XXXIX

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Brid


Mi papá cruzó la línea cuando le pidió ayuda a Noam para pintar la casa. Creo que, en parte, se dio cuenta de ello, puesto que, un rato después de que Noam se fuera y nos quedáramos solos, me preguntó si había algún problema con que viniese a ayudarnos. Por supuesto, le respondí que no; de lo contrario, me enfrentaría a un repertorio de preguntas incomodas.

     A decir verdad, me sentía mal por no tenerle la suficiente confianza a mi papá. Sin embargo, aquí era importante considerar el contexto: no podía decirle que había tenido una pelea con Noam porque me mintió acerca de encontrar una hoja con mi texto suicida. No quería causarle tal estrés y así evitar que sus niveles de azúcar se dispararan. Entonces, era mejor mantenerlo al margen de un tema tan sensible como ese.

     Sin ganas de seguir hablando con mi papá, me retiré a mi habitación. Y, así, acompañada de la música, me quedé encerrada en mi mundo hasta la noche. Cabe decir que no solía subir mucho el volumen cuando mi papá estaba en casa, dado que mi elección de canciones podría delatar mi ánimo depresivo. En una ocasión, le dije que la música que escuchaba siempre estaría asociada a cómo me sentía a nivel emocional, y se lo tomó muy en serio.

     Bajé de mi habitación hasta que mi papá me llamó para cenar. Ni siquiera tenía hambre, pero, de nueva cuenta, trataría de fingir con el objetivo de no preocuparlo. Para ser sincera, considerando mis ánimos, no sabía si podría actuar de la manera que solía hacerlo.

     —¿No tienes hambre? —me preguntó mi papá al ver que apenas había tocado la comida. Tal como lo presupuse, mis buenos dotes de fingir se habían ido de vacaciones esta noche.

     —No, no tengo hambre —confesé.

     —¿Te sientes bien? —me preguntó con tono de preocupación. Si no me inventaba algo, se avecinaría una avalancha de preguntas por parte de mi papá.

     —Es que merendé en la tarde —expliqué. Fue la primera mentira que se me ocurrió.

     —¿Qué merendaste? No te vi bajar a la cocina en toda la tarde.

     Qué tonta era. No pensé en el hecho de que mi papá había estado en la sala desde que se fue Noam. Me quería pegar un coscorrón a mí misma. Ahora tenía que pensar en algo para arreglar mi mala mentira.

     —Tengo unos Doritos en mi habitación —le dije, segura de mi nueva mentira. Solo esperaba que me creyera y no diera más largas al asunto—. Comí demasiados y todavía me siento llena. Pero intentaré darle algunos bocados a la comida.

     —Ah, entiendo —dijo él en tono comprensivo—. Come hasta donde puedas.

     Gracias al cielo que se lo creyó.

     Tras esforzarme en dar algunos bocados, mi celular emitió el tono de mensaje. Así como en los últimos días, el responsable de este era Noam. ¿Y ahora qué quería? Aunque mi intención no era responderle, me tomaba el tiempo de leer los mensajes desde la barra de notificaciones.

     Noam: Brid, necesito preguntarte algo sobre el fin de semana. Tienes que responderme

     Este mensaje no era igual a los que me había enviado con anterioridad. ¿Será que me quiere decir que no vendrá?, pensé. Ojalá. Decidí responderle, deseando que mi pensamiento se hiciera realidad.

     Brid: ¿Qué pasa?

     Noam: Mira quién se dignó a contestar. ¡Al fin lo conseguí! Espero que no me vuelvas a ignorar nunca en tu vida.

     Puse los ojos en blanco al leer su respuesta.

     Brid: ¿O sea que te inventaste lo del fin de semana para que te respondiera? Me parece patético, Noam. No te responderé más.

     Era cierto; no le respondería más. No obstante, me envió otro mensaje, aclarando que la pregunta sobre el fin de semana era en serio.

     Noam: ¡No! No pienses eso. Quiero preguntarte a qué hora llegó el sábado.

     —¿Hablas con Noam? —me preguntó mi papá al verme tan enfocada en mi celular.

     —De hecho, sí —asentí—. Me está preguntándome a qué hora tiene que venir el sábado. ¿Qué le digo?

     —Ahora que lo pienso —dijo mi papá—. Podrías decirle que venga el viernes por la tarde. Pediré permiso en mi trabajo para salir temprano. Creo que será mejor tener tiempo de sobra por si surge algún inconveniente.

     —¡¿Desde el viernes?! —Alcé un poco el tono de mi voz.

     —Sí. ¿No estás de acuerdo?

     —No, no es eso —aclaré—. Es que pensé que sería sábado y domingo.

     —Entiendo. Pero dile que venga el viernes a eso de las tres de la tarde.

     Volví a mi celular y le respondí a Noam.

     Yo: Comenzaremos a pintar desde el viernes en la tarde. ¿Puedes?

     Noam: Déjame ver. Tengo una agenda llena de pendientes.

     Estaba bromeando, ¿no? Literalmente, no tenía nada más que hacer en su casa. O quizá sí. Quién sabe. Puede que estuviera menospreciando la rutina de Noam en el día a día.

     Yo: ¿Podrás o no? Dime ahora. No quiero que tomes esto como excusa para estar mandándome mensajes.

     Noam: Esta bien, tómatelo con calma. Sí podré. Dime a qué hora.

     Yo: A las tres de la tarde. No lo olvides.

     Noam: Copiado.

     La conversación terminó aquí. Aun cuando no quisiera admitirlo, en mis adentros, me emocionaba que Noam viniera a ayudarnos. Había una parte de mí, la cual no podía controlar, que se alegraba de que él estuviera cerca. Y también me hacía considerar la idea de darle la oportunidad de hablar conmigo. No lo voy a negar, me daba curiosidad escuchar lo que tenía que decir. No obstante, tampoco se la iba a poner fácil. «El que quiere celeste que le cueste», dicen por ahí.

     Faltaban solo dos días para el viernes. Menos de cuarenta y ocho horas antes de que Noam llegara a robarle la tranquilidad a mi mundo. Y es que, cada vez que estaba cerca, me hacía sentir cosas inexplicables. Su forma de ser, su manera de ver la vida y su fuerza emocional para seguir adelante, a pesar de todo, me llenaba de energía vital. Le daba esperanza a mi deprimente existencia. Él era como la estrella que le faltaba a mi universo.

     No había duda de que explotaba de amor por él.

Más de allá que de acá ©Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu