XVIII

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Noam


En mi casa, desde que tengo memoria, la decoración navideña no podía faltar en diciembre. Mi mamá se esforzaba por innovar todos los años, creando un ambiente navideño en cada rincón. Sin embargo, para ser sincero, este año no se sentía igual. Pensé que solo yo lo había notado, pero mi mamá también me expresó sentir lo mismo. Decididos a solucionarlo, fuimos a comprar unos adornos extras que pudiéramos añadir. Dedicamos toda la tarde a colocarlos y el resultado fue que nos quedó todavía mejor que en navidades anteriores. 

     Más adelante, mi mamá decidió preparar una cena especial en familia. Hace tiempo no nos reuníamos mi mamá, mi papá y yo en la mesa.

     —¿Qué tal te está yendo con tu nueva moto, Noam? —me preguntó mi papá.

     —De maravilla —le respondí. Y era verdad: la moto parecía un sueño hecho realidad—. No me cansaré de darte las gracias por un buen tiempo.

     —¿Ya pensaste qué harás con la otra moto? —me preguntó mi mamá.

     —Aún no —le respondí con sinceridad.

     —Deberías venderla —sugirió mi papá.

     —No es mala idea —dijo mi mamá, apoyando a mi papá.

     —Sí, sería lo más lógico —dije. Pero aún no estaba convencido de deshacerme de ella. Tal vez era por el cariño que le tenía—. Puede que algún compañero de la universidad esté interesado en comprármela.

     —O también la puedes dejar en el garaje —agregó mi papá—. Es bueno que tengas una moto de repuesto por cualquier cosa.

     Tanto la idea de venderla como la de dejarla guardada en el garaje eran buenas. No obstante, esta decisión no era fácil para mí, así que tendría que pensármelo más durante los próximos días o semanas.

     En las circunstancias actuales, estaría difícil plantearme en serio qué hacer con mi vieja moto, porque mi mente estaba enfocada por completo en Brid. Me parecía curioso que ni todas mis exnovias juntas se habían metido tanto en mi cabeza. Pero ella sí.

     —¿Saldrás esta noche? —me preguntó mi mamá con curiosidad. Aunque no me lo dijera, sabía que a ella no le gustaba que saliera de noche. Un día me dijo que siempre se preocuparía por mí, incluso si tenía cincuenta años.

     —Sí, me reuniré con unos amigos —le respondí, mintiendo en parte.

     En realidad, lo único que quería era salir a dar una vuelta en mi moto y despejar mi mente, pero no le podía decir eso a mi mamá, ya que a ella nunca le gustó que saliera solo porque sí.

     —¿Te irás ahora mismo? —prosiguió mi mamá, mostrando su claro descontento por mi decisión.

     —Lo haré cuando terminemos de comer —aclaré—. No quiero dejarlos a media cena.

     Hablamos en torno a media hora más y la cena terminó. Me levanté de la mesa, despidiéndome de ellos. Les deseé buenas noches desde este momento porque, cuando regresara, con toda certeza, estarían dormidos.

     —No vueltas muy tarde, Noam —me pidió mi mamá.

     Tenía que verme con Brid a medianoche, por lo que no podía prometer algo como eso.

     —Lo intentaré —finalicé.



El paseo que di en la moto fue relajante al comienzo, pero no terminó de la misma manera por una razón: casi tengo un accidente en el camino de regreso. Y debo recalcar que no fue por mi culpa, sino de un carro que iba a exceso de velocidad. Por suerte, tuve la habilidad de esquivarlo a tiempo. La experiencia de todos estos años, como conductor de motos, me sirvió de mucho. Aun así, este suceso me resultó irónico, puesto que yo era el aficionado a alcanzar altas velocidades.

     Ahora bien, pese a que mí me gustaba exceder la velocidad, nunca había estado tan cerca de tener un accidente. Debo admitir que me asusté mucho. Muchísimo. Por ende, a partir de hoy, tendría que ser más precavido. Y no solo por mí, sino también por todas las demás personas en la carretera.

     Después de todo, llegué a la casa sano y salvo. Le eché un vistazo al banco y miré que Brid, siendo puntual, estaba sentada en él. Me puse algo nervioso al mirarla. ¿Acaso el susto de casi tener un accidente no se me había pasado? Lo más probable era que sí.

     Sin más dilación, aparqué la moto y me dirigí hacia ella.

     —Pensé que no vendrías —le dije, saludándola con un gesto.

     —Te dije que lo haría.

     —Eres una mujer de palabra.

     —Siempre lo he sido.

     Me senté a su lado y le extendí la mano para que nos diéramos un apretón.

     —¿Para qué quieres que hagamos eso? —me preguntó, frunciendo el ceño.

     —Porque estamos empezando de nuevo, ¿no?

     —No hay necesidad de empezar de nuevo, Noam. Ya somos amigos.

     Me emocionó escucharla decir que éramos amigos. Unos días atrás, hubiera pensado que tomaría más tiempo para que me lo dijera. Nuestra plática había comenzado bien, sin ninguna duda.

     —Sí, claro, somos amigos —afirmé con una sonrisa.

     —Pero una cosa. —Brid me miró entrecerrando los ojos—. No volverás a mi casa hasta que sepa que no harás otra tontería como la del arma.

     —¿Me estás castigando? —le pregunté. Creí que el tema del arma no saldría a la luz otra vez, pero aquí estaba, más presente que nunca.

     —Exacto —aseguró—, es un castigo para que aprendas.

     —Bueno —acepté—, me parece justo.

     —Solo irás a mi casa si es necesario.

     —Está bien. —Levanté mis manos en señal de rendición.

     —Solo sí es irrevocablemente necesario —insistió ella.

     —Eso suena demasiado extremo, Brid.

     —No lo creo.

     —A ver —le dije—, menciona una situación en la que sería irrevocablemente necesario que fuera a tu casa.

     —Por ejemplo —empezó ella, pensándolo con detenimiento—, si mi casa se está incendiando, si estoy siendo invadida por ladrones o si me vas a llevar comida cuando no tengo ganas de bajar a la cocina. —Se rio al decir esto último. Nunca la había visto reírse así.

     —¡Guau! En todos esos ejemplos llego como tu salvador.

     —¿Está mal que lo seas?

     Me encantaría salvarte de todos tus problemas, pensé. Pero no pude decírselo de tal modo.

     —No, en absoluto—aseguré—. Para eso estamos los amigos, ¿no?

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now