XV

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Brid


No tenía claro si le seguiría hablando a Noam, pero lo que sí sabía era que el muy idiota había arruinado mi plan de suicidio. Me frustraba sobremanera que las cosas no hubieran salido como las había imaginado. En una determinada hora de la noche, consideré no regresar el arma a su lugar y, en cambio, utilizarla. Sin embargo, las dudas comenzaron a plagarme. Mi valentía, por desgracia, se diluyó. La capacidad de ser valiente, al menos en mi caso personal, solo se manifestaba en el transcurso de ciertos días.

     A la mañana siguiente, me desperté, como siempre, con ganas de seguir durmiendo. Pero me forcé a levantarme para comprobar si mi papá había dejado abierta su habitación. Lamentablemente, mi buena, al igual que mi valentía, también se esfumó, pues la puerta estaba cerrada con llave. ¡No tiene sentido que la dejes abierta mientras te vas de viaje todo el fin de semana y no en un día normal de trabajo!, dije en voz alta con una clara molestia.

     ¿Y ahora de qué manera resolvería este problema? No podía dejar el arma fuera de la habitación otro día más. No estaba en posición de seguir jugando con mi suerte, que, de por sí, era mala. Sin importar qué, necesitaba dejarla en su lugar hoy mismo. Pero ¿cómo? Yo no tenía ni la menor idea de cómo abrir una puerta con llave. ¿Quién podría ayudarme? Al margen de mi papá, no contaba con nadie. El único «amigo», entre dos grandes comillas, era Noam. ¿Sería correcto llamarlo? En teoría, sí, ya que el muy idiota me había metido en este lío. En conclusión, si él me metió en esto, su deber era sacarme.

     Fui por mi celular y le mandé un mensaje.

     Yo: Necesito que vengas a mi casa ahora.

     Se tardó tres minutos en responderme; lo sé porque los conté.

     Noam: ¿Qué pasa? ¿Estás bien?

     Yo: Estoy bien. El problema continúa siendo el arma. No la puedo dejar en su lugar porque mi papá dejó su habitación con llave. No sé cómo lo harás, pero necesito que me ayudes con eso.

     Noam: No te preocupes, yo podré abrirla. Voy para ahí.

     Tomando en consideración que Noam era un velocista con su moto, me imaginé que no tardaría mucho en llegar, sobre todo si estaba en su casa. Yo, entretanto, buscaría algo de comer en la cocina. No había comido nada y me sentía débil. Saqué leche del refrigerador, tomé el cereal y los serví en un plato. Cuando iba a dar el primer bocado, escuché que sonó el timbre. Era Noam.

     Me llevé el plató de cereal conmigo hasta la puerta y le abrí.

     —¿Tardé mucho? —me preguntó con una risa suave.

     —Sí, muchísimo —le respondí con ironía y le pedí que pasara.

     —Bueno, llévame a la puerta que tengo que abrir.

     —¿Seguro que podrás? —le pregunté, dudando—. ¿Cómo lo harás?

     Noam se sacó la cartera del bolsillo de su pantalón y buscó algo en ella.

     —Con esto. —Me mostró una tarjeta de crédito.

     —¿Puedes abrir puertas con tarjetas? ¿Te lo enseñó algún delincuente o qué?

     —No, cómo crees —me respondió, fingiendo que se había molestado—. Me lo enseñó mi compañero de habitación en la universidad. Y no, no es un delincuente, pero sí es un poco... reservado, por así decirlo. Tuve suerte de que me enseñara esto. De hecho, lo hizo porque a veces se le olvida dejarme las llaves.

     —No me fío de él si sabe abrir las puertas así.

     —Eso mismo pensé yo, pero es un buen chico.

     —Sígueme. —Le pedí que subiéramos las escaleras y, cuando llegamos a la habitación de mi papá, agregué—: esta es la puerta que tienes que abrir.

     —Bien —dijo él—. Aquí vamos.

     Continué comiendo mi cereal mientras observaba lo que hacía Noam. Parecía tener algunas dificultades, pero, luego de unos instantes, consiguió abrir la puerta.

     —¡Vaya! —Me acerqué a una mesita que estaba cerca y dejé el plato de cereal—. Me sorprendes.

     —Se me complicó un poco —suspiró—, pero lo logré.

     —Te lo agradezco, aunque todo esto fue tu culpa. —Lo señalé con el dedo índice.

     —Sí, lo sé —admitió—, por eso no hay necesidad de agradecerme.

     No solo me metiste en esto, pensé mirándolo, sino que también arruinaste todo lo que tenía planeado.

     —Creo que ya te puedes ir.

     —Oye, ¿me estás corriendo?

     —No, tan solo te estoy diciendo que no tienes nada más que hacer aquí.

     —Bueno, sí —dijo él, sin querer protestar más—. Está bien.

     Lo acompañé hasta la puerta y, antes de que saliera de la casa, me dijo:

     —Solo una pregunta antes de irme, ¿seguirás yendo al centro del vecindario a la medianoche?

     —¿Por qué? ¿Quieres seguir apareciéndote de la nada?

     —Solo quiero seguir hablando contigo. Seamos amigos.

     —No me gusta tener amigos, Noam.

     —Los amigos son importantes, Brid —aseguró, tratando de convencerme—. Pueden abrirte las puertas que tú no puedes abrir.

     Pese a lo que había hecho, pensé que sería cruel negarle mi amistad a Noam. Era la primera vez que alguien me pedía tal cosa. Y no quería sentirme mal por rechazar esa petición. Además, incluso si me pareciera molesto en muchas ocasiones, me caía bien.

     —Está bien, si tanto insistes.

     —¡Bien! Te veré donde siempre. Y, si no llegas, te vendré a visitar.

     Era tan pertinaz que hasta me causaba gracia.

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now