evitar que las cosas fluyeran así de nueva cuenta. Me moví con lentitud hacia el lado derecho de mi cama y me dejé caer al suelo junto a las cobijas. No fue un accidente: lo hice adrede, con el propósito de dejar la pereza y levantarme de una vez por todas.

     Antes de ir a buscar algo de comer, fui al baño y me miré en el espejo. Las ojeras debajo de mis ojos estaban marcadas. Esto era un indicativo de que no había tenido un sueño reparador. ¿Y cómo podría haberlo sido? Lo de Noam me afectó mucho más de lo que hubiera imaginado.

     Al mismo tiempo que desayunaba cereal, miré, a través de la ventana de la cocina, que por la calle iba pasando una pareja de enamorados. Eran los mismos que me impidieron sentarme en el banco anoche. Me acerqué a la ventana, los observé mientras caminaban y me dije en voz baja: «Gracias a ustedes descubrí la mentira de Noam».

     En la noche, cuando mi papá llegó del trabajo, me preguntó qué opinaba sobre pintar la casa. Se le había pasado por alto preguntarme ayer, y yo también olvidé recordárselo. Desde luego, le respondí que me encantaba la idea. Los nuevos colores de la casa serían rojo y blanco.

     Con una amplia sonrisa, mi papá dejó en evidencia su contento ante mi respuesta; no quise dejarlo solo en el sentimiento y también mostré una expresión sonriente, que, a diferencia de la de él, fue fingida. Por lo demás, me ofrecí para preparar la cena, pero mi papá me dijo que no estaba tan cansado como ayer y que él la prepararía sin problema. Acepté —agradecida— porque no era mi día ni muchos menos.

     —Oye, una pregunta —me dijo mi papá, que me sirvió la cena y se sentó en la mesa del comedor conmigo—. ¿Has visto a Noam de nuevo?

     Si hablábamos de Noam, se me quitaría el hambre... Pero tenía que recurrir a mi habilidad de disimular y actuar como si no pasaba nada.

     —No, no lo he vuelto a ver —le respondí, mintiendo con seguridad—. ¿Por qué lo preguntas?

     —No, solo quería saber. Se ve que ustedes tienen buena relación.

     —Solo somos amigos, papá.

     Al momento pensé: «éramos». Al menos de mi parte, consideraba que nuestra relación de amistad había acabado. De hecho, no estaba segura de si podría dirigirle la palabra de nuevo. Se me haría demasiado difícil. Pero nunca digas nunca, decían por ahí.

     —Bueno, sí, su relación de amistad —rectificó él—. Pero no se verían mal si tuvieran algo más.

     —¿No quieres que hablemos de otra cosa? —le pregunté, queriendo salir del tema de Noam. Necesitaba sacar a ese chico de mi cabeza y mi papá no estaba colaborando.

     —Está bien —dijo él, entendiendo que no estaba cómoda con el tema anterior—. ¿De qué quieres que hablemos?

     —¡Ah!, ya sé. Mejor hablemos de tus relaciones. Cuéntame si tienes amigos en el trabajo o si te gusta alguien.

     Mi papá no pudo evitar soltar una carcajada. Él nunca platicaba de esos temas conmigo.

     —Me daría pena si hablara de eso contigo.

     —¿Por qué? No tiene de malo.

     —Bueno, está bien. Si tú quieres, lo haré.

     Mi papá comenzó a compartirme quiénes eran sus amigos y si había tenido algún interés amoroso recientemente. A medida que avanzaba la noche, no volvimos a tocar el nombre de Noam, lo que significó paz para mí.

Más de allá que de acá ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora